Publicado por José Naranjo en |
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La llegada del senegalés Macky Sall a la presidencia de la Unión Africana (UA) este mes de febrero debería suponer un nuevo impulso a la presión que están ejerciendo los países del continente para reformar el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (ONU) e incluir en él a dos naciones africanas como miembros permanentes. Senegal forma parte del C-10, órgano encargado de hacer lobby en esta dirección, y tanto Sall como su antecesor al frente de la UA, el sudafricano Cyril Ramaphosa, insistieron en esta reforma el pasado mes de diciembre durante un encuentro en Dakar.
La cuestión no es banal. África tiene el 17 % de la población mundial y el 25 % de los países miembros de la ONU, y nada menos que la mitad de los asuntos tratados en el Consejo de Seguridad y la mayor parte de las misiones de paz desplegadas en el mundo conciernen a África, el único de los cuatro grandes continentes que no tiene un asiento permanente, ocupados desde 1945 por Estados Unidos, China, Francia, Reino Unido y Rusia, que en tiempos de la creación de este organismo, tras la Segunda Guerra Mundial, era la Unión Soviética. El desequilibrio es más que evidente, tal y como pusieron de manifiesto Sall y Ramaphosa.
El mundo ha cambiado muchísimo desde entonces. El fin del colonialismo y la Guerra Fría o la emergencia de nuevas potencias han alterado el orden mundial. Sin embargo, la ONU sigue anclada a un anquilosado reparto de poder que erosiona su legitimidad de manera creciente. Entre otras cosas, África, que en la actualidad cuenta con dos de las diez plazas rotatorias –ocupadas por Gabón y Ghana–, exige que el Consejo de Seguridad se amplíe de cinco a 11 miembros permanentes y que al menos dos de dichos asientos vayan a países africanos.
Pese al evidente reequilibrio que supondría la propuesta africana, esta no ha encontrado los apoyos necesarios para salir adelante. Ningún miembro permanente del Consejo de Seguridad parece haber recogido el guante. Tan solo Alemania, excluida de igual forma de este organismo como perdedora de la Segunda Guerra Mundial, ha mostrado sensibilidad hacia una reforma de la que también podría sacar tajada, al igual que Japón, Brasil e India, todos ellos incluidos en el llamado G-4.
Los detractores de la propuesta africana esgrimen la inestabilidad política del continente y la escasa aportación financiera de África a la ONU, un 0,01 % frente al 25 % de Estados Unidos, por poner un ejemplo. Además, ningún miembro permanente se ve seducido por la idea de ceder parte de su poder, que incluye la capacidad de bloquear las resoluciones adoptadas en el Consejo de Seguridad mediante el derecho de veto. La batalla es dura, pero nadie la da por perdida. Entre bambalinas, África trata de convencer sobre todo a China y Rusia, con grandes intereses en el continente africano, agitando el árbol de los favores. Y es que algún día habrá que corregir esta injusticia flagrante y vestir al rey desnudo.
En la imagen, de izquierda a derecha, los presidentes de Senegal, China y Sudáfrica, Macky Sall, Xi Jinping y Cyril Ramaphosa, en el Forum On China-Africa Cooperation celebrado en Pekín en septiembre de 2018. Fotografía: Lintao Zhang / Getty
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