Publicado por Javier Fariñas Martín en |
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Por Javier Fariñas
Pongámonos a imaginar. Mejor, primero contemos. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis… Y así, sin malgastar más líneas ni palabras, podemos llegar casi a 20 televisiones. Después de los números primarios, obtengamos el común denominador de todas ellas (de las televisiones, no de las cifras): están cubiertas de polvo, de olvido. Desbordan de pantallas fundidas en negro. ¿Todas? No, casi todas, porque hay alguna que está tapada con un trapo de color verde estampado que la previene del daño colateral de la suciedad. Están todas apagadas. ¿Todas? Todas menos una, que ofrece un partido de fútbol en el que los de amarillo van a golpear el balón. No se ve la barrera. No se ve al contrario. Se atisba, al fondo una grada medio vacía o medio llena, dependiendo del optimismo de quien contemple la escena. Y el hombre mirando, con las manos entrelazadas.
Y, ahora sí, imaginemos. Soñemos con que cada aparato solo puede sintonizar un canal. Y que los apagones, más que símbolo de una avería, significan silencios intencionados. Son televisiones que se han ido a negro, poniendo vacío a programas que nada aportan: debates de políticos de medio pelo, telediarios de eternas malas noticias, telerrealidad que ensucia el alma más que la libera. El hombre de las manos cruzadas ha tenido la oportunidad de poner luz a una veintena de programas. Pero ha elegido uno. El resto, sigue acumulando polvo.
Fotografía: Getty Images
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