¿Una crisis cerrada en falso?

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El primer ministro etíope, Abiy Ahmed, anunció el pasado 28 de noviembre el final de la guerra en Tigray. Las operaciones militares, de cuyo alcance se tienen muy pocas noticias, dejan paso a un futuro incierto. Uno de los escenarios posibles es el inicio de una guerra de baja intensidad entre el TPLF y el Ejército federal que dejaría al país en una situación de gran inestabilidad y cuestionaría el liderazgo de Ahmed.

En Adís Abeba la vida es completamente normal. La distancia que separa la capital etíope de Tigray, el anunciado final de la operación militar, y la insistencia del primer ministro, Abiy Ahmed, en dar por zanjado el conflicto, hacen que la guerra sea solo un tema de conversación. Eso sí, en las calles de la capital etíope, y sede también de la Unión Africana, se alude en voz baja a la posibilidad –no tan remota– de la comisión de algún atentado por parte de alguna facción o grupo vinculado al Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF, por sus siglas en inglés). En medio de ese temor, la pregunta ahora gira en torno a la figura de Debretsion Gebremichael, el líder de la formación tigrina, cuyo paradero es una auténtica incógnita. Las especulaciones apuntan a que puede haber huido a Sudán o a Egipto. De momento, la que ya se ha entregado al Ejército federal es Keria Ibrahim, según informa la agencia de noticias etíope ENA. La que fuera en su momento portavoz de la Cámara de Representantes de la Federación Etíope, era en la actualidad miembro del Comité Central del TPLF.

Pero, a pesar de la calma aparente que reina en Adís Abeba, Tigray es el nuevo quebradero de cabeza del Cuerno de África. Ni siquiera el anuncio realizado el pasado 28 de noviembre por Abiy Ahmed de que las tropas federales habían tomado la capital tigrina, Mekele, ha calmado las inquietudes que ha suscitado una operación militar breve y sobre la que hay más dudas que certezas.

Principales combates en Tigray y zonas de paso para los refugiados etíopes a Sudán. El principal es el de Hamadayet. Fuente Reuters. Elaboración J. L. Silván/MN. Fotografía superior Olivier Jobard/MYOP.

Primero en Twitter y después ante la Cámara de Representantes, Ahmed elogió al Ejército federal e, incluso, se atrevió a comparar su ofensiva con la Guerra de Secesión estadounidense: «No nos llevó tres años, nos llevó tres semanas». El tono empleado por el primer ministro tras el triunfo militar, junto al que utilizó para advertir a la propia Unión Africana que el de Tigray era un problema interno y que su Gobierno tenía la «responsabilidad constitucional de hacer cumplir el estado de derecho en la región y en todo el país», le alejan de la cultivada imagen del líder dialogante y suave en las formas que ha cultivado con esmero en el escenario de la política internacional.

Versiones encontradas

Si se toma por buena la versión de Adís Abeba, habrían sido suficientes 24 días para doblegar la resistencia de las tropas del TPLF, y la caída de la capital tigrina habría sido el golpe definitivo al conflicto. Sin embargo, a medida que circulaba por agencias de noticias, medios de comunicación y redes sociales el mensaje de Adís Abeba, el TPLF se empeñaba en ofrecer otra perspectiva que deja más dudas en relación al futuro. Y lo hacía por la vía de los hechos. El sábado por la noche circularon noticias del lanzamiento de cohetes desde Tigray contra la capital eritrea, Asmara, hecho que no ha sido comentado por los Gobiernos etíope y eritreo. Además, desde el TPLF insisten en recordar que siguen peleando en los alrededores de Mekele y que no están dispuestos a que la disputa acabe. Esta actitud es la que alimenta el miedo en Adís Abeba acerca de algún atentado con el sello del TPLF.

Con insinuaciones de unos y otros, la existencia de centenares o miles de víctimas se da por descontada. La disputa, también en este campo, se dirime sobre la atribución de responsabilidades. Mientras que desde el TPLF insisten en bombardeos indiscriminados, Abiy Ahmed se empeña en destacar que el Ejército federal no ha causado víctimas civiles, y que los rebeldes tigrinos podrían haber cometido masacres en los primeros días de la contienda. De hecho, este martes la Junta de Investigación del Estado de Emergencia denunció que un grupo vinculado al TPLF podría haber asesinado a más de 600 personas, cifra inicialmente ofrecida la Comisión de Derechos Humanos etíope.

Numerosos etíopes cruzan el río en el paso fronterizo de Hamadayet el pasado 19 de noviembre. Fotografía Jason Rizzo/MSF.
Posibles escenarios

Los periodistas y analistas políticos no se ponen de acuerdo, sobre todo por falta de información, en el relato del conflicto, ante el cual se abren diferentes posibilidades que, a fecha de hoy, no son más que meras conjeturas.

Una de ellas, la victoria militar relativamente fácil de Adís Abeba, supondría un respaldo significativo a la autoridad de Abiy Ahmed dentro y fuera de Etiopía. Reconocido internacionalmente, sobre todo después del restablecimiento de relaciones con Eritrea, empeño por el que logró el Nobel de la Paz 2019, la política interna desarrollada por Ahmed presenta muchas más aristas. Su Ejecutivo no solo se juega la estabilidad en Tigray, sino que tiene abiertos varios frentes con Oromia –comunidad de la que es originario el propio Ahmed–, Amhara o Sidama.

En pleno conflicto, el presidente yibutiano, Ismail Omar Guelleh, señalaba que Ahmed «tiene dos opciones: una, puede negociar con el gobierno de Tigray, con cada partido por separado y en pie de igualdad. Esto solo puede conducir a la partición de Etiopía, ya que sentará un precedente bajo el cual otros grupos regionales podrán hacer valer sus propios reclamos secesionistas. Dos, puede restaurar la ley y el orden a nivel federal y castigar a aquellos que buscan dividir el país». Por eso, y haciendo caso a la recomendación de Guelleh, el cierre rápido y contundente del problema con Mekele sería un aviso para el resto de comunidades.

Pero, además, esta solución ofrecería una respuesta a los vecinos de Etiopía, que ya no solo tendrían en Ahmed al líder que utiliza la vía del diálogo para la resolución de los conflictos, sino que también sería visto como el hombre capaz de utilizar la fuerza para aplacar la disidencia.

¿Guerra de baja intensidad en Tigray?

Sin embargo, también cabe la posibilidad de que el TPLF no se deje doblegar tan pronto y ponga en marcha un conflicto de baja intensidad en el escarpado terreno de Tigray. La facilidad que brinda la orografía tigrina para una guerra de guerrillas, junto a la probada beligerancia y eficacia del TPLF, que llevó sobre sus hombros buena parte del conflicto con la vecina Eritrea, pondrían al país en una tesitura completamente diferente.  El brillo de Ahmed decaería, podría ver complicado su triunfo en las elecciones de 2021 –aplazadas también a causa de la pandemia del coronavirus–, y situaría a Etiopía en una situación de inestabilidad, con otras regiones a la espera de ver satisfechas sus necesidades e inquietudes. De cara al exterior, el primer ministro etíope perdería relevancia, y en la actualidad tiene que cerrar todavía un asunto crucial para su país, como es la negociación de la Gran Presa del Renacimiento. Sudaneses y egipcios podrían aprovechar esta pérdida de peso específico y lograr condiciones más favorables para sus países. Además, este conflicto latente serviría también para probar la fortaleza de la “nueva amistad” con Eritrea que, de momento, parece sólida.

Una refugiada etíope descansa en el campo de Um Raquba, en la ciudad sudanesa de Gandareg, el 15 de noviembre. Fotografía Ebrahim Hamid/Getty.
Crisis de Refugiados

De momento, lo que es cierto es que miles de etíopes se han convertido en refugiados internos o han salido del país. La Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) informa de la existencia de 42.600 etíopes que habrían pedido asilo en Sudán. Médicos Sin Fronteras (MSF) ha informado de que Hamdayet, en el estado sudanés de Kassala, es el principal punto de acceso al país de los refugiados etíopes. Desde esta organización señalan que «muchas personas afirman que huyeron de sus hogares de manera abrupta y rápida, sin ni siquiera tiempo para poder coger algunos suministros básicos para el viaje. Dejaron sus pertenencias y hasta llegar a Sudán tuvieron que caminar durante horas, o en algunos casos días, en un entorno árido y muy duro». Además, ACNUR ha pedido al Gobierno de Adís Abeba que permita el acceso de ayuda humanitaria para atender a cerca de 96.000 refugiados eritreos en Tigray.

Origen del conflicto

El conflicto entre el Gobierno de Abiy Ahmed y el TPLF tiene su origen inmediato en el supuesto ataque de estos últimos a una base militar del Ejército etíope en Mekele a primeros de noviembre. A este hecho habría que añadir las elecciones regionales celebradas en Tigray sin la autorización de Adís Abeba, que las había aplazado a causa de la pandemia de coronavirus. Pero tiene también mucho que ver con los difíciles equilibrios étnicos que sustentan Etiopía, y que se han visto sacudidos por el primer ministro, Abiy Ahmed, al que muchos acusan de estar más pendiente de su imagen exterior que de cuidar a las diferentes comunidades étnicas que componen el país –Ahmed ha impulsado una política que reduce el peso de las etnias en la gobernanza etíope–. De hecho, la comunidad tigrina le acusa de desdeñar su importancia en la historia reciente de Etiopía –desde la caída de Menghistu Haile Mariam y hasta la caída de Hailemariam Desalegn los tigrinos fueron fundamentales en el Gobierno de Adís Abeba– y de sacarles de la Administración.



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