¿Una historia mal contada?

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La libertad religiosa, objeto de reflexión para musulmanes y cristianos en Nigeria


Por Alfonso Masoliver



En el país más poblado del continente, miles de personas mueren todos los años de forma violenta. Más allá de las motivaciones religiosas, los asesinatos en las comunidades cristiana y musulmana se deben a una maraña de factores cuyos vínculos rara vez se explican.



Cuando un miembro de la Iglesia católica es asesinado en el norte de Nigeria, su parroquia notifica la muerte a las organizaciones que operan en la zona. La víctima es así introducida de forma automática en la lista de cristianos asesinados en Nigeria. De una manera dolorosa aunque burocrática, un cristiano vivo pasa a ser un número encajado en una lista de cristianos asesinados que en 2022 superó los 4.000 nombres, según especificaron diversas organizaciones religiosas en los meses de noviembre y diciembre del año pasado. Pero los números deben interpretarse adecuadamente en un país de 220 millones de habitantes y donde, por poner un ejemplo, 44.200 personas fueron asesinadas en 2019. Tres años más tarde, en 2022, el país se encontraba en el puesto 143 –de un total de 163– en el Índice Global de Paz. 

Pocos llegan así a preguntarse cuántas de esas 4.000 personas fueron asesinadas precisamente por ser cristianas, y no por una causa ajena a su religión, como sucede con las miles de víctimas restantes. Y se establece un discurso concreto y contundente que parte de las víctimas cristianas de la lista. A partir de ese dato se llega a la conclusión de que en Nigeria se asesina a los cristianos. Sin vuelta de hoja. Se habla de que, en Nigeria, los musulmanes asesinan a miles de cristianos cada año. Queman las iglesias. Secuestran a sus hijas. 


El artesano Anthony Agasy trabaja en su taller de Onitsha en una imagen de Jesucristo. Fotografía: Patrick Meinhardt / Getty

«Haría falta tomar cada caso por separado»

El padre Aghadi, capellán del Hospital Universitario de Lagos, no comparte este punto de vista. Pese a que confirma los violentos acontecimientos que sufren sus hermanos en la fe en el norte del país, tampoco niega que «incluso en el norte, muchas discusiones personales acaban derivando hacia la visión religiosa». Pone como ejemplo una anécdota ocurrida en una localidad del centro del país. Habla de un joven musulmán que sostuvo una riña con el imam de su pueblo, una discusión común y corriente que terminó con el joven orinándose a modo de venganza en el murete de la mezquita local. No tardó en correrse la voz de lo sucedido, formándose en la localidad una suerte de teléfono escacharrado donde la culpa de lo sucedido recayó sobre otro joven, cristiano e inocente del pecado del que le acusaban, algo que enfureció a la parte musulmana del pueblo y que les enfrentó contra la facción cristiana. Así explica el padre Aghadi que muchas de las muertes no dejan de ser el colofón a «discusiones comunes por la extensión de los campos o peleas entre vecinos que, como añadido, involucran a cristianos contra musulmanes. Y sus diferencias religiosas pueden acrecentar el problema». Hace un inciso para insistir en el hecho de que no puede establecerse un patrón de violencia a la ligera, sino que «haría falta tomar cada caso por separado si queremos exponer con certeza la situación de los cristianos en Nigeria».

Del mismo modo, tanto él como los imames entrevistados en el estado de Plateau reconocen que los ataques premeditados contra cristianos apenas suceden entre personas de una misma localidad, sino que son ejecutados por elementos externos como los grupos yihadistas que ejecutan a los señalados, o pastores de la comunidad fulani venidos del norte. Algunos yihadistas proceden de Camerún, otros de Níger o de República Centroafricana, y los fulanis llegan de cualquiera de los otros estados norteños de Nigeria. Esto implicaría que, a la hora de referirnos a los ataques contra cristianos en Nigeria, no podría culparse tanto a los nigerianos musulmanes en su conjunto, sino a elementos subversivos muy concretos que derrumban cada atisbo de paz posible. Testigos sobre el terreno entre la población cristiana aseguraron igualmente a este periodista que los musulmanes de sus pueblos ayudaron a reconstruir sus iglesias después de ser atacadas por estos agentes externos. De la misma manera que varios religiosos cristianos entrevistados reconocieron tener constancia de ataques de cristianos contra mezquitas, o de agricultores cristianos que iniciaron conflictos contra pastores musulmanes en el centro del país.

Los matrimonios mixtos demuestran la inocencia de la mayoría de la comunidad musulmana. Tal es el caso de Yusuf, un ciudadano musulmán de Abuya cuya mujer es cristiana. Yusuf muestra un malestar visible cuando escucha que no existe paz entre los cristianos y los musulmanes de su país, poniéndose a sí mismo de ejemplo: «Mi mujer es cristiana y yo soy musulmán, mis suegros son cristianos, nos casamos en una ceremonia mixta y no hubo ningún problema. Es más, fueron mis padres quienes me obligaron a casarme con ella después de dejarla embarazada». Las hijas de Yusuf son cristianas, algo que él acepta sin molestarse. 


Un grupo de católicos durante la oración del Via Crucis en la catedral de Lagos el pasado 24 de febrero. Fotografía: John Wessels / Getty

Etnicismo, animismo y política

Aunque las cifras oficiales determinan que solo un 10 % de la población nigeriana practica el animismo –frente a un 45 % cristiano y un 46 % musulmán–, la realidad del país muestra una creciente inclinación hacia la doble religión: muchos musulmanes y cristianos realizan prácticas animistas de forma continuada. Exceptuando a la comunidad fulani, cuya islamización es casi completa, o los ibos, fuertemente cristianizados por su localización próxima a la costa, otras etnias muy numerosas como serían los haussas –cuyos eruditos musulmanes aceptan las religiones híbridas desde el siglo XIX– o los yorubas tienen muy en cuenta su pasado cultural y religioso previo a la introducción de las religiones monoteístas. Estas prácticas híbridas no han dejado de ser criticadas pese a su persistencia desde los años de la colonización, en especial dentro del marco cristiano.

Incluso existe en Nigeria, desde los años 70, una práctica religiosa conocida como chrislam, que no deja de ser una mezcla de las prácticas cristianas y musulmanas. Los fundamentalistas musulmanes de Nigeria desean erradicar este tipo de prácticas, lo que les empuja a matar también a musulmanes que practiquen la doble religión. Esto explica que asesinen a tantos musulmanes –o más– como cristianos. Pero, otra vez, no debe confundirse a los fundamentalistas con los musulmanes corrientes a la hora de tratar la convivencia entre cristianos y musulmanes en Nigeria. 

En una nación tan compleja, reducir el conflicto cristiano-musulmán a un plano puramente religioso supone una simplificación del problema. La brecha entre una religión y otra cuenta con un fuerte componente económico que se remonta a los años de la colonización inglesa. Basta ojear un mapa para -comprobarlo. El norte de Nigeria es de mayoría musulmana por sus vínculos con la región del Sahel y la influencia de las rutas comerciales establecidas por los musulmanes durante el medievo; mientras el sur, costero y próximo a las principales ciudades ocupadas por los británicos, bebió del proceso evangelizador que acompañó a las colonias. Fueron los británicos quienes facilitaron el acceso de los cristianos del sur a los puestos administrativos de mayor importancia, procurando crear una élite local que se adscribiera a los intereses de Reino Unido. Este tipo de favoritismos –similares a los vistos en Ruanda o Argelia– resultó clave en los choques entre universitarios cristianos y musulmanes en la década de los 70, pero también ha contribuido a crear un país dividido en dos: un norte pobre, rural y musulmán, frente a un sur rico, urbanita y cristiano.  

Como sucede con la mayoría de los conflictos que se suceden en el mundo, el del norte de Nigeria también cuenta con un factor económico a la hora de reclutar a seguidores dentro del territorio nacional. Un estudio realizado en febrero de 2017 por The Network of Religious and Traditional Peacemakers incluyó el incentivo económico como una de las estrategias de reclutamiento preferidas por Boko Haram. Se recogieron datos que confirmaban que hasta un 26 % de los militantes se alistaron para conseguir un salario fijo, mientras se citaba un estudio previo donde se establecía que la pobreza en los estados de Borno y Kaduna era la segunda razón más importante a la hora de adoptar el extremismo religioso como alternativa. 

Igual que el económico, hay un factor étnico. Los imames y sacerdotes entrevistados confirman que este elemento resulta fundamental a la hora de explicar cada una de esas muertes «concretas» que narraba el padre Aghadi. Era el propio jesuita quien se lamentaba de que las estadísticas no presten la debida atención a las etnias de los asesinados, además de considerar sus religiones. En el conflicto comunal que lleva desarrollándose en Nigeria desde 1985 se mezclan religión y etnicidad, superponiéndose una y otra, confundiéndose hasta un punto en que se desconoce qué vino primero, si el huevo o la gallina, si Dios o la identidad. Y cuando un pastor fulani asesina a un agricultor tarok se desconoce si le mató por ser tarok, por ser cristiano o, simple y llanamente, porque miró a la esposa del otro con los ojos acezantes.

Rita, una mujer cristiana que vive en el estado de Kano, niega que haya demasiados choques entre cristianos y musulmanes en el norte porque «es una zona de mayoría musulmana», mientras que muchos de los conflictos allí son «por motivos principalmente políticos que luego adoptan tintes religiosos. Pero tampoco sería raro encontrar a agricultores musulmanes aliados con los agricultores cristianos en el momento de enfrentarse a los pastores». Pese a la complejidad del dilema, el tarok asesinado entraría de manera automática en la lista de los cristianos muertos de forma violenta, insertando a su vez a todos los nigerianos en la lista de la intolerancia religiosa. 

Podría representarse la situación con el asesinato de 40 cristianos en el estado de Kaduna en diciembre de 2022. Hombres armados irrumpieron en la localidad de Mallagum pocos días antes de Navidad, atacando a las víctimas en sus hogares y prendiendo fuego a varios edificios. En las declaraciones posteriores recogidas por los medios de comunicación nigerianos, los testigos calificaron a los atacantes de «pastores fulanis» y de «bandidos», como los que atacaron el año anterior una localidad próxima –en este caso murieron también varios musulmanes–. Aunque el ataque de diciembre de 2022 fue perpetrado en exclusiva contra cristianos y debe tratarse como un acto de violencia religiosa, en las declaraciones puede observarse el componente étnico de la mano de los pastores citados –además, ninguna de las víctimas fue fulani–, mientras que la alusión al bandidaje hace suponer que se trata de grupos armados que asolan la zona de forma periódica sin importar el credo de las víctimas. Igualmente, se criticó entonces que las Fuerzas de Seguridad nigerianas no actuaron, o no quisieron actuar, debido a «la fuerza política de la que gozan los fulanis en Kaduna». 


Varios musulmanes en la Mezquita Nacional de Abuya, el pasado 24 de febrero. Fotografía: Michelle Spatari / Getty

Los musulmanes, afectados

Así, un conflicto religioso –auspiciado por el yihadismo–, un conflicto comunal –provocado por los desplazamientos de los pastores fulanis–, un conflicto socioeconómico –con origen en la época colonial– y un conflicto político –nacido de una conglomeración de ideas– se tratan por separado, cuando es común que un pastor fulani sea musulmán y pobre, mientras que la persona a la que se enfrenta puede ser un cristiano, pero también un individuo de la etnia tarok o un agricultor. No se trata de restar importancia a la muerte de cristianos en Nigeria, sino que es obligatorio resaltar que existe una convivencia probada entre musulmanes y cristianos en el país. «Nigeria es un país muy grande», en palabras de Rita, y hace falta recordar que, tan solo en 2019, 44.500 nigerianos, la mayoría de ellos musulmanes, fueron asesinados. ¿Significa esto que existe una violencia vicaria contra los musulmanes? Y si fuera así, ¿los cristianos serían culpables o inocentes de los asesinatos? 

Los números son engañosos en ocasiones, pero también representativos. De 66 millones de cristianos en Nigeria, más de 4.000 fueron asesinados en 2022. Sin perder de vista la tragedia que supone esta cifra, el número de fallecidos supone un 0,006 % del total de la población cristiana. Si tomamos como referencia los números globales de homicidios en el país en 2019, ya citados, esa cifra supone un 0,02 % del total de la población, lo que significa que el porcentaje de cristianos asesinados es inferior a la media de homicidios nacional. 

Los inocentes sufren un error de perspectiva en sus propias carnes. Para individuos como Yusuf, no es justo estimar a los nigerianos musulmanes como agrupaciones violentas. Él lo expone con claridad, igual que hicieron los otros: «El problema en Nigeria es la violencia. Señalar a unos como culpables y a otros como víctimas desarma a unos y arma a los otros, cuando la verdad es que las víctimas y los culpables son diferentes en cada caso».   



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