Invitación

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«¿De verdad quieres la cerveza bien fría? Sabes que eso no es bueno para el cuerpo. Puede producirte alguna enfermedad», comenta Rose mientras sus ojos dibujan un mirar escéptico. A pesar de que la noche va ganando terreno, el calor del día no ha descendido como era de esperar. El deseado líquido frío sugiere una buena alternativa al bochorno.

Rose regresa con un cesto de plástico de donde saca una botella de 33 relativamente fresca. Pregunta si la abre. La respuesta es afirmativa. Luego pide permiso para sentarse en la silla vacía que hay en la misma mesa. «Pareces cansada», comenta el bebedor de cerveza. «Llevo aquí todo el día y me duele el cuerpo, en especial los pies, de tanto deambular», responde.

No es fácil entablar una conversación. El ruido de los coches del Carrefour Pakita, una zona popular de Yaundé, se mezcla con los gritos de los vendedores ambulantes que vociferan sus mercancías y la música que escupe la gran pantalla de plasma que preside el maquis. En ella, Davido despliega un mundo de lujo y glamur mientras grita: «Money fall on you» («el dinero te cae encima»). 

«¿Qué te trae por aquí?», inquiere la camarera clavando sus dos codos en la mesa y sosteniéndose la cabeza con las manos. «Nada en especial. Distraerme un poco después de la jornada de trabajo». «¿Buscas compañía para pasar la noche?», indaga. «No. ¿Por qué preguntas eso?». «Estás aquí solo. Imaginé que podríamos divertirnos un poco juntos», informa Rose desplegando una enorme sonrisa que contrasta con el vacío de sus ojos. 

«Pensé que eras camarera y que te ganabas la vida con ese oficio», comenta el cliente. «Este trabajo no da para mucho. Todas las chicas que ves vamos a comisión de lo que vendemos. Trabajamos todo el día, desde que el local se abre por la mañana hasta que se va el último parroquiano. Además, tenemos que limpiar antes de comenzar la jornada. Lo mejor que nos puede suceder es encontrar un cliente generoso que quiera pasar la noche con una de nosotras. Así complementamos el salario. Yo tengo que enviar dinero a mi madre en el pueblo. Ella cuida de mi hija». La sonrisa de Rose ha desaparecido mientras cuenta sus penurias. Ha retirado también los brazos de la mesa. Se recuesta contra el asiento de la silla y parece no mirar a ninguna parte.

Tras un silencio, el ingenuo bebedor de cerveza pregunta por qué no se busca otro empleo. «No es tan fácil. En este país no hay trabajo para nadie. Tengo suerte de que me hayan contratado aquí. Pero mi sueño es abrir mi propia tienda de cosméticos. Solo necesito encontrar a una persona que me financie, que me dé un préstamo. Yo lo devolvería poco a poco. ¿Tú no podrías ayudarme?», indaga la camarera. «No, lo siento». «No te preocupes», comenta Rose tras unos minutos de silencio, ya con un tono de voz más animado, «solo invítame a una cerveza».



Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

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