Urbanismo antiguo

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Los imperios africanos impulsaron el desarrollo de las ciudades en el continente



Por José Luis Cortés López




Aunque la colonización contribuyó a su desarrollo urbanístico, África ya había conocido el florecimiento de las ciudades desde tiempos antiguos. El autor recorre parte de esas ciudades a través de lo que dijeron de ellas los primeros cronistas del continente.

La cornisa mediterránea fue la región donde se desarrolló el urbanismo más antiguo, obra de fenicios, cartagineses y griegos, a los que Roma sometió e impuso sus cánones arquitectónicos y decorativos:Leptis Magna y Sabratha (Libia), fenicias; Kerkuane, Cartago (Túnez) y Tipasa (Argelia), cartaginesas; Cirene (Libia), griega; y otras como Berenice (Benghasi), Adrianápolis (Driana), Tauchira (Toera), Trípoli y Tolemais (Tolmetta) se encontraban en la emporia púnica, una ruta comercial marítima entre Alejandría y Cartago, cuyo producto principal era el aceite.

Roma levantó ciudades para colonizar o defender –las argelinas Djemila y Timgad– y administrar –la tunecina El Djem y la marroquí Volubilis, capital de la Mauritania -Tingitana–. De estas salía una red de pistas hacia el interior que enlazaba con las rutas caravaneras saharianas. 


Mapa de Tombuctú de Renné Caillié (1799-1838). Fotografía: Getty

Urbes en el Sahara 

Fueron centros comerciales que -relacionaron el Mediterráneo con África tropical, como Ghadamés, de la que Al-Bakri escribió en Los caminos y los reinos que era «bonita ciudad, bien regada con un palmeral». Ualata, con un gran mercado de oro, marfil, esclavos, plantas aromáticas, sal, goma, cobre, tapices o dátiles, según León Africano –autor de la Descripción de África–, «se hizo pobre (…) y la gente vive en la más grande miseria».Teghazza abastecía de sal a toda la región, y allí «se cierran tratos por muchísimos quintales de oro en polvo», escribió Ibn -Battuta en A través del islam, y afirmó del enclave de Takkeda que «las gentes no tienen otra labor que el comercio. Viajan anualmente a Egipto de donde traen cuanto allí hay de bueno, de telas y otras cosas. Viven en la abundancia y el bienestar».

Otro geógrafo, Ibn Hwkal, autor de Configuración del Mundo, escribió sobre Sijilmasa: «Todavía se ven grandes palmares, hermosos vergeles y jardines (…) Los habitantes son generosos y alegres; se distinguen de las gentes del Magreb por su exterior y comportamiento. Se constata en ellos el gusto por la ciencia, pudor y modestia, una cierta elegancia del cuerpo, práctica de virtuosas cualidades, de la compostura y de la moderación (…) Los palacios tienen portadas altas y sólidamente construidas».

El mismo autor dejó también pinceladas de otras ciudades. De Agmat dijo que «allí se encuentra todo género de artículos y de mercancías»; de An-Nafis que es «muy antigua (…) muy poblada y próspera»; consideró a Tamrurt «coqueta y encantadora»; a Kuga «la más rica en oro de todos los países de los Negros»; a Tadmekka «la que más se parece a La Meca»; a Uargla «una aglomeración de siete pueblos fortificados». Por Agadez pasó León Africano y se admiró de sus casas bien construidas «porque sus habitantes son casi todos mercaderes extranjeros».



Los miembros de la corte, con sus tradicionales trompetas, dan la bienvenida en 2004 a Mohammadu Naccido, sultán de Sokoto (Nigeria). Pius Utomi Ekpei / Getty

Los imperios sahelianos

Eran la meta de las pistas caravaneras. Audaghost fue el principal mercado de oro. «Es una gran ciudad (…) La gente vive con holgura y posee muchos bienes (…) Se encuentran bellas construcciones y casas muy elegantes (…) Su oro es el mejor y el más puro del mundo». Muy cerca surgió el imperio de Ghana, cuya capital, Kumbi Saleh, tal y como relataba Al-Bakri, «se compone de dos ciudades (…) Una está habitada por los musulmanes (…) la otra es la ciudad del rey».

Niani fue la capital del imperio de Malí. Ibn Khaldum la presentó como «muy extendida, muy populosa y muy comercial (…) un lugar de parada para las caravanas que vienen del Magreb, Ifriquiya y Egipto. De todos lados envían allí mercancías». Quedó eclipsada por Gao, capital del imperio songhay, «una de las más famosas del país de los negros», y «sus habitantes son ricos comerciantes que circulan constantemente por la región (…) Allí llega una infinidad de negros con una gran cantidad de oro para comprar objetos importados de Berbería y de Europa», según dejaron escrito, respectivamente, Al-Idrissi, Battuta y  León Africano.

El florentino Benedicto Dei visitó Tombuctú en 1470 y afirmó: «Se hacen muchos negocios vendiendo gruesos paños, sargas y tejidos». Un siglo más tarde, León Africano señalaba un giro en los negocios: «Se venden muchos libros manuscritos que llegan de Berbería. Se sacan más ganancias de esta venta que de todo el resto de mercancías». 

A finales del XVI, en su obra –Tarik el-Fettach, M. Kati advertía de que «Tombuctú no tenía rival entre las ciudades de los negros (…) por la solidez de las instituciones, las libertades políticas, la pureza de las costumbres, la seguridad de las personas y de los bienes, la clemencia y la compasión para con los pobres y extranjeros, la consideración para con los estudiantes y hombres de ciencia».

D’Jenne resurgió en el 800 como ciudad cosmopolita y próspera, y hacia la mitad del siglo XII era, para Al-Sadi, «una gran ciudad afortunada y bendecida (…) Es uno de los grandes mercados de los musulmanes». El explorador Caillié lo ratificaba a principios del XIX: «Todos los días llegan numerosas caravanas y mercaderes que llevan toda clases de provisiones útiles».

Segúfue la capital del reino bambara del mismo nombre, surgido tras la disolución de Songhay. Mungo Park, en el siglo XVIII, reconocía que «la vista de esta ciudad extendida, las numerosas piraguas en el río, la población bulliciosa y los cultivos de los campos de los alrededores, formaban todo un cuadro de civilización de grandeza, que yo no esperaba encontrar en África».

Ciudades-Estadobambara como Zaria, Zanfara, Gobir o Sokoto fueron núcleos urbanos con una vida pujante. Sobresalieron Katsena y Kano. De sus habitantes dijo León Africano que eran «artesanos habilidosos y ricos comerciantes». Barth estuvo allí en el siglo XIX, y resaltó la fabricación de sus cotonadas: «Podía estimar el producto total de esta industria en su exportación más baja en unos 300.000 millones de kurdis (…) Con 50-60.000 kurdis una familia puede vivir a gusto con todos los gastos incluidos». 


Panorámica de una necrópolis en Meroe. Fotografía: Christian Sappa / Getty

Ciudades orientales

Kush tuvo tres capitales –Kerma, Napata y Meroe–, reflejos de una cultura derivada de la egipcia. En la Nubia cristiana, Soba, Dongola y Faras fueron capitales de reinos. La primera, documentó Maqrizi, contaba con «construcciones muy bellas, grandes conventos, iglesias, donde el oro abunda», y en la segunda, «muy poblada», los habitantes «son ricos y civilizados porque hacen con El Cairo y con todas las localidades de Egipto el comercio». 

En la costa, Mogadiscio fabrica «tejidos que son incomparables; exportan la mayor parte a Egipto y a otros sitios»; -Zayla «una vasta ciudad con un gran zoco (…) es la población más sucia, triste y maloliente del mundo»; mientras que en Kilua «casi siempre se regala marfil y muy pocas veces se da oro», dejó escrito Battuta.

En el golfo de Guinea

Begho y Bono Manso (en la actual Ghana) eran dos grandes mercados donde se comercializaba el oro y eran frecuentes los intercambios entre el interior y la costa. Kumasi fue la capital de todos los akan, mientras que los yorubas se organizaron en ciudades-estado. Ifé fue el origen de todos ellos y su centro espiritual y cultural. Oyo el más poderoso, y Benín el más conocido. Allá por el siglo XVII, Dapper, en Descripción de África, decía que «se compone de 30 calles muy rectas (…) además de una infinidad de pequeñas calles transversales. Las casas están cerca unas de otras alineadas en buen orden con techos, tejadillos y balaustradas».


Ilustración de finales del siglo XVIII que recrea el mercado de Sofala a principios del siglo XVI. Imagen: Getty

Ciudades centromeridionales

San Salvador fue la capital del reino del Congo y estaba unida al litoral por una espaciosa ruta. Pigafetta escribió en su Relación del reino del Congo: «Fue don Alfonso (…) quien la rodeó de murallas (…) Lo mismo hizo con su palacio y las dependencias reales, dejando en medio de estos recintos un gran espacio libre donde se construyó la iglesia principal (…) Fuera de las murallas son numerosas las construcciones de los señores, sin orden, para vivir cerca de la corte». 

Más al sur se levantó Luanda en 1575, donde se utilizaban conchas marinas para las compraventas. En Descripción de Angola, Abreu de Brito recordaba que «un día que yo estaba en la ciudad, se envió una gran cantidad de moneda de oro al Congo para la compra de esclavos; fue rechazada por los vendedores. Decían que su verdadera moneda, su oro, era el zimbo de Luanda, que era con el que se enriquecían».

En el Gran Zimbabue, poblado por comunidades shona, se empezó a construir en piedra a partir del siglo XIII. En la colina que domina un valle se levantaron los edificios más sobresalientes: la Acrópolis y el Gran Recinto, una muralla de unos siete metros de altura con piedras talladas sin elemento de unión; en el interior las estancias eran de madera y barro. Era la morada del soberano.

Sofala se alzó como un gran emporio comercial portugués. Masudi, en Praderas de oro y de las minas de piedras preciosas, dijo de ella que «produce oro en abundancia y otras maravillas», mientras que Álvarez Cabral, que la visitó en 1500, se maravilló de ver «casas como las de España (…) Hay muy ricos mercaderes (…) se encuentra gran cantidad de oro, plata, ámbar, almizcle, perlas (…) La gente lleva vestidos de tela fina y otras cosas bellas».   

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