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Para la Jornada Mundial de las Misiones de este año he elegido el tema de la parábola evangélica del banquete nupcial. Después de que los invitados rechazaron la invitación, el rey, protagonista del relato, dice a sus siervos: «Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren». Reflexionando sobre esta palabra clave (…) podemos destacar algunos aspectos importantes de la evangelización, los cuales resultan particularmente actuales para nosotros, discípulos-misioneros de Cristo, en esta fase final del itinerario sinodal que (…) deberá relanzar a la Iglesia hacia su compromiso prioritario, es decir, el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo.
Los dos verbos que expresan el núcleo de la Misión –«vayan» y «llamen», con el sentido de «inviten»– están colocados al comienzo del mandato del rey a sus siervos.
Respecto al primero, hay que recordar que los siervos habían sido ya enviados a transmitir el mensaje del rey a los invitados. Esto nos dice que la Misión es un incansable ir hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la comunión con Dios. ¡Incansable! Dios, grande en el amor y rico en misericordia, está siempre en salida al encuentro de todo hombre para llamarlo a la felicidad de su Reino, a pesar de la indiferencia o el rechazo. Así, Jesucristo, buen pastor y enviado del Padre, iba en busca de las ovejas perdidas del pueblo de Israel y deseaba ir más allá para llegar también a las ovejas más lejanas. Él dijo a los discípulos (…): «¡Vayan!», involucrándolos en su misma misión. Por esto, la Iglesia seguirá yendo más allá de toda frontera, seguirá saliendo una y otra vez sin cansarse o desanimarse ante las dificultades y los obstáculos, para cumplir fielmente la misión recibida del Señor.
Aprovecho la ocasión para agradecer a los misioneros y misioneras que, respondiendo a la llamada de Cristo, han dejado todo para ir lejos de su patria y llevar la Buena Noticia allí donde la gente todavía no la ha recibido o la ha acogido recientemente. Queridos hermanos, vuestra generosa entrega es la expresión tangible del compromiso de la Misión ad gentes que Jesús confió a sus discípulos: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19). Por eso continuemos rezando y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras (…).
Y no olvidemos que todo cristiano está llamado a participar en esta misión universal con su propio testimonio evangélico en todos los ambientes (…). Sí, «hoy el drama de la Iglesia es que Jesús sigue llamando a la puerta, pero desde el interior, ¡para que lo dejemos salir! Muchas veces se termina siendo una Iglesia (…) que no deja salir al Señor, que lo tiene como “algo propio”, mientras el Señor ha venido para la Misión y nos quiere misioneros». ¡Que todos nosotros, los bautizados, estemos dispuestos a salir de nuevo en misión, cada uno según la propia condición de vida, para iniciar un movimiento misionero, como en los albores del cristianismo!
Retomando el mandato del rey a los siervos de la parábola, el ir es inseparable del llamar o, más precisamente, del invitar: «Vengan a las bodas». Esto deja entrever otro aspecto no menos importante de la misión confiada por Dios. Como podemos imaginar, esos siervos-mensajeros transmitían la invitación del soberano con urgencia, pero también con respeto y amabilidad. De igual modo, la misión de llevar el Evangelio a toda criatura debe tener necesariamente el mismo estilo de Aquel a quien se anuncia. Al proclamar al mundo «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado», los discípulos-misioneros lo realizan con gozo, magnanimidad y benevolencia, fruto del Espíritu Santo en ellos; sin forzamiento, coacción o proselitismo; siempre con cercanía, compasión y ternura, aspectos que reflejan el modo de ser y de actuar de Dios.
En la parábola, el rey pide a los siervos que lleven la invitación para el banquete de bodas de su hijo. Este banquete (…) es imagen de la salvación final en el Reino de Dios, realizada desde ahora con la venida de Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, que nos dio la vida en abundancia, simbolizada por la mesa llena «de manjares suculentos».
La misión de Cristo es la de la plenitud de los tiempos, como Él declaró al inicio de su predicación: «El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca». Así, los discípulos de Cristo están llamados a continuar esta misma misión de su Maestro y Señor. Recordemos al respecto la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre el carácter escatológico del compromiso misionero de la Iglesia: «El tiempo de la actividad misional discurre entre la primera y la segunda venida del Señor (…). Es, pues, necesario predicar el Evangelio a todas las gentes antes de que venga el Señor».
Sabemos que el celo misionero en los primeros cristianos tenía una fuerte dimensión escatológica. Ellos sentían la urgencia del anuncio del Evangelio. También hoy es importante tener presente esta perspectiva, porque nos ayuda a evangelizar con la alegría de quien sabe que «el Señor está cerca» y con la esperanza de quien está orientado a la meta, cuando todos estaremos con Cristo en su banquete nupcial en el Reino de Dios. Así pues, mientras el mundo propone los distintos «banquetes» del consumismo, del bienestar egoísta, de la acumulación o del individualismo, el Evangelio, en cambio, llama a todos al banquete divino donde, en la comunión con Dios y con los demás, reinan el gozo, el compartir, la justicia y la fraternidad.
Esta plenitud de vida, don de Cristo, se anticipa ya desde ahora en el banquete de la Eucaristía que la Iglesia celebra por mandato del Señor y en memoria de Él. (…) Como enseñaba Benedicto XVI, «en cada celebración eucarística se realiza sacramentalmente la reunión escatológica del Pueblo de Dios. El banquete eucarístico es para nosotros anticipación real del banquete final, anunciado por los profetas y descrito en el Nuevo Testamento como “las bodas del cordero”, que se ha de celebrar en la alegría de la comunión de los santos».
(…) En esta perspectiva, en el año dedicado a la oración en preparación al Jubileo de 2025, deseo invitar a todos a intensificar (…) la participación en la misa y la oración por la misión evangelizadora de la Iglesia. Ella, obediente a la palabra del Salvador, no cesa de elevar a Dios en cada celebración eucarística y litúrgica la oración del Padrenuestro (…). Y así, la oración diaria y particularmente la Eucaristía hacen de nosotros peregrinos-misioneros de la esperanza, en camino hacia la vida sin fin en Dios (…).
La tercera y última reflexión se refiere a los destinatarios de la invitación del rey, «todos». Como he subrayado, «esto está en el corazón de la Misión, ese “todos”, sin excluir a nadie. Todos. Por tanto, toda nuestra misión brota del corazón de Cristo, para dejar que Él atraiga a todos hacia sí». Aún hoy, en un mundo desgarrado por divisiones y conflictos, el Evangelio de Cristo es la voz dulce y fuerte que llama a los hombres a encontrarse, a reconocerse hermanos y a gozar de la armonía en medio de las diferencias. Dios quiere que «todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». Por eso, no olvidemos nunca en nuestras actividades misioneras que somos enviados a anunciar el Evangelio a todos, y «no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable».
Los discípulos-misioneros de Cristo llevan siempre en su corazón la preocupación por todas las personas de cualquier condición social o incluso moral. La parábola del banquete nos dice que, siguiendo la recomendación del rey, los siervos reunieron «a todos los que encontraron, malos y buenos». Además, precisamente «los pobres, los lisiados, los ciegos y los paralíticos», es decir, los últimos y los marginados de la sociedad son los invitados especiales del rey. Así, el banquete nupcial que Dios ha preparado para el Hijo, permanece abierto a todos y para siempre, porque su amor por cada uno de nosotros es grande e incondicional. «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna». Quienquiera, todo hombre y toda mujer, es destinatario de la invitación de Dios a participar de su gracia que transforma y salva. Solo hace falta decir «sí» a este don divino y gratuito, revistiéndonos de él como con un «traje de fiesta», acogiéndolo y permitiéndole que nos transforme.
La Misión universal requiere el compromiso de todos. Por eso es necesario continuar el camino hacia una Iglesia al servicio del Evangelio completamente sinodal-misionera. La sinodalidad es de por sí misionera y, viceversa, la Misión es siempre sinodal. Por tanto, una estrecha cooperación misionera resulta hoy aún más urgente y necesaria en la Iglesia universal, así como en las Iglesias particulares. Siguiendo la línea del Concilio Vaticano II y de mis predecesores, recomiendo a todas las diócesis del mundo el servicio de las Obras Misionales Pontificias, que son los medios primarios para «infundir en los católicos, desde la infancia, el sentido verdaderamente universal y misionero, y de recoger eficazmente los subsidios para bien de todas las misiones, según las necesidades de cada una». Por esta razón, las colectas de la Jornada Mundial de las Misiones, en todas las Iglesias locales, están enteramente destinadas al Fondo Universal de Solidaridad que la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe distribuye después, en nombre del Papa, para las necesidades de todas las misiones de la Iglesia. Pidamos al Señor que nos guíe y nos ayude a ser una Iglesia más sinodal y más misionera.
Por último, dirijamos nuestra mirada a María, que obtuvo de Jesús el primer milagro, precisamente en una fiesta de bodas, en Caná de Galilea. El Señor ofreció a los esposos y a todos los invitados la abundancia del vino nuevo, signo anticipado del banquete nupcial que Dios prepara para todos al final de los tiempos. Supliquemos también hoy su materna intercesión por la misión evangelizadora de los discípulos de Cristo. Con la alegría y la solicitud de nuestra Madre, con la fuerza de la ternura y del afecto, vayamos y llevemos a todos la invitación del Rey Salvador. ¡Santa María, Estrella de la evangelización, ruega por nosotros!
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