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Por Elena Sánchez Novoa
Es un misterio. Sevilla en el siglo XVII, según Cervantes, era ‘El damero de Europa’, puesto que entre el 10 y el 15 por ciento de las personas eran de color. Yo creo que se ha silenciado este capítulo de nuestra historia por ser tan vergonzante.
Los expertos no se ponen de acuerdo. Según Pareja Obregón, que ha estudiado las raíces del flamenco, muchos de sus ritmos tienen orígenes africanos. Según él, lo más probable es que la población negra se haya cruzado con la única comunidad que los aceptaba, los gitanos. Es una teoría, yo no sé si la más acertada.
Durante años tuve delante de mí cierto cuadro de Goya en el que aparece la hija negra de la Duquesa de Alba, pero siempre pensé que era producto de la imaginación del maestro, no una escena real. Un día una amiga me desveló que Cayetana de Alba había adoptado como suya una pequeña esclava. Se la regalaron como quien regala un perrito o una muñeca –una práctica bastante habitual en el XVIII–. La diferencia es que ella, que no podía tener hijos, se encariñó de tal modo con la niña que la convirtió en su hija.
La hija de Cayetana es, en realidad, el fruto de dos novelas que se entrecruzan. Una es la historia de la Duquesa de Alba, una novela histórica para la que no me costó mucho documentarme porque existe mucha literatura al respecto. La otra es la historia de la otra madre de María de la Luz, su madre real y biológica, que intenta recuperar a la niña. Esta es una novela de aventuras y me costó más. Hay muy poca documentación sobre los esclavos en España. Fue una labor de detective, apasionante.
¡Un escándalo! Claro que Cayetana tenía fama de extravagante, pero una hija negra… Ella iba con María de la Luz a todas partes, le encantaba epatar a las señoronas que la criticaban.
El XVIII fue el siglo de las mujeres. En él, las mujeres de clase alta eran mucho más libres de lo que serían sus congéneres hasta bien entrado el siglo XX. Sus opiniones eran respetadas, tenían gran influencia política y mucha libertad sexual. Como los matrimonios eran de conveniencia, los cónyuges se ponían de acuerdo para tener uno o dos hijos. A partir de ahí… ancha es Castilla, cada cual hacía lo que mejor le parecía.
En efecto, pero se lo podía permitir. Pertenecía a la única estirpe de mujeres libres que ha conocido la historia hasta bien entrado el siglo XX: las mujeres que eran muy ricas o muy poderosas. Ella era ambas cosas.
Los llamaban ‘gentes de placer’. En el siglo XVIII estaban considerados artículos de lujo. Era un símbolo de estatus tener un portero de color… De ahí han quedado expresiones como “Es tan rico que tiene un negro con librea” o “¿Quién se ha creído que es? Cualquiera diría que tiene un negro que lo abanica”.
Evidentemente. Es la naturaleza humana: se envidia a los que están más arriba que uno en la escala social y se discrimina a los que están abajo.
Muchos se convertían en juguetes, como le ocurrió a María de la Luz. Juguetes rotos porque, después de jugar con ellos un ratito, la mayoría acababa pelando patatas o dando de comer a los cerdos.
Ese es uno de los puntos más interesantes de la novela. A medida que crece, María de la Luz empieza a darse cuenta de lo que es: una negra vestida de duquesa, una esclava criada como una señorita. ¿Qué pasa cuando se convierte en una adulta? Como le dice con muy mala entraña uno de los personajes: “Todos los cachorritos son monísimos mientras son pequeños, lo malo es que crecen.”
Sí. En las colonias muchos esclavos eran liberados por sus amos al morir estos. Algunos, incluso, les dejaban una nada desdeñable fortuna. Había muchos que vivían de modo bastante acomodado.
No se sabe con certeza. Lo más probable es que se volviera a Cuba.
[Fotografía superior: Carolina Roca]
“¿Y qué más te contó?”
“–Entonces no eres como nosotros, como los que salimos de África.–Claro que sí, mi madre fue una de ellas. La robaron de un poblado cerca de la costa, siempre me hablaba de él. Más de treinta días estuvo a bordo de un barco en el que los hacinaban en la bodega, aprisionados con grilletes, así si la nave naufragaba, se iban al fondo con ella.
–¿Y qué mas te contó? ¿Acaso te habló de cómo, al llegar a tierra, los exhibían desnudos en una plaza pública o en una playa y cómo los compradores los inspeccionaban, igual que animales? Primero, les abrían la boca para ver si estaban sanos y, luego, si eran mujeres, les metían sus mugrientos dedos donde bien puedes imaginarte buscando rastros de sífilis y otras enfermedades, pero gozando cada minuto de aquella exploración. Y tampoco te habrá contado cómo la mayoría de las mujeres llegaban preñadas a tierra porque a todas las violaban una y otra vez durante el viaje. Algo que, aparte de dar contento a la marinería, era bueno para el negocio porque el comprador podía llevarse entonces dos esclavos al precio de uno. Menos aún te habrá dicho que otras mujeres que viajaban con hijos de pocos años lloraban y suplicaban a sus compradores que los compraran a ellos también y cómo la mayoría se negaba porque no entraba en sus planes pagar por un mocoso inútil. No, nada te dijo porque de lo monstruoso nunca se habla, es la única manera de seguir viviendo. Tú eres una esclava doméstica. ¿Sabes cómo llamamos nosotros a los negros que nacen en casa de los amos y se crían con ellos? Niños de fortuna. Por mucho que alguna vez te hayan molido a palos o condenado al látigo, eres una niña de fortuna. Sabes poco y nada de las criaturas que nunca han dormido a techado y que, desde que cumplen tres años, las echan al campo a recoger algodón. Y menos aún de las que trabajan en las minas. ¿Y qué me dices de las que se ahogan a diario en los malecones de tantos puertos en busca de perlas finas?”.
Fragmento de La hija de Cayetana, de Carmen Posadas.
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