Arte vital

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Migrantes subsaharianos crean el espacio Shü-mom Art

Ocupan una casa de varias plantas en el corazón de la medina de Tánger. Usan el arte «sin fronteras» para denunciar las injusticias, convencidos de su utilidad en la sociedad en la que viven. «Amor, trabajo y éxito» es el mantra que comparten, sabedores de que cada persona es un artista y que las cosas hay que conseguirlas por uno mismo.

Recorremos las estrechas calles de la bulliciosa medina de Tánger siguiendo la conversación entusiasta, con un esforzado español, de Jonas Julio Dongmo Zefack, uno de los tres fundadores de Shü-mom Art. La iniciativa nació en la catedral de Tánger, cuando las redadas de 2018 en los bosques y casas hizo que decenas de personas migrantes se refugiaran en el patio del templo. La situación de desesperación les llevó a apropiarse de su realidad, ser conscientes de lo que ocurría y actuar. Así nació el colectivo Sahariano-Sahariano.
Cuando decidieron registrarlo, el nombre estaba cogido y optaron por bautizarlo con el de la escritura shü-mom, del antiguo Reino bamun –en la actual región occidental de Camerún–, a finales del siglo XIX. «Tenemos talento, por qué no empezar a ejercitarlo, tomar las riendas de nuestra realidad, y en lugar de llorar y esperar a que la gente venga y nos ayude, dejar de quejarnos», explica Jonas desde la terraza del local, pintada de un azul que recuerda el mar, y sobrevolada por ruidosas gaviotas que nos recuerdan la cercanía del Mediterráneo y el Atlántico.

Desde que se establecieron como asociación han invitado a personas migrantes que han decidido establecerse en la ciudad marroquí o que están de paso, con la intención de llegar algún día a Europa. Colaboran con artistas locales y de otras nacionalidades en un intento de proyectar lo máximo posible su trabajo. Abarcan todas las diciplinas, desde la pintura y la escultura a la música, la danza, el cine y la literatura.

De derecha a izquierda: Joël Koungou Essindi, Thomas Rostand Nounga, Jonas Julio Dogmo-Zefack, Joseph Thierry Nounga, Junior Tangta Boubissi y Wafo Loïc. Fotografía: Carla Fibla



John Bigarus se declara un «artista universal» porque asegura que su arte se concentra en las mentalidades. «Lo expreso a través del amor, la malicia, el racismo, la educación, manifestándolo de diferentes formas, a través de la pintura, la música, la danza». Para John, como ocurre con el resto de sus compañeros, acudir unas horas al día a Shü-mom Art para olvidarse de las dificultades cotidianas y entregarse a la creación, dar rienda suelta a su expresividad, es sinónimo de libertad. «Shü-mom Art es una revolución que nos permite reencontrar la libertad. Significa poder vivir sin estar condicionado. Esa libertad está en nuestro interior y Shü-mon Art nos da la experiencia, nos cultiva, nos hace madurar, nos abre la puerta».

Tener ese espacio físico que han decorado con sus obras y que esperan inaugurar pronto para invitar a los vecinos del barrio y a los artistas interesados en su arte, les ha permitido madurar, reconocerse y expresar sus emociones.

Cuadro expuesto en las paredes de Shü-mom Art en los que relatan el camino.


Involucrados en la sociedad

Durante la pandemia hicieron varias campañas de crowdfunding para ayudar a las personas migrantes más desfavorecidas. Entre las actividades que celebraron con tal motivo, organizaron un festival, una obra de teatro y un concierto. «Muchos no creyeron en nosotros por carecer de medios, decían que éramos unos ignorantes, pero hemos trabajado y progresado mucho. El objetivo era dar a conocer al colectivo y ayudar con alimentos y pañales», explica Jonas, mientras el resto de compañeros artistas le escuchan con atención y Joël Koungou Essindi graba el encuentro.

«Cuando llegó la pandemia no se pensó en las personas migrantes, solo se hablaba de los europeos… y nos planteamos cómo podíamos apoyarles. Esa responsabilidad caía sobre nosotros, debíamos ocuparnos de nosotros mismos», continúa Jonas después de compartir la experiencia de viajar al sur de Marruecos para grabar una película artística titulada Ma vie que logró estrenar y ha podido mover a pesar de la pandemia.

Descender, simbolicamente, del mar en el que te sumerges en la terraza de Shü-mom Art, significa ir deteniéndose en las pinturas de los hasta 20 artistas que están desarrollando su obra en estos momentos en el centro.

La Torre del arte, como les gusta calificar al centro cultural que han inventado, cuenta la historia de las personas migrantes en Tánger. Cada uno de ellos lleva aquí un tiempo, tiene una historia, ha pasado por vicisitudes diferentes, pero les une la necesidad de expresarse.
«Es un espacio para todos, sin que importe el talento o lo que tengas que aportar, porque nosotros creemos que cada persona es un artista, que cada uno tiene algo, y por eso decidimos que lo que piensen de nosotros, como migrantes, al otro lado, no es como lo que vemos nosotros en el terreno. Nosotros estamos aquí, tenemos algo que dar, queremos cambiar la imagen del migrante como alguien que solo quiere partir. Algunos queremos construir, dar algo a la sociedad marroquí para que podamos reconocernos como migrantes y como artistas», argumenta Joël después de destacar la necesidad de reivindicar su cultura. «En África todos somos diferentes, cada uno tiene su color de piel, su forma de comer. Cada uno de nosotros aprendió su arte en su país, ha viajado con él y ahora lo aporta».



Cuadros expuesto en las paredes de Shü-mom Art en los que relatan el camino.


Sentir el racismo


Todos ellos se dieron de bruces con el racismo al llegar a Marruecos, y no imaginaban que esa sensación de exclusión permanente fuera a dominar su vida diaria. «Mi arte explica mi vida, por eso relato lo vivido. Buscamos en nosotros la armonía», apunta Junior Tangta Boubissi. A lo que los gemelos Thomas Rostand y Joseph Thierry Nounga Nounga añaden que el viaje les ha inspirado para hacer series sobre la sexualidad de la mujer o máscaras africanas. «Explico mis estados de ánimo, la cotidianidad, mis emociones tanto a través de mis cuadros abstractos como de la música que compongo y en la que reivindico la tradición ancestral», asegura Thomas, quien tocó con su grupo ante el rey Mohamed VI y el papa Francisco en su visita a Rabat.

La obra de Junior está marcada por la tragedia que vivió la comunidad migrante tras las muertes del Tarajal. Mientras que Wafo Loïc dice que ya ha alcanzado la libertad, por haber logrado «conocerme a mí mismo, cultivar la paciencia y descubrir mi talento».


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