Publicado por Chema Caballero en |
Bashirou afila su cuchillo. Un instrumento fino y terminado en curva. Casi una hoz. Agarra un trozo de carne de los muchos que se amontonan en una palangana bajo su mesa. Con gran habilidad comienza a abrirlo hasta obtener una tira larga y muy fina, casi transparente, que enrolla y pasa al ayudante. Este la coloca al sol, en unas tablas sobre la acera que sortean los transeúntes. Todo el proceso se realiza en la acera de una calle estrecha en la que se amontonan coches y peatones en la ciudad de Ngaundéré, la capital de la región de Adamawa, en el centro de Camerún. A espaldas de Bashirou hay una pequeña tienda en la que siete vendedores no dan abasto para atender la cola de clientes que quieren comprar kilichi, el resultado final del proceso que ha comenzado Bashirou. Cuando, una vez seca la carne, se sazona. Un producto muy apreciado y que muchos viajeros de paso por la urbe compran como regalo que llevar a amigos y familiares.
Las tierras que rodean Ngaundéré son ideales para la cría de ganado. De ahí que sus carnes y, sobre todo, su kilichi tengan tanta fama. Los rebaños de vacas cubren el paisaje. Pero, desde hace tiempo, a Bashirou le cuesta encontrar un producto de buena calidad a un precio adecuado. «Tanto buey y no consigo lo que necesito para mi negocio», se queja.
Alhadji es intermediario en la compraventa de ganado y explica a su amigo que la culpa es del libre mercado. Muchas reses pasan a los países vecinos, asegura. En especial a Chad, República Centroafricana e incluso a Sudán, donde se paga más por la carne. Los mbororos son los que realizan la transacción. En su trashumancia llegan a la zona con el ganado, compran nuevas cabezas y salen con ellas como si fueran parte de sus rebaños. Es algo que está prohibido. «Pero ya sabes cómo son las cosas por aquí, muchos hacen la vista gorda porque sacan beneficio de ese tráfico», asegura Alhadji. Luego están los más de 20 camiones que a diario parten cargados de bueyes desde aquí hacia Duala o Ebolowa, y desde allí a Gabón, Guinea Ecuatorial o República Democrática de Congo. «Es más rentable vender fuera que hacerlo aquí», continúa Alhadji mientras da un sorbo al vaso de ataya que el ayudante de Bashirou le ha servido. «La culpa la tienen las ayudas del Gobierno a los ganaderos. Se han concentrado en pocas manos, que han aumentado considerablemente el tamaño de sus rebaños. Son estos acaparadores, amigos del régimen, los que deciden dónde vender y nadie les aplica los cupos y cuotas de exportación que la ley impone, por eso estamos en esta situación», concluye.
La crisis de los bueyes repercute en el precio de la carne y del kilichi. Bashirou ha tenido que subir 300 francos CFA (0,46 euros) el kilo de su producto, y sus clientes se quejan. «El beneficio de unos pocos será nuestra ruina», sentencia, y su amigo asiente.
En la imagen superior, un cortador de kilichi en una calle de Ngaundéré (Camerún). Fotografía: Chema Caballero.