Publicado por Carla Fibla García-Sala en |
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«En los cuentos populares, siempre se prohíbe abrir la séptima puerta. Nosotros, cineastas marroquíes de 1984, somos los personajes imprudentes de la tradición. No nos da miedo robar la llave y ver lo que hay detrás de esa famosa puerta: nuestro arte…», escribe Ahmed Bouanani, autor de La séptima puerta. Una historia del cine en Marruecos desde 1907 hasta 1986, que acaba de publicarse en castellano, sin que, por el momento, se haya logrado que exista una versión en árabe. Salvado de las llamas, reconstruido con paciencia y dedicación durante casi una década, el libro de Bouanani significa el reconocimiento a los que fueron capaces de crear una identidad a partir de las imágenes de la época colonial y poscolonial.
Durante los meses de mayo y junio, Casa Árabe proyectó en su sede en Madrid –en octubre podrá verse también en Córdoba– el primer ciclo de cine documental marroquí. Enmarcado en Punto de Vista (Festival Internacional de Cine Documental de Navarra), el ciclo fue creado por el pensador Omar Berreda y el cineasta Ali Essafi para mostrar un panorama prácticamente inédito del cine documental marroquí.
Inspirados por el trabajo de Bouanani, han creado siete sesiones con proyecciones sobre la oralidad y memoria localizadas gracias al apoyo del Festival de Cine Africano de Tarifa (FCAT), el Centro Cinematográfico Marroquí, la Filmoteca Española, la Cinemateca Francesa y la Cinemateca Bologna (The Film Foundation/World Cinema Project).
El día que comenzaban las sesiones en Madrid conversamos con Ali -Essafi, que en 2017 estrenó Obour al bab assabea (Cruzando la séptima puerta) y cuya última obra es Nuestros sombríos años 70, de 2020.
—¿Es importante proyectar una retrospectiva de cine documental marroquí?
—El documental es la madre del cine, el origen, a donde se regresa siempre para poder evolucionar, es el álbum de familia de un país. La pregunta es: ¿Por qué el documental en Marruecos no existía? Tuve problemas con las instituciones para que el documental ocupara su lugar.
—La retrospectiva muestra que el cine documental ya existía en la época colonial y poscolonial.
—Sí, pero, por razones políticas, el sistema tenía mucho miedo de los documentales porque significan un encuentro frontal con el público, y los eliminaron a partir de los años 80. Ha sido mi generación, que hemos estudiado en el extranjero o que venimos de la inmigración, los que hemos impuesto, poco a poco, la existencia de documentales sobre Marruecos.
—¿Hay acceso ahora en su país a ese patrimonio?
—Llevo 15 años soñando con hacer esta retrospectiva en Marruecos, pero mi propuesta siempre ha sido bloqueada. Lo que tenéis la ocasión de ver aquí, en Marruecos aún no es posible. Lo máximo que he logrado fue la autorización para proyectarla en algún lugar pequeño y apartado, nada de grandes ciudades como Casablanca, Rabat o Marrakech.
—¿Por qué?
—Por el miedo a los documentales y por la autocensura, porque la censura es sobre todo entre los responsables de la televisión y del cine.
—¿De qué tienen miedo?
—El documental, más que la ficción, otorga al público la posibilidad de mirarse a sí mismos, que es lo que no logramos hacer en Marruecos. Gracias al satélite, los marroquíes empezaron a ver canales extranjeros como Al Jazeera o ARTE; y el sistema en Marruecos comprendió que el público estaba huyendo de la televisión oficial. Pero entonces se coló en la emisión un documental («Des histoires et des hommes»), en el canal estatal 2M, y logró una audiencia increíble.
—¿Se censura la imagen que representa a la gente, la que describe cómo son?
—La imagen llegó en la época colonial, cuando se controlaba todo, y lo que existe hoy es heredado de esa época, lo que hay en el Centro Cinematográfico desde 1944. Tras la independencia, el nuevo régimen mantuvo un control similar. En las instituciones, arriba se ejerce el control y abajo, los funcionarios, dependiendo de su valentía, caen en la censura o autocensura. Incluso hoy, un estudiante no puede sacar una cámara para grabar, debe pasar por el circuito burocrático para obtener la autorización que le permita filmar en su barrio, incluso a su familia en el interior de su casa. Se ejerce un control heredado sobre la imagen, que el nuevo régimen ha perfeccionado en lo estricto. Comprendió que el poder de la imagen es increíble.
Bouanani era un realizador discreto que al trabajar en el Centro Cinematográfico Marroquí pudo acceder a un archivo que estaba al alcance de muy pocos, y participar en la producción de muchas de las películas institucionales que el régimen pedía por encargo para promocionar sus acciones educativas, sin que la calidad fuera un requisito. En cambio, como explica Essafi, Bouanani aprovechaba para «desatar su creatividad y hacer su cine, con una escritura más personal, sorteando la censura».
En La séptima puerta, Ahmed Bouanani recorre la historia de Marruecos desde principios del siglo XX para contar la guerra del Rif y la situación socioeconómica de Casablanca; se centra en nombres concretos como -Mohamed Osfour, y narra cómo el país pasó del blanco y negro a una nutrida producción nacional que se ha convertido en un material muy valioso para comprender el Marruecos de la época.
Si Bouanani se refiere a la escuela poética del documental, Essafi asegura que, en paralelo, había una escuela de la sociología protagonizada por una segunda generación de cineastas marroquíes que se dedicaron a las ciencias humanas (sociología, antropología, filosofía…). Ellos crearon películas etnográficas, sociales, culturales, en las que se aprecia cómo es el país y sus habitantes.
—¿Qué ocurrió a partir de 1980?
—Se creó el Fondo de Ayuda del Centro Cinematográfico Marroquí para potenciar la producción, a la vez que se ejerció una censura y control mayor, lo que obligó a que la trama fuera siempre de ficción. Prácticamente desapareció el documental. En los 90 desaparecieron las becas para estudiar en el extranjero. Y mi generación, que salíamos del país para formarnos en otras disciplinas, sin pensar en el cine, nos interesamos por la imagen y provocamos la vuelta del documental.
—¿Y desde principios del XXI?
—La evolución ha sido tremenda. Hemos pasado de que no se supiera lo que era el documental a tener un ejército de jóvenes inspirados en ellos. Sentimos que hay un relevo local. Es una gran esperanza.
—¿Qué aportan los documentales a la historia de un pueblo?
—Le doy un ejemplo. Una de las primeras películas de Bouanani censurada fue sobre la época colonial. Se llama Memoire 14 y se apoyó en los archivos coloniales para que fueran estos los que contasen la historia desde el punto de vista del indígena. Bouanani hace que los marroquíes observen cómo éramos vistos y percibidos por los colonos.
La imagen de Marruecos fue creada por el sistema colonial, lo que obligó a los que llegaron después a asumir la responsabilidad de crear una identidad visual, lograr que se vieran como eran y no como los veía el sistema colonial, con una mirada externa. El documental cuenta verdades y permite a las siguientes generaciones observar cómo era la vida de las generaciones que les precedieron en Marruecos.
Essafi pone el ejemplo de las imágenes que tenemos en Europa de la Primera Guerra Mundial, con las que nos identificamos porque son nuestro pasado visual, pero en Marruecos no es posible establecer esa conexión. Y pone como ejemplo su última película, en la que los jóvenes ven que sus padres también fueron rebeldes, con sueños…, para concluir que «el documental es la memoria de la gente, del pueblo, de la nación, sobre la que no podemos dejar de apoyarnos para pensar en el futuro».
Memoria y archivos para tomar conciencia, para descolonizarse, es el mensaje principal de esta retrospectiva en la que se reivindica el acceso a un material que debería estar al alcance de cualquier ciudadano. De hecho, como denuncia Essafi, los actores del cine documental son personas corrientes y anónimas y, al dificultar el acceso, convirtiéndolo en un negocio muy lucrativo, las instituciones abusan de un bien colectivo. Aunque también apunta que hay esperanza, porque a partir del éxito del cine documental marroquí proyectado en festivales internacionales, será posible que, algún día, regrese a su origen y los marroquíes se reconozcan.
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