África ante el dilema entre beneficios económicos y conservación de la biodiversidad

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África todavía mantiene grandes espacios naturales bien conservados. Sin embargo, tres cuartas partes de la tierra y dos tercios de los mares están degradados, como ya alertaba en 2020 el Informe especial sobre el cambio climático y la tierra del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Igualmente de preocupante es que haya habido un declive del 69% de los vertebrados (mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces) desde 1970. Las especies de agua dulce a nivel mundial también se han visto afectadas de manera desproporcionada, con una disminución del 83% en promedio. Estos son datos que se encuentran en el último informe de WWF, Planeta Vivo 2022. De ahí que preservar la biodiversidad de toda la tierra en general, y del continente africano en particular, se haya convertido en un gran desafío.

Los manglares, la cuenca del río Congo, los bosques primarios, las sabanas… forman una reserva clave de la biodiversidad para los países africanos, y para toda la humanidad. La naturaleza no solo proporciona alimento y agua, también genera el oxígeno que permite respirar y mitiga el cambio climático.

La presión del ser humano pone en peligro toda esta riqueza. Los intereses económicos y el crecimiento demográfico le pasan factura. En África, la extracción y explotación de materias primas, que comenzó con llegada de los colonizadores y se mantiene hasta el presente, ha causado (y sigue causando) graves daños. Son muchos los Estados que obtienen gran parte de sus ingresos de estos recursos y es difícil renunciar a ellos. Si los beneficios obtenidos de estas actividades económicas revirtiesen en la restauración y reparación de la naturaleza dañada, podrían darse por buenos. Sin embargo, no es así, y la degradación de la biodiversidad en África esté cerca de alcanzar un punto de no retorno.

De ahí que desde hace tiempo, las naciones africanas luchen por obtener de los países ricos algún tipo de compensaciones por las acciones que realizan para mantener y conservar la biodiversidad. Pero, ¿es imprescindible que toda la ayuda para proteger el medioambiente en África venga de fuera? ¿El continente no tiene también medios propios para lograrlo?

En la pasada cumbre del clima de Naciones Unidas (COP27) celebrada en la ciudad egipcia de Sharm el Sheij, se alcanzó un compromiso de financiar un nuevo fondo para compensar las pérdidas y daños ocasionados por los desastres naturales en los países en desarrollo, especialmente en los más vulnerables. Ya fue un paso.

Ahora, en Montreal, Canadá, donde estos días se celebra la Conferencia sobre Diversidad Biológica de la ONU (COP15), los países participantes buscan un acuerdo para frenar la crisis de la biodiversidad. Uno de los puntos claves del encuentro es la movilización de fondos desde los países ricos a los más pobres para proteger la biodiversidad y revertir los procesos de degeneración, como la deforestación.

Por su parte, la Unión Europea ha alcanzado un acuerdo provisional (todavía no es ley) sobre una nueva regulación para que las empresas que actúan en su territorio no contribuyan con su producción a la deforestación o degradación forestal en ningún lugar del mundo. La norma contempla solo siete productos que considera clave: el aceite de palma, el cacao, el café, el caucho, el ganado, la madera y la soja, así como sus derivados: carne de vacuno, productos de cuero o de papel impreso, muebles, cosméticos o chocolate, entre otros.

Mientras tanto, Gabón, un país donde el 88% de su superficie es bosque, ha lanzado la mayor venta de créditos de compensación de carbono del mundo. Algo que podría generar miles de millones de dólares. Una iniciativa que busca utilizar los propios recursos sin depender de las donaciones exteriores.

Desde hace tiempo, el país, que también obtiene grandes ingresos de la explotación del petróleo y el gas, ha puesto límites a la tala de árboles (a pesar de ello, son constantes los convoyes de camiones cargados de enormes troncos que recorren sus carreteras). Ahora busca compensar la pérdida de ingresos que esa decisión le supone con la venta de los créditos. Esta medida modelo ayudará a preservar los bosques del país, lo que contribuirá a reducir los gases de efecto invernadero en todo el mundo.

La decisión supone un cambio respecto a cómo se han hecho las cosas hasta el momento. Gabón (y quizás otros países, entre ellos Indonesia, Papúa Nueva Guinea u Honduras) está tratando de administrar mejor la emisión de créditos y controlar los ingresos que estos generan. Antes, estos bonos estaban, en su mayoría, en manos de desarrolladores de proyectos privados.

Todavía no se sabe si la medida funcionará. Pero al menos, Gabón busca nuevas fórmulas para mantener el equilibrio entre la explotación económica de sus recursos naturales y la conservación de su rica biodiversidad, aprovechando los medios que se le ofrecen. No espera a que todo le venga de fuera, como parece que hacen sus vecinos. Ha tomado la iniciativa. Eso no impide que también siga defendiendo que los países ricos le paguen por conservar sus bosques y contribuir así a disminuir el cambio climático. Por ello, en los foros internacionales aparece unido al resto de los Estados africanos que hacen presión para que medidas de ese tipo se aprueben.

No es fácil mantener el equilibrio entre la conservación de la biodiversidad y los beneficios económicos que la explotación de los bosques generan. La ayuda internacional puede ser una solución. Pero no basta solo con ella. África cuenta con recursos para lograrlo y Gabón lo quiere demostrar.


Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


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