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Periodista congoleña, premio Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014.
Por Javier Fariñas Martín / Fotografías de Javier Sánchez Salcedo
¿Cuál es su trabajo en un contexto como el que vive el este de su país desde hace décadas?
Mi trabajo tiene dos vertientes. Soy periodista y activista en varias ONG comprometidas en el acompañamiento a las mujeres víctimas de violencia sexual. Además, soy miembro de la Asociación de Mujeres en los Medios de Comunicación del Este de Congo, una organización que también trabaja para defender a las mujeres y hacer conocer lo que la mujer congoleña ha sufrido durante la guerra. El objetivo es trasladar a la opinión pública la necesidad de cambiar de comportamiento y de tomar decisiones para poner fin a la guerra, causante de una violencia generalizada contra las mujeres. En otra dimensión, trabajo con una organización creada por mí, Niñas de la Alianza para la Promoción de los Derechos Humanos (AFIDEP) para materializar la autonomía de la mujer, lo que las conducirá a salir del estado de víctima para convertirse en mujeres líderes e independientes.
Eso en su faceta de activista. Como periodista, ¿qué espacio ocupa?
Como periodista, intento trabajar de otra manera en los medios de comunicación. Radio Okapi me ha dado muchas oportunidades que me han ayudado a usar los medios como instrumento de paz. Mi trabajo en la radio, como el de todos los periodistas de esta cadena, es el de acompañar el proceso de paz y el diálogo franco entre los congoleños y los grupos armados para lograr la paz.
¿Tiene Radio Okapi fuerza suficiente como para ser influyente en República Democrática de Congo (RDC)?
Radio Okapi es la primera cadena del país, es la más escuchada en RDC. También se escucha en la región de los Grandes Lagos, en todos los países vecinos. RDC tiene una población de 67 millones de habitantes. Radio Okapi cubre todo el país y su audiencia es, más o menos, del 80 por ciento de la población.
¿Sería posible esta labor de concienciación y pacificación con otras emisoras congoleñas?
Es posible, pero muy difícil. Nosotros tenemos, al menos, la suerte de trabajar en una radio independiente y que goza de la protección de Naciones Unidas. Radio Okapi pertenece a la ONU y nos beneficiamos de esa inmunidad del organismo internacional. También tenemos independencia frente al Gobierno. Somos imparciales y no tenemos ningún freno en cuanto a la libertad de expresión.
¿Cómo es el relato periodístico de un conflicto cuando el periodista, en este caso usted, lo ha sufrido directamente?
Es una historia de vida, es una historia que se nos cuela, es una historia que nos pertenece, es nuestra vida.
La pasada primavera, en Madrid, se mostraba escéptica respecto a los tratados internacionales que tratan de frenar la violencia en el este de su país. Reconocía que más que la política, será la mujer congoleña la que construya la paz en RDC.
La comunidad internacional viene a apoyar el trabajo de la mujer. Sigo convencida de que la mujer es la principal protagonista en su propio desarrollo y en el del país.
Unos meses más tarde, usted participó en el encuentro “Mujer y paz en República Democrática de Congo”, celebrado en la Universidad Carlos III de Madrid, en el que se habló del papel de la comunidad internacional en su país. Después de tantas esperanzas frustradas, ¿confía en los actores de la política mundial para frenar la guerra y la violencia contra las mujeres?
La comunidad internacional nos acompaña y necesitamos de sus tratados y acuerdos porque no podemos trabajar sin ninguna base. Las resoluciones internacionales nos permiten tener bases sobre las cuales trabajar. Nos permiten ver cómo podemos orientar nuestras peticiones posteriores. Lo que queda por hacer es convertir a la mujer en protagonista de su propia historia para poder salir de su problema. Puesto que es ella misma la que vive la situación, también es ella la que conoce realmente el problema que sufre. Creo que es más fácil que sea la persona que tiene un problema la que proponga pistas y soluciones que le puedan ayudar a salir del estado de víctima en el que se encuentra. La mujer es la protagonista principal de su problema y debe tomar conciencia de que debe actuar.
Uno de los causantes de la eterna crisis congoleña es la extracción incontrolada de recursos en el este. En 2010 se aprobó en Estados Unidos la Ley Dodd-Frank, por la que las empresas deben garantizar la trazabilidad de los materiales, prestando especial atención a minerales como el oro, estaño o coltán. Sin embargo, esta y otras leyes no terminan de cumplirse ni de ser efectivas. ¿Son escépticos?
Creo en la Ley Dodd-Frank, pero con ella ocurre lo mismo que en mi país donde muchas leyes arrastran el problema de su aplicabilidad. Con esto no quiero decir que no crea en estas leyes. Nuestro trabajo consiste en empujar a los gobernantes y a las autoridades a aplicar las leyes que ellos mismos han aprobado. Si decimos que no creemos en esas leyes estamos tirando por tierra nuestro trabajo. Siempre estamos felices cuando vemos que una resolución ha sido votada, que una ley ha sido promulgada, porque eso sustenta nuestra lucha. Y esta ley, la Dodd-Frank, nos permite ir hoy por el mundo entero y decir: ‘Existe esta ley. ¿Qué estáis haciendo con ella?’. Así podemos enfocar la defensa de nuestros derechos, teniendo en cuenta una ley que ha sido votada o promulgada. Con esta normativa norteamericana, tenemos al menos posibilidad de desarrollar acciones concretas en RDC para, entre otras cuestiones, intentar garantizar la trazabilidad de los minerales.
Los señores de la guerra y los numerosos grupos armados que actúan en Goma y su entorno son algunos de los que dificultan ese control de los minerales. Hace unos meses, Bosco Ntaganda, uno de ellos, fue puesto ante el Tribunal Penal Internacional. ¿Podría simbolizar este hecho el final de la impunidad en RDC?
Es solo una gota en el mar porque en mi país hay muchos criminales pero, al menos, ha sido un mensaje contundente para mostrar que es posible luchar contra la impunidad. Bosco Ntaganda es uno de los símbolos de la criminalidad en mi país, pero su detención no simboliza el fin de la impunidad, porque seguimos en conflicto.
En muy poco tiempo, dos congoleños, el doctor Dennis Mukwege y usted, han recibido premios muy importantes como el Sajarov y el Príncipe de Asturias de la Concordia, poniendo la realidad de su país encima del tapete.
El doctor Mukwege es un hombre excepcional. Lo que yo hago es diez veces menos que lo que hace él.
Con sus discursos, en el Parlamento Europeo y el Teatro Campoamor de Oviedo, abrieron los ojos de mucha gente a lo que ocurre en el este de RDC. ¿Tiene la impresión de que se les escucha más fuera que dentro de su país?
Eso es relativo, porque tenemos la suerte de que en mi país hay una sociedad civil muy fuerte, muy potente. Pero, al mismo tiempo, tenemos un Gobierno que no es nada receptivo a sus reivindicaciones. Esa es la dificultad. No se trata de que el Gobierno no nos escuche; porque sí que lo hace, pero al final no actúa. Yo no estoy sola, el doctor Mukwege no está solo, estamos con toda la sociedad civil. Hay muchas redes que trabajan por la paz y contra la inseguridad, pero tenemos un Gobierno insensible, un Gobierno que no acepta las sugerencias, un Gobierno cerrado a las propuestas, un Gobierno que no nos acompaña en nuestro trabajo.
¿Tiene algo que ver con eso la lejanía geográfica de la capital, Kinshasa, con el este, donde se ceba el conflicto?
RDC es muy grande, con lo cual lo que pasa en el este es ignorado por el oeste. Pero ese no es el problema; el problema es que tenemos un Gobierno que surge de un conflicto –evidentemente lo hemos elegido democráticamente, no lo podemos negar, ni podemos quitarle su legitimidad–, pero es un Gobierno que no se preocupa por su pueblo. Es un Gobierno que no responde directamente a las necesidades del pueblo.
¿Debe optar Joseph Kabila a un tercer mandato en unas elecciones que, a priori, deberían celebrarse este otoño?
Yo no quiero hablar del tercer mandato porque la Constitución de RDC rechaza un tercer mandato y la Constitución sigue siendo la biblia para nuestro país. Nuestra Constitución consagra dos mandatos y el presidente Kabila no tiene la legitimidad ni el derecho de presentarse para un tercer mandato porque habrá violado la Carta Magna. Yo sé que él será receptivo a la demanda de su pueblo, que será respetuoso con los textos de la Constitución y que no se presentará de nuevo. Si fuese consejera del presidente, le aconsejaría simplemente que no exponga a su país al peligro del fuego y de la sangre por intentar mantenerse en el poder, que deje el poder, que favorezca la alternancia y que vuelva en el futuro a optar a otro mandato. Pero hay otro problema: los países africanos tienen que reflexionar sobre cómo proteger a los expresidentes. Tengo la impresión de que los presidentes africanos tienen miedo de dejar el poder porque no saben qué va a pasar con ellos después. Habrá que aprobar leyes que favorezcan que los presidentes pasen a ser expresidentes y tengan un estatus acorde a su condición.
Que una guerra no declarada como la del este de RDC –con millones de muertos durante los últimos 20 años y con miles de mujeres violadas y usadas como arma de guerra– no tenga la atención de los medios de comunicación de todo el mundo es un escándalo. ¿Por qué cree que no merecen un hueco en los periódicos del día?
La respuesta es simple: la prensa, a nivel internacional, pertenece a sus dueños, que tienen su agenda y sus intereses políticos. También, porque está financiada indirectamente por las empresas multinacionales o por personas que no tienen interés en que se hable de una situación real de conflicto en un país a o b. Por ejemplo, no tienen interés en que se hable del conflicto congoleño porque ellos mismos, de una manera u otra, tienen intereses en él. En mi país, hay seis millones de muertos desde que empezó la guerra, pero a la prensa internacional no le interesa que se hable de esta situación; solo destaca lo excepcional cuando hay muertos: ‘En tal período, hubo tantos muertos en la guerra en tal país’, pero no hace ningún seguimiento, ni juega el rol de la prensa como cuarto poder. Simplemente porque hay intereses detrás de esta prensa.
Aquí si Ronaldo o Messi marcan un gol o fallan un penalti son portada varios días seguidos…
No me gusta el fútbol. Tengo hermanos a los que les gusta el fútbol y a través de ellos sí conozco a Messi o a Cristiano Ronaldo.
Pero seguro que sí es consciente de su repercusión. Le ponía ese ejemplo para compararlo con un drama como el que se vive en el este de su país, que con frecuencia no merece ni un hueco en los espacios informativos. Eso me desencanta con esta forma de hacer periodismo.
Soy de su opinión. Esta realidad me choca. A partir de ahí se entiende que el mundo empieza a perder su humanidad porque, entre la vida y el placer, se escoge el placer. Eso quiere decir que la muerte de una persona en algún rincón del mundo es banal respeto al placer que procura el fútbol. Entonces, habrá que preguntarse a dónde va el mundo, dónde está el corazón del hombre, qué espacio se ha concedido a la humanidad del hombre. Esto es muy grave. Debemos, como periodistas, ver nuestro poder, porque somos el cuarto poder, con lo cual somos capaces de cambiar el mundo y de contribuir a la paz. Cada uno tiene su manera de ver las cosas, pero esto es muy grave.
Un periodista español, Pedro Simón, en su novela Peligro de derrumbe, dice que no porque algo parezca increíble deja de ser verdad. Eso mismo ocurre con el drama de las mujeres congoleñas, que parece increíble pero es real. ¿Hay algo que tenga que decir a nuestra sociedad sobre lo que está pasando en su tierra?
Voy a contestar con un ejemplo. Pongamos que unos amigos han perdido a algún miembro de su familia. Cuando esto ha ocurrido he mostrado compasión con ellos y les he dicho: ‘Te ofrezco mis condolencias. Has perdido a tu padre, a tu madre… De verdad, lo siento’, y nada más. No he sentido mucho dolor por esa pérdida. Ahora bien, pongámonos en el caso de que es mi madre la que está enferma y que hace poco el médico me ha dicho que tiene una enfermedad terminal y que puede morir. Entonces es cuando he podido empezar a sentir el dolor de mis amigos, por lo que les he llamado y les he dado de nuevo el pésame. Ahí he estado más cerca de lo que ellos han sentido. Pero pongamos que después he perdido a mi abuela. Y, de nuevo, he vuelto a dar el pésame a mis amigos. Es entonces cuando les he dicho que la primera vez no sentía nada y que lo hice como una mera fórmula de cortesía. En cambio en este momento, con el dolor que llevo por la muerte de mi abuela, sí soy capaz de acompañarles en el sentimiento. Es lo mismo que podría decir de España o de las sociedades que no viven las mismas atrocidades que nosotros. No pueden comprender lo que sentimos nosotros. Con una mirada compasiva nos dicen que lo que vivimos ‘es atroz’, pero no hacen nada. No les deseo la desgracia, por supuesto, pero si vivieran lo que vivimos comprenderían lo que sentimos. Pongo este ejemplo para que todo el mundo lo entienda, aunque en el fondo esto no es más que una llamada: no hay que esperar a que a alguien le llegue la desgracia antes de tener compasión por el dolor del otro, antes de ayudarle o de sostenerle lo mejor que se pueda.
Las mujeres congoleñas por cuestión de género, de raza y de procedencia podrían para algunos cumplir ciertos parámetros para ser incluidas en el estereotipo de las víctimas.
No, no es verdad porque ser negro no es un ingrediente para convertirse en víctima, ser mujer tampoco y vivir en Congo tampoco lo es. Nada justifica la situación que la mujer está viviendo en RDC. Lo que sí la justifica son los intereses egoístas de unos y de otros en todo el mundo, los intereses capitalistas, la búsqueda del poder y del dinero fácil. Por ejemplo, se aprovechan de situaciones como las que se están viviendo en Libia o en Irak porque en ambos países hay petróleo. De igual manera, hay una guerra en mi país porque hay minerales en el este. Si hacemos la cartografía de la guerra a través del mundo, veremos que en cada país donde hay un conflicto, este existe porque hay intereses económicos. Esa es la única explicación que justifica la guerra. Y los intereses económicos no vienen solo de las multinacionales; pueden ser los mismos nacionales del país los que, buscando satisfacer su propio interés, acaparan todo y no quieren hacer una buena gestión.
Su país está asociado a la maldición de los minerales.
No estoy de acuerdo con ello. No es una maldición. Al contrario, es una bendición para que los países vecinos puedan beneficiarse y desarrollarse alrededor de este rico país. El ser humano puede cambiar, se puede sensibilizar para que las cosas cambien y para que estos recursos sirvan para el desarrollo de todo el país y de los países vecinos. Creo que es posible.
Ya que habla de posibilidades, ¿se puede ser optimista viviendo en un país como RDC?
Mi presencia aquí es una prueba de que soy optimista. Si fuera pesimista, estaría en algún lugar haciendo mis negocios, no me lanzaría a este activismo que me crea no pocos problemas de seguridad. Yo me he comprometido en una causa que aporta muchos frutos, aunque estos lleguen poco a poco. Es verdad que todavía queda mucho camino por recorrer, que el camino de la pacificación es muy largo y necesita una paciencia enorme, pero la paz termina teniendo la última palabra. Tomo como ejemplo a Mandela, que luchó durante tantos años, pero que terminó ganando en Sudáfrica. Es un ejemplo para nosotros. Hace 15 años, algunas mujeres víctimas de la violencia sexual decían que iban a morir, pero hoy son líderes de sus comunidades. Si yo te presento hoy a una mujer y te enseño su foto de hace 15 años, no la puedes reconocer porque es diferente, ha renacido, ha dejado atrás su problema. Eso nos da una alegría incalculable y nos hace ver que el futuro será mejor.
Una misionera española, Nuria Juvanteny, me dijo en una ocasión algo que después he escuchado con frecuencia: ‘Si la mujer africana dejara de trabajar, el continente se pararía’. ¿Qué le parece, como africana, esta afirmación?
Estoy de acuerdo porque es la mujer africana la que mantiene unido el cordón umbilical entre África y el resto del mundo. Es una mujer dinámica, que ha sufrido mucho, pero que sigue dando alegría, esperanza y vida a este continente. Por eso seguimos luchando para que la mujer africana esté representada en las estructuras políticas, en las empresas africanas, en toda la vida social, en la investigación…, para que este continente se desarrolle. Si hoy no avanzamos es porque la mujer todavía no está representada.
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