«Bernard Dadié todavía nos habla»

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La Fundación a la que da nombre el autor marfileño busca fondos para su nueva sede



Texto y fotos Ángeles Jurado desde Abiyán (Costa de Marfil) 

La organización, dedicada a preservar y dar lustre al legado del padre de las letras marfileñas, intenta expandirse sin medios pero con fe. Con un proyecto muy incipiente de construcción de un nuevo edificio, trabajan en la traducción de su obra a las lenguas locales del país.

Nicole Vincileoni es una mujer menuda y vivaz, de largo pelo blanco recogido en un moño torcido y gafas. Corsa de origen, presume de 84 años bien vividos y de la amistad de una leyenda, el marfileño Bernard Binlin Dadié. Sus vidas colisionaron a través del maridaje del teatro y la educación en los años 70, cuando ella le pidió permiso por carta para representar una de sus obras en un instituto en Ruanda. Después se encontraron personalmente, ya en los 80, a través de las actividades de animación a la lectura del instituto de Bingerville (Costa de Marfil) donde ella se dedicaba a la docencia y en las que se solía invitar a escritores. Dadié ya era una leyenda en aquel momento. 

Luchador contra la colonia y la injusticia, político comprometido, pilar de la cultura africana y universal, y sabio, Dadié murió de puro anciano a los 103 años, en Abiyán. Corría el año 2019 y el autor se despedía de este mundo con una larga lista de reconocimientos en su haber, entre los que destaca el Gran Premio Literario del África Negra (1965 y 1968) y el Premio Jaime Torres Bodet UNAM-UNESCO (2016). Es imposible hacer justicia a su trayectoria más que centenaria en un artículo, pero se puede resaltar que creó un género literario, las crónicas, y que firmó obras de teatro, cuentos, novela, textos periodísticos y poesía, cuya publicación se extiende desde la aparición de un sainete satírico en 1933, Les Villes (Las ciudades), a una colección de artículos y conferencias, Cailloux blancs (Piedras blancas), en 2004. En el momento de su muerte, Vincileoni figuró en sus obituarios apuntando que Dadié era «el escritor más prolífico de la literatura neoafricana y, junto con Léopold Sédar Senghor, el más traducido». El Palacio de la Cultura en Abiyán recibió su nombre en 2010, y el Ministerio de la Cultura y la Francofonía marfileño creó el premio literario más importante en su país, también con su nombre, en 2014. Sobrevivió a su mujer, Rose Assamala Koutoua, poco más de un año y engendró nueve hijos.



Nicole Vincileoni en la biblioteca donde se custodian los libros que escribió y adquirió Dadié. En la imagen superior, manuscrito de «Les Hydravions», una de las crónicas de Dadié, que apareció publicada en el recopilatorio Les Jambes du Fils de Dieu. Fotografías: Ángeles Jurado


Un proyecto en un despacho

En su calidad de figura pública, -Dadié pasó 16 meses en prisión en Bassam por luchar contra los colonos franceses. Posteriormente, tras la independencia, se bregó en la arena política ejerciendo de ministro de Cultura entre 1977 y 1986. Ya en el año 2000 participó en la redacción de la Constitución marfileña. Militó en varios partidos y organizaciones y se posicionó, indefectiblemente y hasta casi el día de su muerte, en cada encrucijada crítica para la historia de Costa de Marfil, llámese golpe de Estado, guerra civil o crisis -poselectoral. Sus desafíos a los Gobiernos de turno fueron constantes, incluso cuando el resto del mundo callaba. Y lo pagó con cárcel, acoso y ostracismo. 

Vincileoni, que aterrizó en Costa de Marfil tras dar tumbos por la mitad del mundo, dedicó su segundo doctorado a Dadié. Acabó asimilada por la familia del genio e impulsó en buena medida la fundación que ahora preserva y expande el legado del autor. Se trata de una organización modesta económicamente, aunque ambiciosa, que se localiza en el despacho del escritor, situado en la primera planta de su casa. El hogar de los Dadié es amplio y luminoso y se ubica al borde del Instituto Nacional Superior de las Artes y la Acción Cultural (INSAAC), en el ordenado y pudiente barrio de Cocody, en Abiyán. A su alrededor florecen galerías de arte contemporáneo, embajadas y algunas librerías. 

El despacho es un cuarto desmesurado, que incluye la mesa de trabajo maciza, con su ordenador y sus pilas de documentos encima, y una serie casi interminable de estanterías donde se agazapan sus libros, traducidos y originales, además de un inmenso tesoro en colecciones de revistas emblemáticas del siglo XX y libros de antropología, historia, arte, culturas africanas, idiomas, religiones y todo lo que interesaba al autor. 

En los fondos de su biblioteca destacan la deferencia hacia los ancestros, la espiritualidad y el amor por el lugar de donde somos, donde convivimos con otros y que podemos mejorar. En una habitación aparte se distribuyen, en carpetas y clasificadores ordenados en otra serie inacabable de estanterías, los manuscritos de puño y letra del escritor.

El chico que compraba libros

«Compraba libros desde que era muy joven», precisa Vincileoni, abarcando con un gesto la ingente cantidad de publicaciones que la rodean, y narra que el niño Dadié, un estudiante desganado ante los números pero que adoraba las letras, se rebeló frente a la autoritaria escuela colonial hasta que se enamoró de la lectura. Recogía cascos de botellas de vidrio usadas, vendía periódicos y, cuando estudió en Dakar, utilizó su beca para comprar libros. «En 1949, cuando lo encarceló el poder colonial, lloró porque su familia se asustó y ocultó o quemó volúmenes. Al salir de prisión vio que habían desaparecido libros y manuscritos irremplazables, algo que le marcó mucho. Para él, un libro era un tesoro. Prefería quedarse sin comer y comprar libros», cuenta Vincileoni. 

El escritorio y otros elementos del despacho en el que se sienta Vincileoni salieron del hogar de los -Dadié, en préstamo, para una exposición en la Biblioteca Nacional, en Plateau. El resto de sus posesiones relacionadas con la escritura y la lectura están aquí, iluminadas por la luz tamizada que entra por las ventanas y en un orden que no es evidente. Ella acaricia los lomos de las publicaciones, afirmando que Dadié adoraba el trabajo en archivos y bibliotecas, que le llevó hasta instituciones como el Instituto Fundamental del África Negra. Apunta que le fascinaban especialmente Etiopía y Haití. También le apasionaba la exactitud de la lengua y, sobre todo, la apropiación del francés, que conocía igual que el nzima, el añí o el wolof. «Es interesante la forma en que Dadié burla las trampas de la lengua francesa. No lo considera un idioma imperialista: solo hay que saber hablarlo. Simplemente, jugar con él», apunta. 

Ella y otros compañeros de lucha, como el profesor universitario jubilado Yao N’Guetta, se empeñan en defender la memoria de Dadié y difundirla en otras lenguas y contextos. Tienen un proyecto de edificación de un nuevo edificio adherido al hogar de la familia Dadié. Sin fondos para construirlo, pero con esperanza, N’Guetta y Vincileoni revisan la distribución de la mediateca, las salas donde se conservarían los fondos bibliográficos y los manuscritos, los espacios de estudio y la sala de exposiciones. De momento, el Gobierno de Costa de Marfil no ha mostrado capacidad para digitalizar el legado de Dadié ni contribuir a la construcción del edificio. A pesar de que el autor es padre fundador en mil sentidos y su obra un tesoro nacional, sugiere recurrir a mecenas extranjeros a través de la cooperación internacional. La Fundación tantea a posibles cómplices, mientras se pelea con editoriales para publicar la obra completa del genio a precios accesibles para los estudiantes africanos. También, discreta y persistentemente, trabaja en la traducción de su obra a lenguas locales. «Bernard Dadié todavía nos habla», nos recuerda Nicole Vincileoni, amarrada a unos planos que son una carta a los dioses.   

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