Una brecha en Estados Unidos

Children look at posters calling for an end to police violence near fans going to a "Rally 4 Peace" concert by Prince in Baltimore, Maryland on May 10, 2015. Musical artist Prince is holding the concert in Baltimore on Mother's Day after the death in police custody of an African American man sparked sometimes violent protests. AFP PHOTO/ ANDREW CABALLERO-REYNOLDS (Photo credit should read Andrew Caballero-Reynolds/AFP/Getty Images)

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Alto Sterling es la última víctima negra a manos de la policía en Estados Unidos. Sterling, de 37 años, falleció después de los disparos de dos policías de la ciudad de Baton Rouge, en Luisiana, cuando vendía cedés musicales en la calle. Desde que en agosto de 2014 el joven negro Michael Brown muriera a manos de un agente de la policía en la ciudad de Ferguson, son numerosos los casos que se han sucedido en Estados Unidos de violencia policial contra ciudadanos de raza negra. La violencia policial ha provocado la aparición del movimiento social ‘La vida de los negros importa’, con el que buena parte de la ciudadanía estadounidense denuncia tanto los abusos como la discriminación policial que sufren la ciudadanía afro. 

Mundo Negro, en junio de 2015, con motivo del inicio del Decenio Afro, publicó un reportaje de Ana Camacho sobre esta realidad.

 


Por Ana Camacho
Fotografías de Getty Images

Los disturbios raciales que recientemente han sumido en el caos a la ciudad de Baltimore han dejado en evidencia que la elección en 2008 de Barack Obama, el primer presidente de raza negra de EE. UU., no ha zanjado la batalla por la integración racial en este país de 316 millones de habitantes. El propio Obama, pese a atribuir los incidentes a los intereses oportunistas de unos pocos “criminales”, ha tenido que reconocer que en el trasfondo de esta crisis se halla la brecha que sigue separando a la mayoría blanca (62,8 por ciento de la población) de los 45 millones de afroamericanos (14,1 por ciento del total), que hoy constituyen la segunda minoría de EE. UU. después de la hispana.

Todo comenzó con el desgraciado episodio que el pasado 9 de agosto acabó con la vida del joven negro Michael Brown en Ferguson (Misuri) a manos de un policía. Pocos días antes, había causado un gran malestar la noticia de la absolución de un vigilante juzgado por haber matado a tiros, en 2012, al adolescente negro Trayvon Martin. La muerte de Brown desencadenó el arranque de la protesta racial. El rosario de nuevas víctimas afroamericanas en los meses siguientes a causa de errores policiales (Eric Garner, Tony Robinson, Walter Scott y Freddie Gray) fueron movilizando nuevos estallidos de indignación en 170 ciudades contra una brutalidad a la que se acusa de estar marcada por actitudes racistas contra la minoría negra. El 8 de mayo, Loretta Lynch, que se convirtió en abril de este año en la primera mujer afroamericana en ocupar el cargo de fiscal general de Estados Unidos, anunciaba la apertura de una investigación federal a la Policía de Baltimore sobre sus actuaciones tras la muerte del joven negro Freddie Gray mientras este se encontraba bajo custodia policial.

 

 Un hombre levanta sus manos en forma de corazón durante una manifestación de protesta en Baltimore.

Un hombre levanta sus manos en forma de corazón durante una manifestación de protesta en Baltimore.

 

Casi ocho de cada diez afroamericanos consideran la discriminación contra su raza como un problema muy extendido. El 51 por ciento de los blancos les dan la razón. Los unos y los otros sitúan el origen del problema en las desastrosas secuelas del tráfico que en 1619 llevó al puerto de Jamestown (Virginia) los primeros esclavos que desembarcaron en el país procedentes de África.  Desde entonces hasta 1865, año en el que la esclavitud fue oficialmente abolida, Estados Unidos fue el destino de unos 700.000 africanos víctimas de la trata, lo que supuso el 5,4 por ciento de los cerca de 12 millones de esclavos enviados a las Américas. En EE. UU. la proporción de este siniestro comercio fue inferior a las de otros puertos caribeños y latinoamericanos. Pero las leyes que mantuvieron la segregación hasta 1964, que impidieron el acceso a las urnas de los negros en el sur hasta 1965, han dejado una herida que no acaba de cicatrizar.

El doble rasero discriminatorio que se atribuye al sistema policial, judicial y penitenciario es uno de los puntos más sensibles de esta llaga. El 82 por ciento de los afroamericanos consideran que el color de la piel sigue marcando las prácticas de la Policía y suelen vincular a ello las estadísticas que confirman que los negros tienen cinco veces más posibilidades de entrar en prisión, o que un joven negro tiene 21 veces más probabilidades de ser víctima de un disparo mortal de la Policía que un blanco.

Los afroamericanos no han sido las únicas víctimas de los errores policiales en los últimos meses. Los activistas latinos se han quejado de que mientras la atención mediática tenía su foco en las víctimas afroamericanas, apenas se prestó atención a lo ocurrido con Jessica Hernandez, Antonio Zambran-Montes o Rubén García Villalpando, que también perdieron la vida en similares circunstancias. Las estadísticas policiales indican que los blancos también fueron víctimas de excesos policiales con 414 muertos en 2014, frente a las 233 víctimas afroamericanas.

 

Un mural de Trayvon Martin en un edificio en el barrio de Sandtown (Baltimore), donde Freddie Gray fue detenido el 30 de abril de 2015.

Un mural de Trayvon Martin en un edificio en el barrio de Sandtown (Baltimore), donde Freddie Gray fue detenido el 30 de abril de 2015.

 

Los sectores más radicales del activismo afroamericano han rechazado esta estadística, a la que acusan de ocultar una escandalosa situación. Es el caso de Malcom X Grassroots Movement, una organización que en 2012 publicó un informe que aseguraba que en EE. UU. cada 28 horas un hombre negro desarmado moría a manos de la Policía, guardias jurados o vigilantes vecinales en el marco de una “guerra” contra los negros que busca mantener la supremacía blanca de la era de la esclavitud. Pese a que este informe ha sido tachado de exagerado dentro del propio movimiento afroamericano, su contenido ha echado más leña al fuego de la ira popular. A ello ha contribuido la sospecha de que las autoridades han intentado tapar el problema con versiones que explicaban varias de las muertes como un acto de autodefensa. Una versión que los vídeos realizados por testigos de los hechos –convertidos en fenómenos virales en las redes sociales– han demostrado que no hacía honor a la verdad.

La polémica sobre las connotaciones racistas de la violencia policial no es nueva. Ya a finales de los años 90 Estados Unidos fue sacudido por las protestas populares que siguieron al brutal apaleamiento del afroamericano Rodney King y a la muerte de Amadou Diallo, un inmigrante guineano al que cuatro policías mataron tras dispararle más de 40 veces a la puerta del edificio de Nueva York donde vivía, al confundirlo con un violador.

Katheryn Russell-Brown, profesora afroamericana de Derecho y directora del Centro para los Estudios de Raza y Relaciones Raciales en la Universidad de Florida analizó estos episodios en Underground Codes: Race, Crime and Related Fires, libro que publicó en 2004 y en el que explica que el problema de la brutalidad policial no afecta solo a la población negra, pero que los estereotipos raciales contribuyen a que solo se establezca una relación con un patrón racista cuando las víctimas de los excesos son negros y, en menor medida, latinos.

Lo sorprendente, para esta experta, es que los propios blancos no mostrasen ninguna inquietud por el asunto de la brutalidad policial. La razón, añadía, era que esta tranquilidad era fruto de los prejuicios raciales: pese a que los datos ya entonces demostraban que el 67 por ciento de la detenciones correspondían a blancos, los estereotipos que describen al afroamericano como un delincuente, traficante de droga, vago y criminal violento les hacen asociar el crimen con… un problema de negros. Estos tópicos que los norteamericanos asumen desde niños son, para Russell, los que explican que sean los negros, y especialmente los más jóvenes, los más propensos a que su encuentro con la Policía derive en un acto de fuerza.

 

Una mujer conversa con un joven en el oeste de Baltimore.

Una mujer conversa con un joven en el oeste de Baltimore.

 

Diez años después, una investigación del Departamento de Justicia, a raíz de la muerte del joven Brown en Ferguson, ha constatado que las divisiones policial, judicial y penitenciaria de ese suburbio de San Luis –donde la mayoría es negra pero los mandos son blancos–, ejecutan rutinariamente prácticas de discriminación racial. No está claro si estas demoledoras conclusiones valdrán a la hora de aclarar la muerte de Eddie Gray en Baltimore, donde algunos de los policías implicados son negros.

En cualquier caso, las nuevas tensiones raciales han puesto sobre el tapete otras asignaturas pendientes de la integración social, las de las desventajas económicas, educativas y sociales que arrastra la comunidad afroamericana y que para muchos son las auténticas raíces del mal que cada año provoca el asesinato de 7.000 negros, en el 94 por ciento de los casos a manos de otro negro.

Cuando Obama fue elegido, solo el 62 por ciento de afroamericanos de más de 20 años tenían empleo frente al 72 por ciento de los blancos con trabajo. En 2006 terminaban los estudios universitarios el 18,5 por ciento de los negros, diez puntos menos que los adultos blancos.

La tasa de pobreza para los afroamericanos fue en 2012 del 28,1 por ciento, casi el doble que el resto de las razas, algo que también ocurrió con sus ingresos medios, sensiblemente inferiores a otras razas. Sin embargo, si comparamos los datos con los de 1959, cuando la tasa de pobreza de los negros era del 54,9 por ciento, se han experimentado significativos avances.

“No podemos comparar lo que ocurre ahora con lo que ocurría hace 50 años”, ha advertido el presidente Obama a los sectores más radicales del activismo afroamericano que han intentado convertir el actual movimiento de protesta en una prolongación de la lucha por los derechos civiles que lideró Martin Luther King hace medio siglo.  Las asignaturas pendientes, ha añadido, son muchas pero requieren constancia y paciencia.

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