Eriss Khajira

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Documentalista y activista



Podríamos definirla como consecuente y resolutiva, porque la keniana Eriss Khajira ha convertido su profesión en una forma de ser consciente de lo que ocurre e intentar provocar un verdadero cambio social. «Nací en el suburbio de Dandora, a pocos metros del vertedero del mismo nombre, en el que siempre hay miles de personas rebuscando entre la basura de los habitantes de Nairobi. Entiendo lo difícil que es vivir en un barrio marginal. Sé lo que significa elegir entre comprar comida o pagar el alquiler, o no tener nunca lo necesario. Entiendo la frustración de contar tus problemas a los periodistas y que no te ofrezcan soluciones», declaró en 2021 al diario El País

Su vocación se remonta a cuando tenía 11 años. Entonces vio por primera vez un documental y se dio cuenta de la importancia de contar lo que le ocurre a la gente que sufre. Decidió ofrecerse de forma voluntaria a un profesional que hacía fotos y vídeos en bodas y funerales, convirtiéndose en su «cargadora de la bolsa». Se inició en la composición de imágenes observando y realizando pequeños vídeos con su móvil que luego mostraba a la gente de su entorno para comprobar si tenían el efecto que pretendía.

Autodidacta y siempre atenta a lo que pasaba a su alrededor, consiguió un trabajo en la Nairobi Community Media House como reportera del periódico African Slum, y siguió buscando la forma de contar las cosas sin que los protagonistas de sus historias se sintieran utilizados. Consciente de la capacidad que los medios de masas pueden llegar a tener sobre los problemas de la comunidad, Khajira se autodefine como una «productora de documentales sobre temas reales que ocurren en las comunidades».

En 2014 estrenó Dusty bin dreams, su primer documental, en el que cuenta a través de cinco retratos de habitantes de Dandora –algunos de ellos amigos muy cercanos a la propia Khajira–, las fortalezas, penas y anhelos de sus vecinos. «A partir de esas historias, algunos sueños se han hecho realidad. Mi dolorosa historia me ofreció la oportunidad soñada de convertirme en cineasta», explicó al diario español. Su comienzo no pudo ser mejor ya que, con este primer trabajo, ganó en 2015 el Premio Parda del Festival Internacional de Cine de Cabo Verde.

Mientras se documentaba para nuevas realidades que filmar, Khajira creó el Centro Big5 con el objetivo de contribuir a esa justicia social (ayudan a 100 familias) demasiado ausente en los países africanos. Centrada en mujeres y niños –«los más vulnerables de la comunidad»–, explica en su web que su misión es que «la gente viva con dignidad, seguridad y tolerancia». Lo que le llevó a crear una biblioteca y hacer jabón durante la pandemia para repartirlo gratis y evitar una mayor propagación de la covid-19. 

Para la documentalista keniana, África es sinónimo de «esperanza, amistad, desesperación y traición», una mezcla compleja y a menudo contradictoria con la que se lidia un presente en el que las personas deben estar siempre en el centro de la acción. El acceso a la educación es la clave, lograr algo tan supuestamente básico como generar espacios en los que los menores puedan estudiar en una mesa y a la luz de una bombilla en lugar de una vela.   

Ilustración: Tina Ramos Ekongo

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