El viejo tacto del celuloide

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Cine Labia de Ciudad del Cabo (Sudáfrica)

Es el cine más antiguo de Sudáfrica. Un lugar de culto alejado del lujo del séptimo arte en el que la programación es su principal tesoro. Situado en una antigua residencia de la aristocracia, hoy es sinónimo de cine de autor sin fronteras e independiente.

Las mañana son tranquilas en Cine Labia, aunque la actividad empieza temprano para que en la primera sesión del día, la matinal, todo esté preparado. Uno de los primeros en atravesar la puerta de hierro que conduce a un coqueto jardín con agradables mesas –que en estos tiempo de pandemia se han revalorizado– es Ridwan -Fridie. «Cine Labia es un lugar magistral. Lleva abierto décadas y forma parte de la historia de Ciudad del Cabo. Deberían catalogarle como una de las siete maravillas de la ciudad, está a la altura de la Table Mountain. Llevo trabajando aquí 40 años, en los que he conocido a gente muy interesante, a actores internacionales como Matt Damon, Colin Farrell o John Cleese, que cuando venían a la ciudad disfrutaban de alguna película de la cartelera. De hecho, -Cleese estuvo viendo Un pez llamado Wanda. Fue divertido verle salir de la sala después de actuar en la gran pantalla», recuerda Fridie desde el colorido vestíbulo del cine.

Sus orígenes se remontan a 1949, cuando sus inquilinos eran el príncipe italiano Natale Labia e Ida -Robinson, una sudafricana de la aristocracia de la época. Ambos lo convirtieron en un teatro. Pero años antes, con la llegada de la familia Labia a Sudáfrica en 1917, fue un salón de baile utilizado por la embajada de Italia en la época de Mussolini. Según el semanario Mail & Guardian, Ida Robinson hizo generosas contribuciones a Ciudad del Cabo, entre ellas la construcción del teatro, para agradecer al Gobierno sudafricano que no detuviera a su familia durante la Segunda Guerra Mundial.

Gracias a una colaboración con la SABC (la empresa pública de -radiodifusión de Sudáfrica, por sus siglas en inglés), el distribuidor independiente Trevor Steele Taylor programó el primer festival con películas de las vanguardias europea y estadounidense. Cine Labia empezó a ocupar un espacio de apoyo al cine independiente, que sigue siendo su principal referencia. «Éramos unos jóvenes punks bastante testarudos, los hijos de Jean-Luc -Godard y -Herman Hesse, por lo que predeciblemente la programación era idiosincrática», apuntó Taylor, recordando que las películas que se proyectaban en los años 70 no se anunciaban hasta el día antes de imprimir el cartel. Y fueron esos inicios los que marcaron el sentido que Cine Labia ha preservado, en contra de las superproducciones, el consumo de cine en centros comerciales o el dominio del cine casero, que ha terminado con tantas salas en el país y en el mundo.
 

Entrada del cine Labia. En la imagen superior, Ridwan Fridie, proyeccionista del Cine Labia. Fotografías: Carla Fibla García-Sala


Cambio de dueños

En 1979, Fridie dejó su trabajo como proyeccionista en un cine del suburbio de Athlone al ganar la plaza vacante que ofrecían en Labia. El lugar, que a principios de siglo XX ocupaban los aposentos de Ida -Robinson, se había transformado en una gran sala con más de 200 butacas. «Cuando empecé a trabajar aquí, el propietario era un italiano, Mario Veo, quien tenía una socia sudafricana, Ingrid Bernett. Trabajé para ellos unos ocho años y después el actual propietario, Ludi Kraus, compró el edificio y el negocio», relata Fridie, asegurando que la pasión de Kraus –de origen namibio– por el cine le venía desde la infancia porque su padre tenía el Cine The Alhambra, en el que creció. Aunque le obligaron a estudiar Derecho, «siempre le había atraído dedicarse al cine, y cuando Labia se puso a la venta, lo compró».

Cuando Kraus se convirtió en propietario del Labia, en 1989, el cine estaba en un estado decadente. Uno de los críticos de la época, -Bruno Morphet, escribió que «las ratas vivían detrás de la pantalla y el sistema de sonido pendía de un hilo». Entonces pasó a tener cuatro salas: dos grandes –con 176 y 100 asientos– y dos pequeñas –con 65 y 50 butacas–.

El paso al digital

En 23 de julio de 2014 se produjo un momento de inflexión que -Fridie recuerda emocionado: «Lo que me hacía levantarme por la mañana era venir a ver mis proyectores. Nada más llegar los revisaba… comprobaba que estuvieran en perfecto estado. Cuando cambiamos al digital, yo seguía teniendo en la cabeza que debía levantarme temprano para esa misma rutina, pero ya no era necesaria», explica. El celuloide quedó atrás porque las distribuidoras dejaron de utilizar el formato y el Cine Labia debía «modernizarse». El director inglés Philipe Bloom narró en un documental (ver código QR de p. 49) el difícil paso que dio Fridie como proyeccionista.

«Con el paso del tiempo me acostumbré a la nueva situación y empecé a ver cosas positivas como el tiempo que ganaba por no tener que estar pendiente de las máquinas a todas horas. Ahora me implico más en el negocio, en ayudar a mejorarlo, porque los proyeccionistas nos limitamos a apretar un botón, sin tener nada más que hacer durante la película y con la certeza de que la proyección saldrá perfecta», añade. 

Un proyector dorado preside la entrada del cine. En este espacio, donde destaca una taquilla original rodeada de llamativos colores, es posible retrotraerse a lo que debió ser el Labia en los 70. El rojo domina también el mostrador en el que se pueden comprar bebidas y palomitas, y en otra esquina hay una pequeña tienda que debido a la pandemia permanece cerrada. 

En la larga travesía de resistencia y altibajos del Cine Labia, el encierro al que obligó el coronavirus en los primeros meses fue muy duro. «Estuvimos cerrados cinco meses, luego reabrimos y lo pasamos un poco mal porque a la gente le daba miedo salir y venir al cine, pero mantuvimos las puertas abiertas. Aprovechamos ese tiempo para renovar, pintar, mejorar el patio o la entrada, que fue una de las aportaciones de los gerentes, -John y -Biata -Walsh, cuando llegaron en 2016, porque antes era una zona de aparcamiento», comenta Fridie mientras recorremos los espacios de un lugar que los fines de semana empieza a llenarse de nuevo. 

«Cuando reabrimos el negocio, todo comenzó muy poco a poco, luego se fue animando. Tengo la sensación de que tras el encierro íbamos a gatas, luego empezamos a andar, a correr, y aunque con el encierro de julio de 2020 volvimos a caer, ahora ya estamos gateando de nuevo».

Los propietarios, Ludi y Ann Kraus (d.), junto a los gerentes, John y Biata Walsh, en la celebración del 70 aniversario del Cine Labia. Fotografía: Andrew Swarts


Programación

La selección de películas la hace Ludi Kraus, que programa ciclos temáticos. Acude a festivales en Europa y EE. UU., asegurándose de que su público tendrá acceso a las novedades y al cine que no se proyectará en un centro comercial. «La audiencia viene al Labia porque apoya al cine como institución y porque quiere vivir una experiencia que es imposible sentir en el sillón de casa. Ver una película en la televisión es algo impersonal, en cambio, cuando vienes al cine interactúas con otras personas, compartes el visionado, el olor de las palomitas… Tener ante ti la gran pantalla, la atmósfera…  Son muchas cosas además de ver una película».

La cinta que más tiempo ha estado en cartelera, siete meses, fue La lectora (Michael Deville, 1988). Pero también se proyectan películas sudafricanas, aunque Fridie reconoce que al hacer menos copias, prefieren estar en los grandes cines. Entre los espectadores ilustres, Cine Labia contaba con el arzobispo Desmond Tutu, y ahora siguen yendo políticos y jueces muy conocidos. 

«Empecé a ver películas con siete años, eran de acción y me encantaban. Pero cuando comencé mi trabajo en Labia todo cambió, me descubrió otro cine, películas que me interesaban de otra manera. Esta es mi casa fuera de casa, es un lugar único», concluye su principal proyeccionista.   

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