Publicado por Chema Caballero en |
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La pandemia de COVID-19 fue la primera en dar la voz de alarma: los logros en la lucha contra el matrimonio infantil se están ralentizando. Ahora, la concurrencia de las crisis que se han sumado a ella, dando lugar a las llamadas 5C o policrisis, agravan el pronóstico. La crisis climática, los conflictos, la cesta de la compra (alimentos, carburantes…) agudizada por la guerra en Ucrania, y, la crisis de la deuda pública, agregan nuevos retos a los esfuerzos realizados durante décadas para erradicar esta costumbre.
A pesar de ello, aunque se haya desacelerado la tendencia, la práctica del matrimonio infantil ha seguido disminuyendo a nivel mundial. Hoy en día «una de cada cinco mujeres jóvenes de 20 a 24 años se casó cuando era una niña, frente a casi una de cada cuatro hace 10 años», afirma el informe Is an End to Child Marriage within Reach? Lates trends and future prospects (¿Está al alcance de la mano el fin del matrimonio infantil? Últimas tendencias y perspectivas de futuro) presentado recientemente por UNICEF.
Hay lugar para la esperanza. Aunque también está claro que no se alcanzará la meta 5.3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles («eliminar todas las prácticas nocivas, como el matrimonio infantil, precoz y forzado y las mutilaciones genitales femeninas») antes de 2030, como estaba previsto.
Además, los progresos alcanzados no son iguales en todo el mundo. Los porcentajes más altos de matrimonio infantil se encuentran en África central y occidental, donde una de cada tres mujeres jóvenes fue casada antes de los 18 años. Niveles similares se encuentran en África del sur y oriental. Por tanto, el continente, una vez más, bate récords.
El matrimonio infantil, asegura la organización internacional, roba a las niñas su infancia y amenaza su bienestar. Las que se casan antes de los 18 años tienen más probabilidad de experimentar violencia doméstica y menos posibilidades de permanecer en la escuela. Presentan peores resultados económicos y de salud que las que esperan a la mayoría de edad para contraer matrimonio. Los hijos de estas chicas suelen heredar las condiciones de sus madres, son más vulnerables en materia de salud y educación.
Estas niñas quedan, normalmente, embarazadas durante la adolescencia. Lo que aumenta el riesgo de complicaciones durante el periodo de gestación y el parto. La práctica también puede aislar a las niñas de familiares y amigos, lo que afecta gravemente a su salud mental.
El coctel de policrisis tiene como principal consecuencia un aumento de la pobreza en África. Esto repercute negativamente en las niñas. Ellas ven dificultado su acceso a la atención médica, la educación, los servicios sociales y el apoyo comunitario. Y también, en el aumento de los matrimonios de niñas.
El matrimonio infantil va más allá de una cuestión de tradición y cultura. Es un fenómeno que afecta particularmente a los sectores más pobres de la sociedad. Las niñas son consideradas como un medio con el que obtener ingresos para ayudar a la economía familiar. Se trata del pago de la dote que puede llegar en forma de dinero, de ganado u otros bienes. Luego, las leyes tradicionales y el escaso poder que tienen las mujeres y niñas para oponerse a esa práctica hacen y justifican el resto.
Esta relación directa entre crisis económica y aumento del matrimonio infantil no es un fenómeno nuevo. Se ha dado en ocasiones previas. Ya se detectó en Guinea, Sierra Leona y Liberia durante la crisis del ébola en 2014-2015. También, en abril de 2020, el Fondo de Naciones Unidas para la Población (UNFPA) advirtió de que las dificultades económicas derivadas de la pandemia de COVID-19 podrían ser la causa de millones de nuevos casos de matrimonios infantiles, mutilación genital femenina y embarazos juveniles indeseados. Algunos países como Etiopía y Malaui confirmaron poco después la veracidad de aquella previsión, sobre todo, respecto a los matrimonios de niñas menores de edad. UNICEF estima que solo con la pandemia de COVID-19 ya se ha reducido en una cuarta parte la cantidad de matrimonios infantiles que podrían haberse evitado desde 2020.
Son muchos los países de África, podemos decir que mayoría, que penalizan el matrimonio infantil. Casi todos, también, han firmado los tratados y convenios internacionales que prohíben las bodas de menores de 18 años. Pero resulta difícil implementar tanto las leyes nacionales como las internacionales y, sobre todo, conseguir que lleguen a los rincones más recónditos de un país. Además, en momentos de crisis económicas, las programas y medidas sociales de prevención saltan por los aires porque las prioridades cambian.
El informe de UNICEF confirma todo esto. Las niñas que viven en entornos frágiles tienen el doble de probabilidades de convertirse en niñas casadas que las que viven en otros hábitats, viene a decir.
La erradicación de este fenómeno no depende solo de leyes que lo prohíban y penalicen. Tiene mucho más que ver con la lucha contra la pobreza y el acceso a la educación de las niñas. Si se aumentan los esfuerzos en estos dos campos, el número de matrimonios infantiles en África caerá considerablemente.
En la imagen superior, Nana y Zakia, casadas en Darfur cuando tenían 13 y 17 años respectivamente. Fotografía: Albert González Farran /UNAMID
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