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Por Andrew Bwalya desde Lusaka (Zambia)
Situada en el sur del continente, Zambia goza de un clima típico de sabana y cuenta con importantes recursos naturales. En su territorio viven leones, leopardos, elefantes, rinocerontes y búfalos, los conocidos como «cinco grandes», que se pueden visitar, por ejemplo, en el parque nacional de Luangwa, en la provincia de Oriental. Además, esta nación sin salida al mar cuenta con las imponentes cataratas Victoria, que los lugareños llaman mosi-oa-tunya (‘el humo que truena’), y que comparte con Zimbabue, con el que mantiene una histórica discusión sobre cuál es el país desde el que mejor se ve el sobrecogedor espectáculo de una de las siete maravillas naturales del mundo.
Dividido administrativamente en diez provincias, el censo nacional colocaba su población en septiembre de 2022 en casi 20 millones de habitantes. En la actualidad, la cifra se eleva por encima de los 21 millones, de los que cerca del 15 % viven en Lusaka, la capital. Los zambianos pertenecen a alguna de las 73 etnias reconocidas en el país, que se organizan, a su vez, en alguna de las diez agrupaciones principales. A pesar de la profusión de comunidades, en Zambia conviven en relativa armonía. Cada comunidad contribuye con su patrimonio cultural a la unidad nacional.
La pacificación ha sido uno de los logros que han conseguido los nacionales. Tras la independencia y con la intención de incentivar la construcción nacional, Kenneth David Kaunda, su primer presidente, promovió la idea de «una Zambia, una nación», que se convirtió en el lema de su Gobierno. Hoy, 60 años después, esta es, en gran medida, la realidad sobre el terreno.
Los zambianos no solo son pacíficos, sino también resistentes, y una tragedia sirve para explicarlo. El 27 de abril de 1993 el país perdió a toda su selección nacional de fútbol en un accidente aéreo en Libreville, frente a la costa de Gabón. El equipo viajaba a Dakar para disputar contra Senegal un partido de clasificación para el Mundial de 1994. Poco después se formó un nuevo equipo que se proclamó subcampeón de la Copa Africana de Naciones ese mismo año, una competición que ganaría en 2013 en Gabón, donde sus compañeros habían perecido en aquel accidente aéreo 20 años atrás.
La tradición oral revela que había mucho optimismo cuando Zambia se liberó del yugo del colonialismo británico el 24 de octubre de 1964. Liderada por Kaunda, la recién independizada Zambia bullía de confianza. Adoptó un sistema multipartidista y prometía la liberación económica después de liberarse de la dependencia política.
Sin embargo, casi de inmediato, tanto el Gobierno como la formación política liderada por el padre de la patria, el Partido Unido de la Independencia Nacional (UNIP, por sus siglas en inglés), tuvieron que abordar la cuestión de la unidad nacional, considerada como un catalizador para el desarrollo del país. Los líderes zambianos entendieron entonces que un sistema multipartidista no facilitaría esa cohesión.
En 1973, el Congreso Nacional Africano de Harry Nkumbula, entonces en la oposición, fue prácticamente absorbido por el UNIP. La democracia multipartidista fue abolida en favor de una democracia participativa unipartidista con Kenneth Kaunda al timón.
A Kaunda, que gobernó durante 27 años, se le asocia sobre todo a su trabajo en la lucha de liberación durante la época colonial, que culminó con la independencia. Sus políticas aportaron estabilidad y dieron forma a la identidad de Zambia como nación en la escena internacional. Su concepción de la identidad nacional se apoyó en su filosofía del humanismo zambiano, fusionando los principios africanos del ubuntu y los valores cristianos, que sitúan a la persona en el centro de todo desarrollo. Kaunda, con buena intención, quería liberar a su pueblo de toda forma de opresión aunque, por desgracia, su humanismo era en gran medida idealista.
Las casi tres décadas de Gobierno de Kaunda se recuerdan por su carácter dictatorial. Principios democráticos como la libertad de prensa, el respeto de los derechos humanos y el constitucionalismo estuvieron ausentes o se practicaron con muchos matices. Sin embargo, fueron los problemas económicos los que obligaron al mandatario a abandonar el poder en 1991.
Ese año, el pueblo pidió un referéndum para eliminar el régimen de partido único. Kaunda accedió a las demandas populares con matices: reintrodujo la democracia multipartidista, aunque sin celebrar la consulta. Sin embargo, no revocó el estado de emergencia, que estaba vigente desde 1964. Se redactó una nueva Constitución que allanó el camino para las elecciones, celebradas el 31 de octubre de 1991. En unos comicios que se desarrollaron pacíficamente, Frederick Titus Jacob Chiluba obtuvo una victoria muy holgada. Kaunda aceptó el resultado y cedió su puesto a Chiluba.
La elección del antiguo líder sindical llevó esperanza a los zambianos y supuso un soplo de aire fresco para una sociedad casi asfixiada por las tendencias opresivas del régimen anterior. Sin embargo, aunque su partido, el Movimiento por la Democracia Multipartidista (MMD, por sus siglas en inglés), y el Gobierno prometieron mucho, acabaron haciendo muy poco.
Presionado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, Chiluba apostó por la privatización y la economía de libre mercado. Los productos básicos, que habían empezado a escasear, ahora podían importarse. De repente, la ciudadanía podía poner en marcha y dirigir empresas en los sectores de la vivienda, la sanidad, la educación o el transporte, algo que contrastaba con la economía estatal y socialista promovida por Kaunda.
En un intento de consolidar su poder y granjearse el apoyo de los cristianos, en diciembre de 1991, como regalo de Navidad, Chiluba declaró que Zambia era una nación cristiana, nominación que pronto quedó incorporada a la Constitución del país. Irónicamente, esa decisión acabaría persiguiendo a Chiluba y a su Gobierno.
Con el telón de fondo del largo período de Kaunda, el primer mandato de Chiluba fue evaluado positivamente. La gente entendió que las medidas económicas de Chiluba eran necesarias y soportó las consecuencias de los Programas de Ajuste Estructural impuestos por el conocido Consenso de Washington para mitigar la deuda externa zambiana. Sin embargo, pronto empezó a ensancharse la brecha entre ricos y pobres. La corrupción se generalizó en el segundo mandato de Chiluba y la Iglesia se apresuró a señalar esa realidad. Le recordaron al presidente que su Gobierno no vivía de acuerdo a los valores que una nación autoproclamada cristiana debía representar. En síntesis, el país pasó de ser un estado socialista de partido único a una democracia capitalista de partido único. Los poderosos y las élites se fortalecían mientras los más débiles se quedaban atrás.
Chiluba fracasó en su intento de forzar un tercer mandato que no contemplaba la Constitución, por lo que eligió a Patrick Levy Mwanawasa como su sucesor en las filas del MMD y ganó las elecciones. En un giro inesperado de los acontecimientos, el nuevo presidente promovió la investigación a su predecesor por varios casos de corrupción. Muchos analistas sostienen que Mwanawasa intentó luchar realmente contra esa lacra y reactivar la economía, pero su mandato terminó con su fallecimiento en 2008. El entonces vicepresidente, Rupiah Banda, le sucedió hasta 2011.
Tras las elecciones, una nueva formación política, el Frente Patriota (FP), dirigida por Michael Sata, antiguo miembro del MMD y aliado de Chiluba, tomó el poder, lo que supuso el fin a la hegemonía del MMD. Su mandato, marcado por el fuerte impulso a las infraestructuras, terminó con su muerte en 2013. Guy Scott le sucedió como presidente interino hasta las elecciones de 2015, en las que Edgar Lungu tomo el relevo. El gobierno de Lungu, que se prolongó hasta 2021, se asocia al aumento de la deuda externa y a varias acusaciones de corrupción masiva.
El 24 de agosto de 2021, Hakainde Hichilema, el actual presidente, derrotó a Lungu en las urnas. El Partido Unido para el Desarrollo Nacional (UPND, por sus siglas en inglés) llegó al poder prometiendo reformas y crecimiento económico. Procedente del mundo empresarial, la gente confiaba en que Hichilema podría cambiar las cosas. Tras casi cuatro años en el poder, esa confianza parece haberse evaporado.
En la actualidad, Zambia está sumida en una crisis energética y los problemas económicos son evidentes, por lo que la mayoría de la población está descontenta. Las elecciones generales en Zambia se celebran cada cinco años, por lo que todavía faltan dos para saber si los zambianos renovarán o no su confianza en Hichilema.
En estos 60 años Zambia ha tenido siete presidentes y los procesos electorales se han celebrado sin problemas. Sin embargo, aún existe un amplio margen de mejora en el sistema constitucional, el Estado de derecho, la libertad de prensa y la tolerancia política.
La economía zambiana, marcada por la fuerte dependencia de las importaciones y una gran deuda externa, ha atravesado momentos difíciles desde la independencia y los intentos por reestructurarla han fracasado sistemáticamente. Especialmente complicada fue la situación después de 1974, cuando coincidió la crisis del petróleo con el desplome de los precios del cobre, una de las principales fuentes de ingresos del país.
Zambia es el segundo productor de cobre de África y su minería sigue siendo la savia de la economía nacional. Varios inversores extranjeros han explotado en distintas épocas las minas de la provincia de Copperbelt. La cuestión que suele plantearse es el número de acciones que debe poseer el Gobierno en el sector minero para que los ciudadanos disfruten de los beneficios de los recursos naturales porque, con demasiada frecuencia, los inversores extranjeros se llevan la parte del león.
Los logros de Zambia en las últimas décadas deberían inspirar esperanza para el futuro. En un continente que ha vivido conflictos y guerras prolongadas, Zambia es un oasis. La nación no solo ha sido pacífica, sino también pacificadora, al contribuir de manera directa a la liberación de sus vecinos y acoger a miles de refugiados que huían de los conflictos en esos mismos países.
En clave interna se están experimentando importantes avances, como el crecimiento del espacio democrático, la mayor libertad de prensa y el aumento de la conciencia sobre derechos humanos y respeto a la vida. Sirva como ejemplo la ley de abolición de la pena de muerte, firmada por Hichilema el pasado 23 de diciembre de 2022.
Las infraestructuras de transportes, comunicaciones, educación y vivienda se han desarrollado bastante en los últimos años y el país tiene potencial para expandirse económicamente gracias a los numerosos recursos naturales que posee. Además, la nación cuenta con una abundante mano de obra cualificada que se ha formado dentro y fuera de sus fronteras.
Entre los retos a los que se enfrenta el país en la actualidad destaca la lucha contra los efectos del cambio climático, que se traduce en sequías e inundaciones recurrentes. En febrero de 2024 el Gobierno zambiano declaró el estado de emergencia debido a la falta de lluvias, que provocó la peor campaña agrícola de las últimas cuatro décadas en el país. Otro problema es el de la deuda externa, que en la actualidad asciende a unos 13.400 millones de dólares, según han señalado numerosos medios de comunicación internacionales. Acometer el pago de la misma supone que el Gobierno deja de invertir grandes cantidades de dinero en actividades productivas que podrían impulsar la economía. Estas partidas podrían emplearse también en mitigar la crisis climática y mejorar la calidad de los servicios sanitarios y educativos del país.
Sin embargo, el mayor reto al que se enfrenta Zambia en la actualidad es la crisis energética. ZESCO, la compañía nacional de electricidad, es incapaz de garantizar el suministro para satisfacer la demanda diaria, principalmente a causa del bajo nivel de agua en la presa de Karibu. La compañía estatal ha recurrido al racionamiento energético, dejando regularmente a industrias y hogares sin electricidad durante períodos muy largos.
El Gobierno también está lidiando con el problema del desempleo, que afecta especialmente a la población juvenil, que recurre con frecuencia a actividades ilegales para sobrevivir.
La tarea principal que tienen los zambianos en la actualidad no es luchar por la libertad frente a un amo colonial, sino lograr la independencia socioeconómica. Para lograrlo, primero deberán desprenderse de su tendencia a depender de actores externos. Aunque la dinámica global dicta que el desarrollo no se puede obtener de forma independiente, Zambia debe confiar en sus propios recursos y en la capacidad de sus gentes. El Gobierno de Lusaka debe fijarse objetivos de desarrollo realistas y perseguirlos con convicción, disciplina y compromiso. Esto se concreta en luchar contra el cáncer de la corrupción y la ineficacia del sector público. También implica una planificación y una gestión adecuadas de los recursos de los que dispone el país. La Iglesia, que ha sido un socio clave del Gobierno zambiano en el desarrollo de la nación desde antes de la independencia, también puede ayudar en este objetivo recordando esta responsabilidad a los líderes políticos y a la sociedad en general.
El sector económico debe diversificarse y encontrar otras vías de financiación para no depender en demasía de la explotación y comercialización del cobre, cuyos beneficios se escapan de las manos de los zambianos. Además, el país deberá esforzarse por modernizar y desarrollar tecnológicamente sectores como la agricultura y el turismo, de los que deberá obtener un mayor rendimiento. Ambos tienen un gran potencial de desarrollo para contribuir de forma significativa a la economía de Zambia, además de ser una fuente de empleo necesaria para los jóvenes.
En el espíritu del lema «Una Zambia, una nación», propugnado por Kaunda, el desarrollo socioeconómico de Zambia en las próximas décadas deberá beneficiar también a los sectores más vulnerables de la sociedad. No se trata solo de justicia social, sino también de una cuestión moral.
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