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Texto y fotografía: Gerardo González Calvo
Imagen: Cristo de Mthawira
1
Al Cristo de Mamelodi Daina Cormick le empotró
la cabeza en el costado con clamores de escarnio
en la mirada. “Duele ver ese Cristo”, dijo un xhosa
con el rostro marcado por la sinrazón del apartheid.
Negro es el dolor de este Cristo cuarteado por el oprobio
de Sharpeville, negro como la carne de Biko, rasgada
por la insania del odio. Duele ver ese Cristo vulnerado.
2
El Cristo de Mthawira lo esculpieron artistas de Ku-Ngoni
en los montes Dedza de Malaui. Sobre una cruz curvada
como el amparo Cristo arquea su cuerpo para acoger
al hombre que gime a ras de suelo. En el bosque han brotado
los verdes y los ocres que alivian los embates de la hambruna
y el sida. Hay compasión en este Cristo que abraza
y acompaña al caminante. Dios, el hombre y el Universo
caben en esta cruz, que es compendio de vida y esperanza.
3
El catequista nuba Kueric Macuy incrustó en su bastón
cuatro casquillos de bala y formó una cruz; huele todavía
a pólvora de Kaláshnikov canjeado por oro y diamantes.
Esta cruz no tiene Cristo, dijo el catequista, pero en ella
están crucificados todos nuestros hermanos de Sudán,
de Liberia y de Ruanda, reventados con saña como piojos.
En ella están Mélida y Deng que pastoreaban su ganado
a orillas de Bahr-el-Ghazal y fueron apresados por baggaras;
en ella están los dinka de Rumbek, los azande de Tómbora,
los tutsis y los hutus, los kran y los gio, los krio y los mendé
de Liberia. Esta cruz no tiene Cristo –prosiguió Kueric Macuy–,
pero caben en ella todos los crucificados de la Tierra.
Las balas traspasan sus manos y sus pies con la misma vileza
que en el Gólgota. Son los Cristos anónimos que pagan
con su sangre todas las injusticias y avaricias del mundo.
Al concluir la catequesis, Kueric Macuy alzó su cruz y brillaron
los casquillos como cuatro improperios contra el hombre
que esculpe su progreso con los negros fusiles de la muerte.
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