«El miedo es el mayor enemigo del diálogo»

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Cardenal Miguel Ángel Ayuso, prefecto del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso 


El cardenal comboniano Miguel Ángel Ayuso es el prefecto del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso desde 2019. Curtido durante 20 años en el trabajo misionero en África, lidera un equipo de 15 personas dedicado a la promoción del encuentro con el otro.


¿En términos no eclesiales, ¿a qué ministerio equivaldría este dicasterio?

Este dicasterio sería un ministerio de asuntos religiosos. Desde aquí nos dedicamos a establecer relaciones oficiales, institucionales, con las conferencias episcopales o con grupos para alcanzar buenas relaciones interreligiosas. Nosotros no nos ocupamos de, entre comillas, cuestiones políticas. La segunda sección de la Secretaría de Estado del Vaticano es la responsable de la relación con los estados y con las organizaciones internacionales. Aunque a veces en nuestro trabajo nos encontramos con personas, grupos o instituciones que quieren abordar cuestiones de tipo sociopolítico, les hacemos ver que nosotros solo nos ocupamos de asuntos interreligiosos. 

¿Tienen contrapartes al mismo nivel en el resto de confesiones? ¿A quién se dirigen cuando tienen que entablar esas relaciones?

Hay una relación bilateral con grupos e instituciones que se acercan a nosotros y manifiestan el deseo de establecer una colaboración regular para reflexionar y potenciar el diálogo interreligioso. Eso ocurre, por ejemplo, con Irán, país con el que tenemos una relación de colaboración desde hace tiempo. Cada dos años nos encontramos en Roma o en Teherán e intercambiamos ideas y reflexiones. También con Irak hemos mantenido algunos encuentros, el último en Bagdad, con sunitas, chiitas y yazidíes. Nuestra contraparte allí es una institución gubernamental que, sin embargo, en su relación con nosotros, aporta reflexión y colaboración de carácter religioso y no político. También mantenemos relación, por ejemplo, con la Academia Real de los Ulemas de Marruecos. Tenemos establecidas una serie de relaciones para compartir, proponer eventualmente algún tipo de mensaje o, simplemente, crear comunión entre las diferentes confesiones.



Sesión plenaria del Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales celebrado en septiembre de 2022 en Nursultán (Kazajstán). Fotografía: Filippo Monteforte/Getty


¿Cuál es el punto de convergencia en esos diálogos?

Principalmente se trata de compartir desde nuestra tradición religiosa, desde nuestra fe; son encuentros de amistad. Buscamos espacios comunes a partir de la diversidad. No pretendemos discutir cara a cara sobre cuestiones teológicas delicadas para ver quién tiene razón, sino que nos encontramos para mirar juntos nuestro mundo y ver qué podemos hacer. Hay una humanidad herida, y hablamos sobre cómo podemos unir nuestras fuerzas para crear un mundo mejor. Se trata de no ­ponernos enfrente sino al lado del otro. Hay muchos elementos que son necesarios como la libertad religiosa, la cohesión social, la dignidad humana… Es interesante ver que en los temas más espinosos, entre las diferentes tradiciones religiosas o, incluso, a nivel político, suele haber puntos de vista comunes. Así, por ejemplo, vemos cómo la Santa Sede y los países musulmanes se sienten unidos en la defensa de la vida y de la familia. 

¿La religión puede ser un instrumento útil para abordar asuntos políticos?

Sí. Mi predecesor, el cardenal Jean-Louis Tauran, en repetidas ocasiones decía que la religión no es un problema sino que es parte de la solución a los problemas de hoy. El mundo de la política y de lo social no debe mirar con sospecha a la religión o a las diferentes denominaciones religiosas, sino ver en ellas una fuente de donde obtener resultados positivos. En estos últimos años ha habido una especie de interferencia. Aunque a veces lo político ha entrado en lo religioso y viceversa, y esto crea conflictos, divisiones y reacciones de­sagradables, no podemos ignorarnos. 

¿Percibe cierto rechazo a dialogar con el diferente, con el otro?

Sí, he visto que hay miedo, y el miedo es el mayor enemigo del diálogo. En encuentros y reuniones me dicen a veces que hay muchos musulmanes en Europa y que van a invadir e islamizar el continente. Siempre he dicho que no hay que tener miedo a esta presencia extranjera desde el punto de vista social, identitario, intercultural e interreligioso, sino que debemos experimentar la inclusión de la que habla el papa Francisco. A mí lo que me da miedo como cristiano es el abandono de la fe por parte del mundo cristiano, me dan miedo una secularización y una laicización agresivas que luchan contra los valores cristianos. Esto es lo que hace desintegrar nuestra identidad. Esto es lo que me da miedo y me preocupa. Si en Occidente tuviéramos una fe arraigada, no tendríamos miedo de esto. Lo que sí tenemos que hacer es saber acogerlos, aceptarlos e integrarlos desde la diversidad.

¿Este miedo es más propio de los adultos o de los jóvenes?

Este miedo y esta reacción de rechazo que tenemos los adultos se difumina cuando me encuentro con gente joven. No se sienten mal porque viven integrados y aceptan esa integración desde el respeto, la amistad y la colaboración. A veces estamos demasiado preocupados por este asunto. Debemos reconocer que hay una nueva generación que está creciendo y que tiene que aprender estos valores con el objetivo de vivir en diversidad respetando la propia identidad. Una sana diversidad refuerza nuestra identidad. Aquello que nosotros creemos que es un problema, o a lo que tenemos miedo, en realidad dispone de una riqueza potencial enorme siempre que nos lleve a una cultura de la aceptación y la inclusión del otro. Sin embargo, sabemos que esto, muy a menudo, convive por desgracia con una evidente cultura de exclusión.



Católicos y musulmanes seguían, el 15 de agosto de 2022, la procesión de la Virgen de Trapani en el barrio de la Goulette de la capital tunecina. Según la tradición, esta advocación promueve un modelo de convivencia con los inmigrantes, entre religiones y etnias. Fotografía: Fethi Belaid / Getty


Hablaba antes del abandono de la fe. ¿Estamos ante un fenómeno eminentemente occidental?

Sí, aunque entre otras confesiones religiosas hay una sensación de que este proceso de secularización, que promueve un modelo de sociedad focalizado en el bienestar desde un punto de vista materialista y que anula la dimensión religiosa que tiene el ser humano, puede provocar la pérdida de nuestras tradiciones.

¿Qué importancia tiene en el diálogo interreligioso el documento sobre la Fraternidad Humana suscrito en Abu Dabi en febrero de 2019?

Es un documento que ha marcado un hito en la historia. Ha tenido una gran recepción en todo el mundo y a todos los niveles porque no es un documento religioso, no es un documento para los cristianos o los musulmanes, sino que es para la humanidad. Se dirige a los líderes políticos y financieros, a los responsables de la sociedad, de las comunidades religiosas, para que se pueda establecer un tipo de convivencia en paz. Todos los participantes en el Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales celebrado en septiembre del año pasado en Kazajstán, y en el que participó el Papa, adoptaron el documento. Aunque el texto, que es del papa Francisco y del gran imam de Al Azhar, no está pensado para que otras personas o instituciones lo rubriquen, es importante ver cómo los participantes en el congreso de Kazajstán expresaron su deseo de seguir los pasos propuestos en él. Y no solo eso. El presidente de Timor Este, en su primera comparecencia ante el Parlamento del país, propuso este documento como una hoja de ruta para la labor de su Gobierno.

¿Cuántas veces pasó por las manos del cardenal Ayuso el borrador de este documento?

Es un documento del papa Francisco y del gran imam. Ellos han dicho en numerosas ocasiones que lo han ido trabajando los dos. Sí puedo decir, y no en referencia a este texto, que en la Curia somos y nos sentimos una familia, colaboramos los unos con los otros y estamos al servicio del Santo Padre, de las conferencias episcopales y de las comunidades cristianas en todo el mundo. Por tanto, la actividad del Papa se ve enriquecida por este apoyo que se da en este espíritu de familia y que se expresa, a veces, en documentos como el de la Fraternidad Humana. Es bonito trabajar en la retaguardia.


Whitechapel es uno de los barrios con mayor diversidad étnica y religiosa de Londres. Fotografía: Mike Kemp / Getty

¿Qué requisitos deben cumplir para trabajar en «esta» retaguardia del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso?

Creo que el punto central sobre el cual se apoya todo lo demás es el de la motivación para trabajar y la identificación con la propia fe. Esto nos ayuda a construir después. El conocimiento de las lenguas es un vehículo que ayuda, no es absolutamente necesario pero ayuda mucho. Hay que conocer un poco las tradiciones religiosas, hay que tener una experiencia de vida, de contacto intercultural e interreligioso. A mí lo que más me ha servido han sido mis 20 años de experiencia misionera en África. No soy diplomático, pero sí tengo experiencia pastoral que, con el tiempo, se ha ido completando con una década en el Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos y ahora como prefecto de este dicasterio. Pero lo que realmente vale es la experiencia y estar motivado para trabajar sobre el diálogo. Después, el trabajo diplomático se va aprendiendo poco a poco. Creo que bastaría solo una cosa para abordar las relaciones interculturales e interreligiosas: un poquito, un poquito, un poquito de sentido común. ¡Cuántas cosas y cuántos problemas se podrían solventar con un poquito de sentido común!

Sin hablar de éxito o fracaso, ¿cuándo sienten en el dicasterio que han logrado algo importante?

Más que en términos de éxito, trabajamos en términos de servicio. Tratamos de servir, de hacer el bien sin mirar a quién. Nosotros colaboramos con muchas comunidades religiosas, con el Consejo Mundial de las Iglesias, pero también con diferentes comunidades y denominaciones cristianas porque tenemos una necesidad de comunión entre nosotros para dar testimonio de unidad a los que pertenecen a otras tradiciones religiosas. Aquí, aparte del diálogo interreligioso, nos interesa el diálogo intrarreligioso. ¿El éxito? No nos da tiempo a pensar en él porque cuando obtenemos algún objetivo ya tenemos sobre la mesa cuatro o cinco más.



El papa Francisco y el gran imam de Al Azhar, Ahmed Al Tayeb, tras la firma del documento sobre la Fraternidad Humana, rubricado en febrero de 2019 en Abu Dabi. Fotografía: Vincenzo Pinto / Getty


Cuando el Papa fue a Bangui, pidió permiso y rezó en la mezquita. En las relaciones interreligiosas, ¿qué importancia tienen los gestos?

Son fundamentales. No hay que hacer un revoltijo que haga pensar que con los gestos perdemos nuestra identidad, pero hay momentos en los que se ven cosas que impactan muchísimo, como ver al papa Francisco en los jardines vaticanos con los líderes judío, musulmán y palestino en un clima de oración, pero no para rezar juntos, sino para, juntos, rezar, que es distinto… A veces personas y comunidades con muy buena intención hacen una especie de potaje que no es bueno. Hay gestos de los cuales no podemos escandalizarnos, sino que tenemos que acogerlos como gestos de comunión y no de división, confusión o renuncia a la propia fe.

¿Somos de escándalo fácil?

En el entorno interreligioso, sí. En ocasiones, en todas las tradiciones religiosas hay posiciones radicales, hay tradicionalistas a los que les cuesta acercarse a los demás. He visto trabajos muy bonitos de misioneros en África. Les he preguntado por su actividad y se saben de memoria los nombres y apellidos de todos los fieles de la parroquia, pero si les pregunto si hay protestantes o musulmanes en la aldea, me dicen que ellos no se preocupan de eso, que solo se interesan por los «suyos». Hay personas santas y capaces a las que les falta esa dimensión de apertura a los demás. Se le atribuye a André Malraux la frase que dice que «el siglo xxi será religioso o no será». Y es verdad. Vivimos en sociedades donde las diferentes tradiciones, y en concreto la nuestra, tienen necesidad de dar testimonio de su fe. Esto, no obstante, no debe hacerse desde un punto de vista proselitista, sino desde una perspectiva de acogida del otro para que podamos construir juntos una sociedad mejor. Tenemos un gran desafío y no debemos tener miedo ni ser excluyentes. Si realmente quiero estar identificado con mi fe, con mi cultura, con mi ser, entonces tengo que abrirme a los demás. Cuando salimos de nosotros mismos y descubrimos otras realidades y culturas, volvemos a mirarnos, nos redescubrimos y reforzamos nuestra identidad. En lugar de temer que vamos a perder parte de lo que somos, nos sentimos identificados y, a la vez, diferentes de los otros, pero plenos de humanidad en este mundo en el que vivimos. Como dijo el Papa durante la pandemia, todos estamos en la misma barca.  

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