Bache

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La estación de las lluvias comenzó hace algún tiempo. La carretera es un barrizal. Lagunas y zanjas la jalonan. El coche avanza lentamente. En bastantes ocasiones tiene que echar mano de la tracción 4×4. El paisaje es abrumador. La selva forma un túnel a ambos lados de la ruta. El verde de las plantas brilla una vez que el polvo marrón que las cubría ha desaparecido. El contraste con el rojo del camino es mágico. 

A la entrada de una ciudad se divisan un montón de vehículos parados. Chóferes y pasajeros caminan por los bordes sorteando obstáculos. Es día de mercado. Se escuchan voces y mucho barullo al fondo. El conductor desciende y va a investigar lo que sucede. A su regreso informa de que hay un gran bache a la entrada de la población y que los vehículos solo pueden pasarlo de uno en uno, con la ayuda de los jóvenes de la zona. Sugiere que el viajero también avance con cuidado por el arcén y le espere en alguno de los bares que hay más adelante. El viajero acepta la sugerencia. Se une a la marcha de los otros peregrinos imitando su cuidado, pero sin tanta habilidad y maestría. Alguna vez necesita ayuda para no perder el equilibrio sobre los troncos que esquivan las balsas de agua o para no quedarse pegado al barro. Alcanza las primeras casas y allí descubre lo que bloquea el tráfico. Un enorme charco y un coche medio hundido en él. Jóvenes armados con palas, cuerdas, palos y su propia fuerza, cavan, tiran y empujan hasta conseguir sacarlo de allí. El vehículo avanza. El conductor paga. Una nube de pasajeros lo rodea. Suben a él y desaparecen en el horizonte. El automóvil que le seguía se interna en la pequeña laguna y la operación recomienza.

El viajero decide sentarse en un maquis frente al espectáculo, para no perder detalle. Pide una cerveza. No está solo. Son multitud los que han tenido la misma idea. La operación es lenta, requiere de mucha fuerza. Parece que el agujero es cada vez más profundo y cuesta más desatascarlo. El próximo es un camión. Antes de nada hay que descargar toda la mercancía y apilarla al otro lado del charco. La operación es lenta y necesita tiempo. Vacío, el camión entra en el hoyo. Los músculos de los trabajadores se tensan mucho más. Sudan con más efusión. El esfuerzo es mayor que en las veces anteriores, pero no cejan. Varias cuadrillas se dan relevo. Una vez fuera, el camión se carga de nuevo.

En el bar la conversación se anima. Corren las cervezas. Los vendedores ofrecen sus mercancías: cacahuetes, frutas, carne asada, mandioca, móviles, colonias… Los consejos y las opiniones se elevan por encima de la música. 

El viajero recuerda cómo en Ébano, Kapuściński cuenta una historia similar que le sucedió en otro país, unos 40 años antes, y entiende por qué el hoyo no se repara.

Cinco horas más tarde, el vehículo del viajero llega al bache.


Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

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