Urbana y decolonial

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Claves para entender el crecimiento de las ciudades en el continente africano



Por Gemma Solés i Coll




La población urbana crece de forma galopante en la región subsahariana mientras esboza un nuevo horizonte desde profundas heridas coloniales. 

Las ciudades africanas son la mejor metáfora de cómo el proyecto colonial europeo y capitalista triunfó más allá de sus fronteras. A un ritmo frenético, África ha pasado de ser el continente menos urbanizado –con un puñado de polvorientos epicentros logísticos para la extracción de materias primas por parte de potencias coloniales– a ser la región con la urbanización más acelerada del planeta. Sería una auténtica pesadilla para el fundador de Tanzania, Julius Nyerere, ver cómo su proyecto de ujamaa socialista implícitamente antiurbano se volatilizó al tiempo que Dar es-Salam trepaba en la clasificación de las megaurbes globales como la segunda ciudad de más rápido crecimiento del mundo para 2035. 

Con una diversidad de urbanismos y dinámicas tan complejas como las historias que les han ido dando forma, las metrópolis africanas se extienden hoy a lo largo y ancho del continente como auténticas distopías. Capitales como Bamako (Malí), portuarias como Lomé (-Togo), secundarias como Saint Louis (Senegal) o inteligentes como Kigali  (Ruanda) son auténticos hervideros sociales y espacios donde el encuentro entre culturas y distintas formas de ser y estar en el mundo son un –continuum insoslayable que da respuestas diversas a retos comunes. 

Si bien los principales abordajes que se hacen sobre el África urbana tienen focos de interés muy centrados en los desafíos, uno de los más mediáticos es su vertiginoso crecimiento demográfico. El crecimiento poblacional que están experimentando las urbes africanas no es comparable con ningún otro punto del planeta. Además, las peculiaridades de la rápida transformación de espacios urbanos en el sur del Sahara los convierte enparadigmas perfectos de aquello que el teórico urbano Mike Davis ya bautizó en 2005 como «planeta de ciudades-miseria». 

Panorámica de Antananarivo (Madagascar) en diciembre de 2020. Fotografía: Henitsoa Rafalia / Getty

Características del bum

El fenómeno de la urbanización africana es, cuanto menos, desafiante. Es erróneo pensar que el continente africano era rural antes de la colonización. Como atestiguan los historiadores y cronistas de la época, mientras Europa permanecía encerrada en sí misma durante un medievo donde la mayoría de población vivía azotada por enfermedades, los residentes urbanos africanos eran más numerosos.  

Sin embargo, la historia urbana moderna revela transformaciones vertiginosas. Mientras en la década de 1960 la población de las ciudades no llegaba al 15 %, en 2030 la mitad de África ya será urbana, y para 2050 sus calles albergarán a más del 60 % de su población. Muy pronto de hecho, África será hogar de seis de las principales megaciudades del planeta. Mientras Lagos (Nigeria), El Cairo (Egipto) y Kinshasa (RDC) -están a punto de albergar a más de 20 millones de habitantes, Luanda (Angola), Dar es-Salam y Johannesburgo (Sudáfrica) superarán los 10 millones de habitantes. 

Los estudios demográficos más recientes determinan tres causas básicas de esta «revolución urbana».  La principal: el crecimiento natural de la población debido al aumento de la esperanza de vida y la natalidad. En segundo lugar, está el éxodo rural porque, aunque en la década de las independencias hubo un efecto llamada importante, dejó de ser un componente relevante más allá de casos particulares como el de los refugiados. Y en menor medida, la recalificación de terrenos urbanos y el auge de las ciudades secundarias, las más numerosas del continente. 

Abrumados ante la irrefrenable tendencia urbanizadora, se palpa la angustia de planificadores urbanos y gobiernos locales, conscientes de las graves implicaciones del laissez faire urbano en las agendas internacionales del pasado siglo. ¿Qué consecuencias conlleva una transformación tan apresurada y profunda para las sociedades africanas? ¿En quién recae la responsabilidad de la actual insostenibilidad urbana del continente? ¿Cómo el empleo de vehículos de segunda mano provenientes de Europa contamina el aire que respiran los dakarois y cómo revertirlo? ¿Cómo ha afectado al bum inmobiliario la crisis de suministros derivada de la limitación de vuelos internacionales en plena pandemia de la Covid-19? ¿Y la actual guerra Rusia-Ucrania? 

Hay un sinnúmero de aspectos preocupantes en los que podríamos ahondar cuando hablamos de las ciudades africanas contemporáneas. Pero en cualquiera de ellos, hay una respuesta de corte estructural que nos remite a la colonización y las posindependencias. 

Zona de tiendas en la avenida Habib Burguiba (Túnez), el pasado 14 de diciembre. Fotografía: Fethi Belaid / Getty

¿Quién es responsable?

No solo hay que señalar como responsables de las disfunciones urbanas actuales a la forma en que las antiguas metrópolis diseñaron el urbanismo moderno africano, sino también de la respuesta urbana al mundo multipolar en el que vivimos. No es casualidad que Adís Abeba (Etiopía), sede de la Unión Africana, sea la ciudad que más ha invertido, con apoyo de China, en transporte público o infraestructuras viarias, siendo la primera en construir un metro en 2015, o que cuente con una prometedora industria textil y de confección que la está dando a conocer como «la nueva Bangladesh». Poco importan para las cuentas estatales las protestas que desencadenaron en 2014 la usurpación de tierras oromo para la expansión de la capital etíope y que están en el trasfondo de la actual guerra que el Gobierno federal mantiene en Tigré. Y es que, como Adís Abeba, las ciudades africanasgeneran el 50 % del producto interior bruto de toda la región, convirtiéndose en auténticos centros de poder económico. La duda de quiénes (y cómo) controlan este poder es probablemente el quid de la cuestión. 

Los pilares de una distopía 

Una de las características más evidentes en el fenómeno de la urbanización africana es la pobreza. En términos globales, y con grandes matices según el país, alrededor del 62 % de los habitantes urbanos residen en asentamientos informales. Esto significa que la mayor parte del crecimiento demográfico de África se da en barrios empobrecidos con falta de servicios donde su población depende mayoritariamente de la economía sumergida. En este sentido, el proceso de urbanización africano nada tiene que ver con el occidental. Mientras otros continentes como Europa vieron crecer los conjuntos urbanos debido al éxodo rural de un proletariado industrial llamado como mano de obra en las fábricas instaladas en centros urbanos, África está viviendo un proceso de urbanización sin oportunidades de trabajo que ni siquiera se asemeja al de otros continentes del sur global. No en vano, se está construyendo una imagen estereotipada de las ciudades africanas como espacios degradantes, indecentes y sin esperanza. Pero la exclusión y la marginación también tienen su génesis. 

En África, los proyectos urbanísticos modernos se dibujaron como parte de los objetivos extractivistas de las administraciones coloniales. Las ciudades coloniales proyectaron urbanismos que sirvieron exclusivamente a sus objetivos. Se puede observar cómo ciudades que cayeron bajo el yugo galo como Abiyán (Costa de Marfil) impusieron un urbanismo que reflejaba su modelo de control directo y donde se pretendía poder controlar desde cada cruce de calles el máximo de metros posibles. Mientras, ciudades que se gestaron en el modelo británico como -Nairobi (Kenia) son reflejo de una dominación indirecta muy en la línea del apartheid

Vista de una calle de Luanda (Angola), una de las ciudades de mayor crecimiento del continente. Fotografía: Dogukan Keskinkilic / Getty


La capital keniana, por citar un caso concreto, fue una «ciudad tricolor» donde los funcionarios británicos blancos habitaban en los lugares más elevados, esquivando la malaria. Los negros, en el otro extremo, tenían restringida la entrada a la zona administrativa y comercial. Existían permisos de edificación que los negros no podían permitirse, así como materiales de construcción importados a los que no podían acceder. Mientras, la comunidad india, llegada como una especie de ciudadanos de segunda para servir a la administración colonial, estaba entre ambas y se le permitía construir cerca de las zonas residenciales blancas. Así se impuso un urbanismo excluyente blindando a la minoría colona a golpe de normativas municipales que ilegalizaban la presencia de la población local. 

Consecuencia directa de ello es que hoy, y en condiciones de hacinamiento y abandono administrativo, el 5 % de la superficie de Nairobi está habitada por el 60 % de sus residentes, mientras una minoría posee la mayor parte de la ciudad con casas ajardinadas y alambradas que intentan proteger el privilegio de haber heredado el poder y la ley. Es lo que se conoce como la losa colonial del urbanismo africano. 

La herencia de la colonia

La poscolonización sigue vapuleando a los hijos, nietos y bisnietos de aquellos primeros migrantes rurales que llegaron a la nueva Nairobi –la ciudad que se erigió en tierra masai  prácticamente de la nada para poder construir el ferrocarril que unía Uganda con el puerto de -Mombasa (Kenia)–. Una mirada panorámica a los famosos slums de Kibera, Mathare o Kawangware, muestra una aglomeración alrededor de zonas pantanosas donde en época de lluvias afloran los flying toilets, simples bolsas de plástico con heces que salen disparadas por las ventanas formando sedimentos de deshechos a falta de retretes y agua canalizada. Al fin y al cabo, ¿para qué va a invertir en los asentamientos informales un Gobierno que sigue especulando y vendiendo terreno habitado por pobres a propietarios ricos que construyen bloques de pisos y centros comerciales sin parar? El plan de ordenación municipal de Nairobi es calcado al de 1948. Y basta consultar la prensa local de cualquier ciudad para comprobar cómo la lacra de los desalojos forzosos en barrios empobrecidos se produce a diario en todas las urbes del continente. 

¿Una burguesía urbana? 

Pero también existe otra realidad. Cuando, en 2009, la economista zambiana Dambisa Moyo se llenaba la boca con datos macroeconómicos para demostrar la capacidad de negocio del continente desde ese tan aclamado Africa rising, no hacía más que hablar desde el privilegio de ser parte de una burguesía perteneciente al África urbana que acabamos de relatar. Repleta de cafeterías cool frecuentadas por expatriados blancos, trabajadores humanitarios y turistas, su Lusaka natal también es presa de una gentrificación galopante, con pisos turísticos anunciándose en plataformas como Airbnb al mismo precio la noche que lo que suele cobrar mensualmente el 70 % de su población. 

No es de extrañar que esta narrativa calara tan hondo. Al fin y al cabo, tras la crisis de 2008, muchos cerebros fugados durante décadas volvieron al continente, y con un Internet muy operativo en sus urbes, empezaron a revolucionar algunos sectores económicos y a exportar una imagen rompedora de la juventud africana, muy lejos de los mediáticos saltos de valla en la frontera sur. El fenómeno se puede ver de forma muy clara en la serie The African City, una especie de Sexo en Nueva York grabada en Accra (Ghana) que descolocaría a cualquiera cuyo imaginario de África sea la imagen explotada por las grandes oenegés occidentales del niño famélico con moscas en la nariz. 

Si bien la clase media africana es un tema recurrente para el afropositivismo de corte capitalista, calcular la burguesía urbana del continente puede llevar a grandes confusiones. El Banco Africano de Desarrollo alardeaba hace una década de que el 34 % del continente ya podía considerarse clase media. Sin embargo, sus cálculos incluían a trabajadores tanto formales como informales que podían cobrar dos dólares diarios. 

¿Se puede considerar clase media al reponedor de un supermercado o a un barrendero municipal? Desde luego, el peso de la clase media en África, eminentemente urbana, es muy cuestionable. Y aunque existe y tiene una gran relevancia para el sector tecnológico o el cultural, no se puede tomar como una muestra representativa de las sociedades urbanas contemporáneas del continente.

Una chica y un niño en un barrio popular de Lusaka (Zambia). Fotografía: Marco Longari / Getty


Proyectos para mejorar la ciudad 

Sin embargo, los residentes de estas ciudades diversas y repletas de incoherencias e irresponsabilidades tienen un rasgo común incuestionable: la resiliencia. Habitantes comprometidos y afectados por los continuos desalojos forzosos en Port Harcourt (Nigeria) se han aglutinado alrededor del proyecto de comunicación Radio Chicoco para divulgar y hallar estrategias de lucha común entre los más desfavorecidos. En Kinshasa, la empresa social Made in Congo ha fabricado una aspiradora fluvial para limpiar los riachuelos de la ciudad de plásticos y residuos sólidos, que luego transforma en pavimento reciclado, generando puestos de trabajo sostenibles y ofreciendo materiales locales para asfaltar las calles de la capital. En un suburbio de Windhoek (Namibia), sus mujeres trabajan para la seguridad alimentaria de los hogares urbanos más vulnerables en Build Back -Better, un proyecto basado en agricultura urbana. En Dar es-Salam, el programa SARSAI para la seguridad vial en áreas escolares ha conseguido reducir los accidentes de tráfico alrededor de las escuelas, facilitando la escolarización a los más pequeños. En Maputo (Mozambique), constructoras respetuosas como Minha Casa o Casas melhoradas desarrollan proyectos de mejora de barrios empobrecidos a la vez que evitan su gentrificación.

Hay infinidad de proyectos ciudadanos que muestran múltiples formas de contener las iniquidades que se siguen dando hoy en el territorio urbano africano. Pero especialmente, y cada vez más, hay un reconocimiento de la ciudadanía como pilar para la construcción de ciudades sostenibles. Existe una plétora de esferas dentro de la gobernanza urbana que están forzando a ayuntamientos y administraciones locales a la horizontalidad en la toma de decisiones, y que tarde o temprano obligarán a revisar y reescribir la historia urbana del continente desde sus márgenes. 

Desde los sindicatos de vendedores ambulantes luchando para que se les concedan permisos para operar en una esquina determinada, pasando por los líderes y lideresas tradicionales mediando entre jefes de distrito y alcaldes en época preelectoral, a los gremios de transportistas interurbanos unidos por un descenso de precios en los permisos de circulación, a un grupo de feministas universitarias organizándose para conseguir calles más seguras…, las ciudades africanas se van dibujando y desdibujando simultáneamente, mientras lidian como pueden con normativas cartesianas que separaron el mundo urbano africano entre lo formal y lo informal, lo legal y lo ilegal, lo visible y lo invisible, en un mundo en el que el blanco y  el negro nunca existieron. 

Las urbes del continente son hoy una amalgama de fuerzas centrífugas en descolonización donde las leyes municipales aún no son reflejo de sus actores reales ni de sus necesidades. Urbanización y descolonización conforman un par indisociable en el África contemporánea, y cada urbe decidirá, con mayor o menor grado de violencia y conflicto, la forma en la que sentar las bases del futuro, ya para todos innegablemente urbano.  

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