«En RCA estamos en un punto sin retorno»

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Catherine Samba-Panza, expresidenta de República Centroafricana


Abogada, empresaria, política independiente y mediadora, experta en resolución de conflictos, asumió la presidencia del país durante los dos años de transición en los que logró restablecer la paz y la seguridad. Siete años después República Centroafricana (RCA) sufre la injerencia del grupo ruso Wagner y la población cuestiona la misión de la ONU (MINUSCA) en el país.


¿Cómo describiría el estado de su país?

Aunque haya bajado en intensidad, mi país continúa en una espiral de inseguridad y violencia. No es la misma situación que hace cinco años, pero se registran muchos picos en el interior del país. RCA tiene graves dificultades en el plano humanitario por el elevado número de desplazados internos; y en el ámbito social porque la población no llega a satisfacer necesidades fundamentales como la salud, la educación o la alimentación… Es un país que lucha, que se busca y que aspira al desarrollo.

En los últimos meses, RCA ha aparecido en los medios a causa de la guerra de Ucrania, donde actúa Wagner. Algunos expertos aseguran que este grupo privado ruso de seguridad se ha hecho con el control de su país. ¿Está de acuerdo?

El control del país… Sí y no. Hemos tenido dificultades de seguridad para controlar a los grupos armados porque nuestro Ejército no está a la altura, no tiene medios ni formación, no son profesionales. Cuando llegó Wagner, junto con las Fuerzas Armadas centroafricanas y el permiso de las autoridades, se les autorizó a desplegarse en el interior del país y restablecer el orden y la seguridad allí. Por desgracia, no siempre respetan el derecho humanitario e internacional, ni los derechos humanos.



¿Es posible controlar a Wagner ahora que domina el interior del país?

Es necesaria una decisión política fuerte, que no creo que las autoridades sean capaces de tomar en estos momentos, para pedirle a Wagner que se retire del país. 


Año 2017. En el seminario menor de Bangassou se instaló un campo para desplazados musulmanes a causa de la violencia en el país. Año 2022. Fotografía: Alexis Huguet / Getty


¿Qué evolución de los acontecimientos contempla?

Como centroafricanos, creíamos que esta situación no se prolongaría en el tiempo. Pero ahora, cuando vemos cómo evoluciona Wagner en Malí, Burkina Faso y en otros países, consideramos que es posible que haya una dinámica en África que haga que los africanos necesiten otro tipo de cooperación, y por eso se apuesta por Wagner, dejando al margen los derechos humanos y el derecho humanitario, centrándose en la necesidad de establecer seguridad.

¿Hay partidos políticos que se opongan e intenten frenar esta deriva?

Sí, los partidos y la sociedad civil están denunciándolo con energía, pero carecen de los medios para movilizar a la gente y combatir esta situación. Aún así, los centroafricanos cada vez son más conscientes de los actos que realiza Wagner contra la población y del poder de su presencia en RCA.

¿Ha habido una verdadera reconciliación del pueblo?

Si la hubiera habido no estaríamos en esta situación. Sigue habiendo grupos armados y hubo un intento de golpe de Estado en 2021. Los esfuerzos de cohesión social, de reconciliación nacional, deben mantenerse con intensidad y constancia.



¿Qué es lo que no ha funcionado en este proceso de reconciliación?

No fuimos francos en nuestros compromisos. A través de las palabras decíamos que queríamos paz y reconciliación, pero quedaba un enorme trabajo por hacer, sobre todo vivir juntos en las diversas comunidades.

¿Es una ruptura, si no definitiva, muy profunda?

No. Hay medios y acciones para intentar llegar a la cohesión social, a la reconciliación, porque las poblaciones siempre han vivido juntas y la ruptura se ha producido por cuestiones políticas. Creo que lo lograremos con esfuerzo, con una voluntad política real y con la adhesión y el compromiso de todas las comunidades.

¿Qué opina de Faustin-Archange Touadéra, en el poder desde 2016?

Fui yo quién organizó las elecciones y quien permitió que las instituciones llegaran a elegirle. La población le votó porque quería a un hombre nuevo, no muy involucrado en política. Pero la política suele atrapar y te va modelando dependiendo de las circunstancias. Es difícil realizar un juicio, aunque creo que hace lo que puede.


Un monumento homenajea en esta misma ciudad a los mercenarios de Wagner que «murieron por la liberación» del país. Fotografía: Barbara Debout / Getty


¿Las cosas habrían sido diferentes si usted hubiese seguido como presidenta?

No puedo autojuzgarme, esa decisión le corresponde a la población. Tenía una misión que cumplir y lo hice. Debía devolver la seguridad y la paz al país, encaminar un proceso de reconciliación para permitir la vuelta al orden constitucional y que se pudieran celebrar unas elecciones aceptables y creíbles. Cumplí y me retiré de la escena nacional.



Tras haber logrado eso, ¿qué sensación tiene cuando observa que el país va marcha atrás?

Ha habido compromisos, como el Foro Nacional de Bangui. También firmamos acuerdos con los grupos armados y con los políticos porque teníamos una nueva visión de nuestro país con iniciativas concretas a ejecutar. Pero cuando las autoridades elegidas no implementaron esas acciones, llegaron los problemas. 

¿Qué dificultades tuvo para ejecutar su misión?

Lo más difícil fue hacer que las comunidades cristianas y musulmanas se encontrasen. Fue terrible comprobar que comunidades que siempre habían vivido en paz ahora se posicionaban a favor de los grupos armados [Seleka y antibalaka]. Mi papel consistió en calmar ese clima e involucrar a esos grupos en un proceso político normal, algo que no fue fácil.

¿Cómo llegaron esas comunidades a tal punto de desencuentro?

Fue terrible, y yo no lo vi venir. Hubo manipulaciones políticas, pero la verdadera razón es que cuando los grupos armados de mayoría musulmana venidos del norte atacaron a las comunidades, a la gente inocente, en su camino hacia Bangui, se provocó una reacción de estos últimos. Aquello fueron represalias sobre represalias, venganzas sobre venganzas, lo que nos llevó al lugar en el que estamos hoy, a un punto sin retorno.

Habla de los selekas y los antibalakas. ¿Cómo reaccionaron los jóvenes en relación a esos grupos?

Ellos son los que están en el terreno, los que pelean. En aquel momento sentí que la población apoyaba a los antibalakas. Intenté, a través de mi gestión, que los miembros del Gobierno que me acompañaban, mis colaboradores, pararan esas reacciones, pero no siempre me siguieron. La gente pensaba que los antibalakas vengaban los actos que habían cometido contra ellos. Tenían un gran apoyo entre las personas mayores, eran el brazo armado de mucha gente.


Recuento de los votos en las presidenciales de 2020 en el instituto Barthélemy Boganda de Bangui. Fotografía: Alexis Huguet / Getty



¿Cree en la integración política de esos grupos armados?

Sí. Para empezar, los antibalakas y los selekas son conscientes de la manipulación de la política y de las consecuencias de sus actos. Muchos se agrupaban para desarrollar acciones que pudieran cohesionar a la sociedad, pero las acciones de los grupos armados continuaban con tanta intensidad que se reavivaba el odio. Luego se metió a los antibalakas y a los selekas en el Gobierno para trabajar e intentar entrar en la normalidad. Se hizo un esfuerzo.

¿Se presentó a las elecciones presidenciales de 2020 para continuar lo que inició durante la transición?

Soy jurista y respeto las reglas del juego. Mi mandato era de dos años, y los que estuvimos liderando la transición no teníamos derecho a presentarnos a las elecciones. Me pidieron que modificara la Constitución pero no lo hice y no me presenté a las Presidenciales de 2016. Sí lo hice cuatro años después, pero no funcionó.

¿Por qué no obtuvo el respaldo de la población?

Es difícil competir contra el que ostenta el poder porque tiene todos los medios del Estado a su favor. Yo no podía moverme por todo el país en helicóptero, como hizo él [Touadéra], y distribuir azúcar o pastillas de jabón a la población. Las elecciones son más una cuestión de medios que de ideología porque, en lo económico, la situación del país es muy precaria. A veces voy a mítines y le digo a la gente que no les llevo jabón ni azúcar ni camisetas pero que, si llego al poder, les prometo que… Y me interrumpen para decirme que no les interesan mis promesas. La gente está en la miseria. Es complicado.

¿Se va a presentar de nuevo?

No creo. Pronto tendré 68 años y pienso que hay que dejar a las jóvenes generaciones que ocupen su lugar en la política. Puedo apoyar y acompañar, pero no creo que tenga la fuerza de volver a intentarlo.

¿Falta integridad ética entre los dirigentes africanos?

Sí. Hay un problema general de falta de buena gobernanza que lleva a un problema de corrupción que, a su vez, hace difícil obtener los resultados prometidos y esperados.

¿Es posible acabar con ese círculo vicioso? 

Sí, con mucha educación política, con sensibilización entre los electores, entre los jóvenes y las mujeres, para que elijan a alguien que pueda mejorar sus vidas, no que les regale jabón o azúcar. Lo trabajamos con ONU Mujeres, que nos ayudó a hacer campañas entre las centroafricanas, pero, por desgracia, no funcionó.


Un soldado ruandés de la MINUSCA. Fotografía: Alexis Huguet / Getty


También ha trabajado sobre la importancia de la neutralidad con muy buenos resultados. 

Fue clave que yo no perteneciera a ningún partido político, que fuera parte de la sociedad civil. Me aceptaron con facilidad. Había mucho antagonismo entre los políticos, en un momento en el que el poder estaba en la calle, y los grupos armados que intentaban posicionarse para tomar el poder político. Yo no simpatizaba con ningún partido y me posicioné como madre de la nación. Debía agrupar a todos los hijos de RCA. Hoy me siguen llamando madre de la nación por todas partes.

¿A qué se debe el cuestionamiento de la MINUSCA por parte de la población?

Yo me encontraba entre los que insistieron para que hubiera una operación de mantenimiento de la paz en el país. Lo trabajé personalmente con Ban Ki-moon. Tenía esperanza en que funcionara, y le decía a la gente reticente que no solamente vendrían para ayudarnos a mantener la paz, sino que además habría 1.200 personas que comprarían nuestras verduras y frutas, que sería un impulso para nuestra economía. Pero no sucedió así, y me dolió en el corazón porque lo traían absolutamente todo de fuera en contenedores: el agua, la comida…, mientras las mujeres veían cómo sus productos preparados se echaban a perder. Además, se han acuartelado en ciertas zonas, no están por todo el país, y, sobre todo, no acuden a los lugares en los que se registran los ataques, los crímenes.

¿Es útil que continúe la misión de la ONU en RCA?

Sigue siendo útil porque no tenemos un Ejército organizado, equipado y fuerte. Si ellos no están, Wagner tomará el relevo. Al menos, [la MINUSCA] logra canalizar un poco al grupo ruso. Los seguimos necesitando, sinceramente.

¿Qué importancia tiene RCA en relación al resto del continente?

En África central hay grandes países. Nosotros somos una nación pequeña con muchas riquezas que no logramos explotar. Tenemos recursos naturales y son los grupos armados los que se los llevan porque el Estado no tiene capacidad para controlar eso. Hay que entenderse con los países vecinos para limitar la porosidad de nuestras fronteras, la circulación de armas ligeras, de pequeño calibre, lo que permite a los grupos armados y a los bandidos emprender acciones en el interior del país. También sufrimos la amenaza de Boko Haram y de los yihadistas, por eso creo que la cooperación con los países vecinos traerá seguridad a todos.

Más de 60 años después del final de la colonización, la visión eurocentrista respecto a África persiste. ¿Qué cambiaría de esa relación?

Es una cuestión de mentalidades. Hace mucho tiempo que estamos sumergidos en esa lógica. Se trata de una visión elaborada respecto a la percepción sobre África, por eso es necesario que la nueva generación de periodistas y medios de comunicación que no han vivido la Françafrique lo cambien. Sigo las redes sociales y la actualidad, y persiste la visión despectiva hacia los países africanos pobres que no salen adelante sumidos en conflictos, corrupción, mala gobernanza… Esa es la realidad, pero también hay otra.

Sí, un África innovadora, pujante en tecnología, ciencia… 

Sí, y con jóvenes y empresas emergentes que están a la última.

Usted, que conoce bien el arte de la mediación, ¿diferencia que esta sea hecha por un hombre o una ­mujer?

Hay que partir de que la mayor parte de las mujeres realizan mediaciones a diario en lo local, en lo comunitario. Es una de sus aptitudes. Aunque tienen mucha influencia en los conflictos fronterizos, de pastoreo o de tierras, en un cierto nivel político apenas encontramos mujeres en la mediación, no hay prácticamente ninguna. Yo estaba a la cabeza de una red de mujeres mediadoras de la Unión Africana. Fueron los jefes de Estado los que solicitaron que ocupara ese puesto para organizar esa red para la prevención y resolución de conflictos. Jamás me han llamado para desarrollar una mediación. Llevo cuatro años en esa red y nunca han solicitado mis servicios. Ahora me han escrito para renovar el mandato, pero les he dicho que primero tienen que cambiar las cosas, que tenemos que estar más implicadas en el terreno, presentes en las mediaciones. No estamos ahí para figurar, no somos una cuota. He mediado con éxito en mi país, con los grupos armados, pero en el plano internacional no me han llamado para aprovechar mi experiencia. 

¿Es usted optimista respecto al futuro de su país?

Estoy inquieta y preocupada. RCA pasa por dificultades y, en el plano diplomático, no sabemos cómo encauzar las cosas, lo que hace que nos encontremos algo aislados en ese aspecto. Estamos en un contexto de mundialización, hay que ser abiertos, saber elegir a los amigos, las relaciones y los socios, porque tenemos un problema cuando elegimos mal.   


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