En torno a la Misión

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TRIBUNA MN



Por Rosauro Varo Cobos, pediatra, cooperante, autor de Lugar común



La fuerza de las palabras radica en la capacidad que tienen para crear resonancias personales, huellas que marcan el camino. ¿Y qué trayecto se hace sin compañía? Las palabras también sirven, más allá de ese poder de evocación intransferible, para crear un espacio de comprensión que nos lleve al fondo común de la experiencia humana. Para Marina Garcés, ese fondo no remite a un modelo o una abstracción sino que consiste en la «capacidad de compartir las experiencias fundamentales de la vida, como la muerte, el amor, el compromiso, el miedo, el sentido de la dignidad y la justicia, el cuidado, etc». 

Misión viene de la palabra latina missio que significa enviar para una acción, un encargo. Dicho concepto se puede aplicar tanto a una acción religiosa, como humanitaria o militar. Pero hay una característica sustantiva que diferencia claramente a esta última –aunque también realicen labores humanitarias y de apoyo o protección– de las primeras, en las que el objetivo, el destino último de la acción, tiene como centro a la persona, ya sea para ayudarla en sus necesidades más perentorias, mejorar su vida o proyectar un futuro. Durante los últimos años, he conocido a personas con esa capacidad de poner al otro en el eje  de su día a día. Tal y como hace tanto tiempo hacía san Francisco Solano, que evangelizaba y se encargaba del bienestar de los evangelizados y que es patrono de Montilla, el pueblo de la campiña cordobesa de donde vienen mis familias. 

De allí era mi tía Victoria Espejo Ruiz, misionera de las Esclavas del Divino Corazón. Murió a los 44 años, pero le dio tiempo a viajar a Angola y canalizar su fe en las poblaciones más vulnerables, trabajando por su bienestar y por abrir una luz, por pequeña que fuera, en la vida de muchos niños y niñas. Un camino difícil en el que, según ella, «el gran desafío es no perder la esperanza».

No tuve la oportunidad de presenciar dicho esfuerzo, pero sí pude hacerlo en India, al terminar la carrera, cuando viajé a Calcuta para colaborar como voluntario con las Misioneras de la Caridad, la orden que fundó Madre Teresa de Calcuta. Durante unas semanas trabajé en Daya Dan, una casa de acogida para niños con diversidad funcional. Allí encontraban, bajo la ternura y el sacrificio de las misioneras, un cobijo. 

Gracias a la ONG Setem acudí a Perú para trabajar como pediatra en el norte de Lima, en un barrio muy desfavorecido donde se encontraba la Comunidad de Niños Sagrada Familia, fundada hace 25 años por el periodista Miguel Rodríguez-Candia. Un día decidió cambiar la información por el cuidado de niñas y niños sumidos en la pobreza, asumiendo su educación desde valores cristianos como la igualdad y el respeto al prójimo.

Pero esos valores trascienden la religión y la fe de cada uno. Porque son los mismos que encontré en Paquita Gómez, fundadora de Kasumay, una ONG que trabaja en el sur de Senegal. Paquita también me enseñó que entregar el tiempo de uno mismo a la cooperación y a mejorar la vida de otras personas podía convertirse en un proyecto vital por el que apostar. Tiempo después de conocerla, me desplacé a RCA con Médicos Sin Fronteras, en un país ya quebrado de base pero que vivía la desolación de un nuevo conflicto armado. Llegué como trabajador humanitario en primera misión y volví a encontrarme con gente como Patricia, Mercedes, Joan, Núria o Ana, que también habían recibido «el encargo» de llevar hacia delante un hospital en una zona, en ese momento tan peligrosa, como el noreste del país. Desde entonces he vivido en Mozambique y en Marruecos y me he vuelto a encontrar una y otra vez con personas de nacionalidades y orígenes muy diversos cuyas motivaciones, religiosas o no, se ponían al servicio de la convicción de que podemos habitar un mundo menos injusto. 

No pretendo en estas líneas convertir a misionero a quien no lo es, ni dejar de llamar así a quien así lo ha decidido. Pero sí trato de vislumbrar ese hilo que engarza las experiencias de quien trabaja para los demás en contextos de precariedad ya sea sacerdote, misionera, médico, arquitecto, antropólogo, economista, informático, enfermera, farmacéutico o investigador. Quizá sea una tarea complicada, porque detrás de cada persona existe una voluntad y una historia personal únicas. Pero puede que sea del todo imposible si no se tiene en cuenta que vivimos en un mundo de miradas cruzadas, alejado de una única visión, en el que tenemos que abandonar la idea de un universalismo invasivo para generar otro que sea, de verdad, recíproco, que pueda ser cultivado en auténticos espacios de escucha y recepción. Creo que esa posibilidad existe y que debemos reivindicar valores transversales y compartidos por tantas sociedades y culturas a lo ancho del mundo como la justicia, la equidad, la solidaridad, la generosidad, la empatía o la compasión. Y si esas palabras no consiguen evocarnos nada y pierden su significado; si la duda y la frustración nos paralizan; o si necesitamos encontrar una referencia palpable, también nos pueda servir el guiarnos por tareas concretas, por aspiraciones tangibles en el presente más cercano para recordarnos que la palabra misión es algo más que un concepto abstracto y que bebe de multitud de acciones cotidianas, de encargos que, me permito el lujo de repetir, ponen a las personas en el centro de la existencia. Volviendo a las palabras de Marina Garcés, de tener como misión la mejora del género humano, afirmando la libertad y la dignidad del mismo, pero también su fragilidad y sus veleidades: «Asumir la condición natural y corporal de lo humano implica aceptar la parcialidad y la precariedad de nuestras verdades, pero también la perfectibilidad de lo que somos y hacemos de nosotros mismos. Saber ya no es solo [este ‘solo’ es añadido mío] acceder a las verdades eternas de Dios sino mejorar nuestra propia compresión y relación con el mundo que nos rodea».  



En la imagen superior, el autor del texto en las afueras del centro médico en el que ha trabajado en Mozambique. Fotografía: Archivo personal del autor


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