Epidemias

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Cuando Liberia se vio arrasada por la epidemia de ébola, Timothy acababa de graduarse en la Escuela de Enfermería de Monrovia. Una ONG muy importante lo contrató. Le envió al condado de Lofa, en la frontera con Sierra Leona y Guinea. Por allí se piensa que penetró la enfermedad en el país. Las mujeres comerciantes, muchas de ellas apenas adolescentes, que en gran número cruzan las líneas imaginarias que dividen los tres Estados, pudieron ser las primeras portadoras del virus. Los muchos hombres que murieron durante la guerra civil en esa zona son la causa de la gran cantidad de hogares monoparentales femeninos de la región. Muy por encima del resto del país. 

Timothy recorrió aldeas enfundado en su traje de plástico, cubierto de pies a cabeza, irreconocible con sus botas, guantes y visera. Entraba en las casas apuntando a sus habitantes con su pistola blanca, como si fuese un ladrón que fuera a arrebatar a aquellas familias, ya desprovistas de casi todo, lo poco que atesoraban. Aquel termómetro le permitía detectar a los infectados y ordenar su traslado. Se enfrentó a la ira de comunidades enteras. Muchas veces tuvo que salir corriendo para poner a salvo su vida. Pero no cejó en su labor. Insistía una y otra vez en la necesidad de tomar medidas para prevenir la expansión de la enfermedad ante la atónita y descreída mirada de los aldeanos. 

Aquella situación pasó. Poco después llegó la pandemia de la covid-19. La misma ONG volvió a contratarle. Esta vez lo envió a Grand Gedeh, en la frontera con Costa de Marfil. La rutina fue similar. Camuflado con su traje, recorrió de nuevo pueblos y aldeas. Esta vez la intolerancia religiosa de los líderes musulmanes fue el mayor escollo que superar. Se reían de las recomendaciones de aislamiento, de distancia social o de higiene. Dios controlaba todo y nada les pasaría a sus más fieles devotos. Pero Timothy no permitió que le amedrentaran. Convencido de que su trabajo salvaba vidas, no se dejó vencer por la desesperación. Sacaba sus carteles, explicaba, pedía al traductor que le acompañaba que trasladase al idioma local lo dicho en inglés. 

Las pandemias han terminado y con ellas los buenos sueldos que pagaban las oenegés internacionales. La mayoría abandonaron el país buscando nuevas causas. Timothy ha conseguido un puesto en un dispensario de una pequeña población no muy lejos de Monrovia. Dice que ha tenido suerte. El salario no es ni una cuarta parte de lo que ganaba antes. Su mujer es maestra en la escuela del pueblo. Entre los dos casi no llegan a final de mes. Y ahora hace cuatro meses que el Gobierno no les paga. No sabe cuándo recibirán el sueldo. Lo que más le duele de la situación es que sus dos hijos son los que más sufren. Confiesa que en la desesperación reza para que vuelva una gran pandemia y que, con ella, regresen las agencias internacionales, que al menos pagan cada mes y muy bien.


En la imagen superior, dos trabajadores sanitarios de Médicos Sin Fronteras del centro de tratamiento contra el ébola en Conakry (Guinea) sostienen en brazos a un bebé infectado. Fotografía: Samuel Aranda /MSF

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