Publicado por Carla Fibla García-Sala en |
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Sin proyecciones ni público, los Premios de la Academia del Cine Africano (AMAA) son, desde 2005, el fruto del debate entre profesionales del sector tras ver las películas a puerta cerrada. Estos Goya africanos son un buen termómetro de la evolución de una industria que, en el caso del continente, tiene como principal talón de Aquiles la financiación y la distribución de las cintas.
Primero el pirateo y después las plataformas online han obligado a muchos cines a cerrar y a los productores a esmerarse para encontrar productos que les permitan seguir siendo rentables. Aún así, los 12 miembros vitalicios del jurado de los AMAA –que solo se renuevan cuando fallecen o deciden dejar el cargo por voluntad propia– no lo tuvieron fácil cuando, a finales de octubre, se reunieron en Lagos para decidir el palmarés de 2023.
En los últimos 18 años, los AMAA han entregado 468 galardones en 26 categorías, entre películas, cortos, documentales y cintas de animación. En la última edición fue la película Xalé –del senegalés Moussa Sene Absa–, que cuenta la historia de una adolescente cuya vida da un giro cuando muere su abuela materna, la que obtuvo el Premio al Mejor Largometraje. La realizadora Apolline Traoré con Sira, coproducida por Burkina Faso, Francia, Alemania y Senegal, logró el galardón a Mejor Directora. La cineasta burkinesa habla de terrorismo a través de los ojos de una mujer, en un trabajo con el que ha querido transmitir lo que siente la comunidad de la zona, al margen de los prejuicios occidentales, donde no se diferencia un país del Sahel de otro.
Los AMAA tienen poco que ver con certámenes como el FESPACO –que se celebra cada dos años en Uagadugú, la capital de Burkina Faso–, con encuentros fuera del continente dedicados al séptimo arte africano, como el Festival de Cine Africano de Tarifa (FCAT), o con la presencia de títulos en los festivales de Berlín o Cannes. Los AMAA pretenden destacar «la excelencia» de la producción local y el apoyo de profesionales no africanos que contribuyen a la calidad de los trabajos. Esta fue la máxima con la que decidió ponerlos en marcha su fundadora, la cineasta y empresaria Peace Anyiam-Osigwe, que fue una de las pioneras en demandar un reconocimiento a lo que años después se denominó Nollywood. «Va a ser la primera edición sin la fundadora, porque falleció a principios de 2023, pero habrá un reconocimiento y la confirmación de que su legado va a continuar», explicó a MUNDO NEGRO a finales del pasado mes de octubre Shaibu Husseini, presidente del Comité de Selección de los AMAA y miembro del jurado desde 2008. Lo hizo pocos días antes de que se celebrase la ceremonia de entrega, en la que se rindió tributo a Anyiam-Osigwe con un documental sobre su avanzada visión del influjo que la cultura, y en especial la audiovisual, podía ejercer en una sociedad.
Robamos a Husseini un tiempo precioso en esas horas previas a que el jurado se reuniera para tomar las decisiones finales tras las deliberaciones. En una ruidosa cafetería junto al impresionante edificio que alberga la Galería Nacional de Arte Moderno de Lagos, confesó que la competición había sido muy dura. «No son solo directores africanos, ni películas hechas en el continente, sino también películas realizadas por africanos en la diáspora. El cine africano está creciendo, se está haciendo global ahora más que nunca. Nuestras películas son vistas gracias a festivales y plataformas. Ahora es fácil acceder al cine africano, las películas no se quedan solo en el continente, sino que van a otros festivales, en especial en Europa, porque muchos valoran el contenido hecho aquí. Eso ya es una prueba de que, realmente, estamos haciendo algo en el sector cinematográfico, que hay un nivel y que se habla desde lo local para una audiencia global», apuntó este reconocido crítico de cine nigeriano.
Los AMAA, que posicionan a Nigeria como meca del cine africano y reúnen a celebridades, políticos, periodistas, actores y actrices, son el evento cinematográfico más importante del continente. «Anyiam-Osigwe quería que fuera una plataforma en la que pudiéramos celebrar el mejor cine africano y el mejor talento que hace posible las películas. Se dedicó a estos premios porque se sentía orgullosa de lo que se producía en África, quería que fueran la plataforma a la que la gente pudiera enviar sus trabajos», añadió Husseini. Y destacó el trabajo del burkinés Jean-Marie Gaston Kaboré, porque «está haciendo todo lo posible para que sus películas lleguen. Forma parte de los realizadores que intentan superar los límites. Hay que empujar de forma global para que el cine africano ocupe un lugar propio».
Además de las dificultades para que las copias de las películas circulen y se conozcan las nuevas producciones, existen otras «fronteras» –así las llamó Husseini– como el idioma o el hecho de que, dependiendo de su procedencia, los subtítulos sean en inglés o francés. «Es difícil que una película francófona vaya bien en Nigeria, debe ser promocionada y llevar subtítulos en inglés. Es una tecnología que existe aunque, al final, genera un producto caro, por lo que tenemos un reto con el tema de la distribución y, antes, por supuesto, con la producción. Hacer una película es muy caro y en esta parte de África no tenemos fundaciones que las subvencionen. No hay acceso a becas como en otras partes del continente, como Sudáfrica o la parte francófona, para producir películas».
Cuando le preguntamos por las características del cine que había llegado a los últimos AMAA, Husseini aseguró que no primó tanto el diálogo como en las cintas europeas y que, sobre todo, «lo que interesa a los realizadores son los retazos de vida que intentan cambiar las narrativas negativas de cómo África es vista desde el exterior. Se trata de mostrar nuestra historia y ponerla en la perspectiva adecuada. También de que seamos nosotros los que la contemos, porque son nuestras historias, tradiciones y culturas…, que no lo hagan por nosotros. Lo que se hace desde la diáspora ayuda a los que están fuera a conectar con el continente. Aunque hay muchos africanos que han emigrado a Europa y se han convertido en ciudadanos de esos lugares, en sus trabajos vemos que siguen conectados con lo que ocurre en los países en los que nacieron y pasaron parte de su vida, desde donde partieron».
«No tengo películas favoritas porque la calidad de esta edición ha sido muy elevada y la competición muy fuerte. Algunas de las cintas visionadas ya han hecho carrera fuera, han triunfado en Sundance, Toronto o Berlín, pero si consideramos que también deben tener un AMAA para que el público africano aprecie el producto cinematográfico del continente, las incluimos en el palmarés. Sin embargo, nuestros premios son, a menudo, una plataforma para esos realizadores que no tienen tan fácil llegar al público extranjero, que no saben si triunfarán o no fuera», explicó Husseini, quien valoró el bagaje de los miembros del jurado por su elevado conocimiento del cine africano y su dedicación a él durante décadas.
En los AMAA no se tiene en cuenta la opinión del público porque no hay proyecciones. Sin embargo, las valoraciones del jurado sí generan un juicio entre los espectadores que luego acceden a los trabajos. Etiopía, Ghana, Senegal, Camerún, República Democrática de Congo y, sobre todo, muchas creaciones de Nigeria, aparecen entre los galardonados de la última edición. La mejor película y el mejor documental en la diáspora, Our Father, the Devil y Sound of the Police, respectivamente, fueron rodados en EE. UU., y el mejor corto hecho fuera del continente, Raw Materials, en Jamaica.
Xalé es el trabajo que más premios logró. Además de ser el largometraje mejor valorado, se hizo con los premios a Mejor Actriz de Reparto, para Rokhaya Niang, Mejor Escenario y Mejor Vestuario. Retener el nombre de estos cineastas e intentar visionar sus trabajos también contribuye a que el cine africano se siga posicionando dentro y fuera del continente.
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