Una gota y el mar

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Hna. María del Amor Más Puche, desde Balama (Mozambique)




Vivo en Balama, que pertenece a la diócesis de Pemba, en la provincia de Cabo Delgado. La parroquia tiene unas 75 comunidades que visitamos regularmente. El párroco es un sacerdote diocesano y en nuestra comunidad somos cinco hermanas. En estas comunidades, los catequistas reúnen los domingos a la gente para la catequesis o para la celebración de la Palabra, y a veces, cuando el sacerdote puede desplazarse hasta allí, celebran la eucaristía.

A pocos kilómetros de la misión está activo un grupo guerrillero que, desde hace cinco años, está provocando numerosos desplazamientos internos y han matado a mucha gente, por lo que todos vivimos con miedo. En la diócesis han saqueado, destruido y quemado unas ocho misiones, que tuvieron que cerrarse. Hace dos años mataron a una de nuestras hermanas combonianas (ver MN 685, pp. 42-45), y el año pasado en esta zona raptaron a otras dos religiosas. Aunque luego las liberaron, el susto fue enorme. Todo esto supone gran inestabilidad y sufrimiento para el pueblo. Se trata, realmente, de una Iglesia perseguida.

En torno a la misión y algunas de las aldeas cercanas tenemos tres campos de refugiados en los que malvive mucha gente. Cada campo tiene capacidad para unas 300 familias, compuestas por 13 o 14 miembros como media. La situación allí es horrorosa: no hay comida ni agua. Tampoco hay escuelas ni nada parecido a un hospital. Las personas viven como si estuvieran en un desierto y mantienen su tienda en pie apenas con dos palos. Antes teníamos ayuda humanitaria de algunas organizaciones que trabajaban aquí, pero hace poco que se fueron. Procuramos hacer lo que está en nuestras manos, que es muy poco. Es una gota de agua en un mar de sufrimiento.

En medio de este dolor, como misioneras combonianas trabajamos con mujeres desplazadas. Tenemos grupos de costura, escucha, alfabetización… Sirven de gran ayuda a las mujeres porque, además de lo que aprenden, allí pueden expresar todo el dolor que llevan dentro. Hay mucho sufrimiento en sus vidas y esas pequeñas comunidades les permiten una escucha serena y sin juicios.

Acompañamos algunas iniciativas impulsadas con microcréditos durante cuatro o cinco meses. Les ofrecemos un pequeño capital con el que inician una actividad generadora de recursos. Durante los encuentros les ofrecemos una formación básica y sencilla sobre economía doméstica para que se sientan apoyadas y comprendidas. Es algo muy sencillo, pero para ellas es muy importante porque les permite disponer de un dinero y, sobre todo, ganar en autoestima. Después de este impulso inicial, son capaces de independizarse y continuar con esta actividad, que les ayuda de modo muy concreto para sacar adelante sus familias. Son mujeres luchadoras y muy fuertes que se apoyan y se sostienen entre ellas.

Tenemos muchas otras actividades a nivel pastoral, sobre todo la formación de los jóvenes. Se te encoge el corazón al ver tanta gente en esta situación de inseguridad, sin formación y sin escuelas. Algunos jóvenes se han ido fuera de la zona, mientras que los que se han quedado se organizan en pequeños colectivos. Estamos convencidas de que la educación puede cambiar las cosas, porque la formación pone las bases para que haya hombres y mujeres con otra mentalidad y un futuro diferente, con gente capaz de trabajar por su pueblo.

En este trabajo no estamos solas, siempre hay gente colaborando con nosotras, seglares que nos ayudan, que se vuelcan con el prójimo para aliviar el dolor. Estas personas son las que nos hacen seguir adelante a pesar de la inseguridad y el miedo.


En la imagen superior, la Hna. María del Amor junto a una mujer y varios niños en una de las comunidades atendidas por las misioneras combonianas de Balama. Fotografía: Archivo personal de la autora.

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