En el nombre de los misioneros

No hace mucho que estuve en Senegal. Fui a grabar los proyectos de Manos Unidas en Dakar, Thiès y la Casamance. Llevo tres lustros recorriendo esos pueblos de Dios para contar historias de misioneros, voluntarios y cooperantes en TVE, concretamente en La 2. Y tengo la suerte de conocer lugares increíbles, culturas diferentes y, sobre todo, gente que te devuelve la fe en el ser humano. Grabar con personas que han decidido regalar su vida para mejorar las de los demás es lo más gratificante de nuestros viajes. Por Santi Riesco

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Santi RiescoPor Santi Riesco Pérez

 

 

No hace mucho que estuve en Senegal. Fui a grabar los proyectos de Manos Unidas en Dakar, Thiès y la Casamance. Llevo tres lustros recorriendo esos pueblos de Dios para contar historias de misioneros, voluntarios y cooperantes en TVE, concretamente en La 2. Y tengo la suerte de conocer lugares increíbles, culturas diferentes y, sobre todo, gente que te devuelve la fe en el ser humano. Grabar con personas que han decidido regalar su vida para mejorar las de los demás es lo más gratificante de nuestros viajes.

Bien, decía que no hace mucho estuve en Senegal. Allí me encontré, como casi siempre, con misioneros espectaculares. Lo novedoso de este viaje, sin embargo, era conocer a los cooperantes españoles que estaban trabajando al sur del país, en la región de la Casamance, dentro de un gran proyecto de colaboración entre la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y la ONG de la Iglesia católica española Manos Unidas. Y claro, tuve la oportunidad de entrevistar a Rafael García, el director en Senegal de la oficina dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Rafael García es un profesional de la solidaridad y el desarrollo. Su labor es organizar la ayuda directamente de Gobierno a Gobierno, con las implicaciones que eso conlleva entre los distintos ministerios e instituciones públicas de los dos países. Pero también supervisa las ayudas canalizadas a través de la sociedad civil. En el caso que nos ocupa, el de instituciones católicas como Manos Unidas.

Le hice una entrevista larga al bueno de don Rafael. Con la cámara encendida los cargos públicos suelen ser muy prudentes. Algunos hacen auténticos esfuerzos con el fin de no decir nada sin parar de hablar. No es el caso. El director de la AECID no se escondió. Fue muy claro cuando le pedí su opinión sobre los misioneros: “Los misioneros españoles en África tienen una gran tradición de compromiso. Y yo, que los he conocido en varios países, veo que, primero, están muy integrados, muy comprometidos y son muy apreciados por la población local. Una población local, incluso, de otras religiones. Porque si algo percibe uno es que hacen una labor general para los ciudadanos, para las personas, para todos los que lo necesitan de estos países. No es un trabajo focalizado religiosamente”. Y no puedo estar más de acuerdo. Y, al mismo tiempo, más orgulloso de ser católico, de no hacer distinción entre judíos y gentiles, hombres y mujeres, blancos y negros. Es lo que tiene el mensaje de Jesús, lo de amar al prójimo. Que no se pide la partida de bautismo ni el pasaporte para saber si se puede ayudar a alguien. Más que nada porque la persona es lo primero, porque Dios mismo se hizo hombre y el hombre tiene que intentar acercarse a Dios siendo perfecto, como el Padre Celestial, como Dios mismo. La santidad y tal.

La entrevista con Rafael García continuó. Le hablé de cómo disminuían las vocaciones misioneras y del auge de los cooperantes a sueldo de distintas organizaciones y organismos dedicados profesionalmente a la solidaridad. Y lo tenía así de claro: “Yo personalmente destacaría el compromiso de estas personas que dedican su vida íntegramente. Otros lo hacen de una manera profesional, que es muy digno. Con una alta capacidad técnica. Pero en este sentido los misioneros dedican su vida”. Y es que esta es la clave. Los misioneros no van solo para mejorar la calidad de vida de un grupo de personas en un lugar determinado del planeta, en un momento determinado de la Historia. Los misioneros entregan su vida entera. Se sienten empujados por el mismo Jesús a vivir con los que nadie quiere, con los que están en los márgenes, con los ceros, con los invisibles, con los que solo salen en Pueblo de Dios. Cuando uno escucha con atención el silencio de la misión, es fácil oír cómo resuena en el interior de cada uno de estos hombres y mujeres la voz del profeta Jeremías haciéndose eco en unos versos hechos canción: “Tengo que gritar, tengo que arriesgar, ay de mí si no lo hago. ¿Cómo escapar de ti? ¿Cómo no hablar de ti? Si tu voz me quema dentro”.

Hacía calor en Dakar y el sol se nos iba metiendo en plano. Había que ir acabando con la entrevista. “¿Entonces los misioneros son ‘marca España’?” dije metiéndole un dedo en el ojo. Se rio, se acomodó bien en la silla para evitar que le diera en la cara el sol y acabó con todos mis prejuicios ante la clase política y los cargos públicos. Respondió exactamente lo que yo había comprobado por mí mismo a lo largo de estos últimos quince años: “Los misioneros han sido, en mi opinión, en muchos casos, los primeros representantes de España, la primera presencia de España, los primeros que han pronunciado la palabra España en muchos sitios de África. Los misioneros españoles han sido unos dignos y magníficos representantes de España en lugares donde muchos nunca sospecharían que hemos llegado”.

Y es que nuestro país, a pesar de la disminución de vocaciones, sigue siendo la primera potencia mundial en misioneros. Las Obras Misionales Pontificias (OMP) tienen fichados a más de 14.000 españoles y españolas que andan regalando su vida a los últimos repartidos por esos pueblos de Dios que tengo la suerte de grabar. Este año el Domingo Mundial de las Misiones, el DOMUND, se celebra el 19 de octubre. El lema es “Misioneros de la Misericordia”, y coincide con los 50 años del decreto Ad Gentes del Vaticano II sobre la actividad misionera de la Iglesia.

Este año, como cada año, recordaré ese día a los misioneros y misioneras que he conocido durante la última temporada. Y repasaré sus nombres grabados a fuego en el corazón. Los de los combonianos que me ofrecieron sus casas y me contagiaron su ilusión al abrir dos nuevas misiones entre los musulmanes del norte de Benín. Los de las Hijas de la Caridad del sur indiferente de Albania, donde están criando a siete huérfanos en mitad del campo. Los de las misioneras de Senegal que trabajan con las mujeres en los suburbios de Dakar y en la zona rural de Thiès. Y los de los que se preocupan por los niños de la calle en Recife y los indígenas sin tierra en São Félix de Araguaia, en la Amazonia deforestada de Brasil.

Los recitaré como una oración desgranando sus nombres uno a uno. Y recordaré sus caras, sus palabras y sus obras. Y no me cansaré de dar gracias porque la vida me ha cruzado en sus caminos, en el de auténticos hombres y mujeres de Dios. Y diré en silencio, con los ojos en el Resucitado: Juanjo, Pepe, Rosaria, Bárbara, Regina, Justina, Hortensia, Pedro…

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