«Estamos exigiendo el final de la impunidad»

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Yvette Mushigo, coordinadora de la SPR, Premio MN a la Fraternidad 2022


Discreta, atenta y con una gran capacidad de gestión, la abogada Yvette Mushigo está al frente de la Synergie des Femmes por la Paix et la Réconciliation (SPR). Mushigo es la referencia de los colectivos de mujeres que exigen sus derechos a partir de la incidencia de la SPR.

¿Por qué es importante el Premio MUNDO NEGRO a la Fraternidad?

Es un mensaje muy potente para nosotros, una señal de reconocimiento al trabajo hecho por el equipo y por la comunidad. Nos anima pensar que hemos aportado algo más a la vida de la gente y que lo que hacemos es importante y significativo para ellos.

¿En qué invertirán la dotación económica del galardón?

Apreciamos mucho que, además del reconocimiento, recibamos una ayuda financiera porque podremos dar un paso más. Aún no lo hemos decidido, pero nos pondremos de acuerdo para que se invierta en algo que nos recuerde siempre que ganamos este premio. El aspecto económico anima, es una alegría, nos sentimos contentos junto a las personas a las que acompañamos. Tenemos muchos lugares a los que destinar la dotación del premio, pero queremos que quede en el tiempo, que sea algo importante para la comunidad.

¿Qué es la SPR?

Algo que ayuda a las comunidades, que contribuye con conocimiento legal y social a lo que ellas ­emprenden. Trabajamos por el liderazgo de las mujeres que se movilizan.



Una sesión formativa de la SPR celebrada en una escuela de la Iglesia católica en Mugogo. Fotografía: Carla Fibla García-Sala


¿Qué importancia tiene para las mujeres el acceso a sus derechos y qué desafíos encuentran para difundirlos e implementarlos?

Se puede pensar que simplemente damos una información a las mujeres, pero no nos detenemos ahí, hay otros desafíos porque vivimos en una sociedad marcada por muchas creencias, costumbres y normas retrógradas. Formar a las mujeres sobre sus derechos está visto como una provocación a un sistema patriarcal que siempre ha considerado a la mujer en un segundo plano. Algunos hombres consideran que somos una amenaza para su estabilidad, que podemos revolucionar la sociedad, pero las autoridades tienen la obligación de responder y asegurar nuestra seguridad aplicando las leyes. A veces les molesta que les recuerden que son los garantes de nuestra ­protección. A pesar de eso, nosotras, las mujeres, debemos conocer nuestros derechos aunque parezca que no se den pasos, que no se denuncien ni reclamen ciertas cosas.




¿Observan cambios cuando las mujeres conocen sus derechos?

Detectamos cierto grado de plenitud en esas mujeres que han decidido tener una presencia activa en la sociedad y demuestran que merecen un reconocimiento. Toman la palabra y emprenden iniciativas. Eso es muy importante, aunque no siempre denuncien o reclamen. Algunas osan hacer cosas en el ámbito de la gobernanza local o en el sustento de sus familias que ni se planteaban hace años, se sienten capaces y lo llevan adelante. Es un elemento importante que ha permitido que mujeres hayan roto con el silencio y ya no sufran ciertas formas de violencia porque tuvieron el coraje de denunciar. Se hacen escuchar, algo que ha sido terapéutico: cuando lo cuentan perciben que no son las únicas en ese círculo de violencia. Comparten su situación, sus experiencias, vemos una apertura, una plenitud. Eso nos anima porque la mujer protagoniza el cambio. Lo que me afecta y se transforma en mí misma y en otras mujeres es muy importante para mejorar nuestros derechos.

¿Hay especificidades en la violencia que se da en el este de RDC?

Depende del entorno al que nos refiramos. Por ejemplo, en zonas mineras, a las mujeres, por el mero hecho de serlo, se les impide acceder a ciertas zonas de extracción porque dicen que traen mala suerte. Donde hay grupos armados, se disparan los casos de mujeres violadas. Hay zonas con muchos casos de mujeres quemadas vivas que han sido acusadas de brujería. El acoso es mucho más común en Bukavu: se registran muchos secuestros y a menudo las mujeres deben desviarse de su camino para no estar expuestas a eso. O la violencia económica, cuando las mujeres están obligadas a entregar parte de lo que ganan en los controles que se colocan en las carreteras, sobre todo del interior, de forma abusiva. Esto también es una forma de violencia porque se desprenden a la fuerza de parte de su sustento.

¿Cómo explica que la violencia contra las mujeres sea tan elevada en el este de RDC?

El conflicto que vivimos en la región desde hace varias décadas, y que continúa en la actualidad, es la causa del aumento de las violencias, igual que la impunidad, la presencia de los señores de la guerra, o de personas involucradas en acciones innobles que luego son recompensadas con puestos en el poder, otros que no han sido perseguidos ni juzgados… Todo esto es un mal ejemplo. Hemos asumido también otras formas de violencia por el paso de personas, de refugiados, de grupos armados… Con su forma particular de ver las cosas han impuesto unas violencias que desconocíamos.

¿Por ejemplo?

En nuestra ley no se prevé que un hombre pueda ser violado, y ahora se registran casos. Es complejo que un hombre llegue a reconocerlo públicamente. Queremos que se modifiquen algunos artículos para que se incluyan esos casos. También hay niños huérfanos que han perdido a ambos padres por la violencia. Constatamos también mucha violencia económica en personas que se han ido de sus casas tras haber sido quemadas o destruidas. En los círculos familiares se registran muchas violaciones. Hay que estar alerta a lo que se vive en los hogares, situaciones que provocan que los niños sean incluso más violentos que sus padres porque no saben cómo enfrentarse o gestionar la rabia que sienten a causa de las agresiones sufridas. El número de casos de mujeres a las que se pega a diario, la violencia doméstica, es increíble en las casas y en las comunidades.


Una mujer a las afueras de Minova. Fotografía: Carla Fibla García-Sala


¿La situación sigue empeorando?

Hay innovaciones como la monitorización de los casos, lo que ha permitido encuadrar la acción que desempeñamos. Necesitamos un cuidado holístico –no solo en el plano médico, sino también en el jurídico y el económico, la reintegración comunitaria, los acercamientos psicosociales y preparar a la comunidad– para combatir la violencia. También hay un trabajo con los hombres. Hablamos cada vez más de la masculinidad positiva porque consideramos que para que mejoren los derechos de las mujeres es importante trabajar con los hombres. Eso lo vemos en las comunidades, porque este país es tan grande que la intervención es limitada.

¿Por qué es limitada?

Hace tiempo que nos dimos cuenta de que ha descendido el apoyo hacia las organizaciones femeninas. Hubo mucha ayuda de urgencia en su momento, cuando se hablaba de violaciones, pero ahora que necesitamos estabilizar a las comunidades y aplicar intervenciones duraderas, no hay ayudas, por lo que la violencia puede volver o aumentar. Hay territorios más grandes que Ruanda, Burundi o Bélgica para los que solo contamos con medios para atender a 30 o 40 personas. Luego hay lugares inaccesibles por carretera por el miedo a la inseguridad.

¿Qué es la masculinidad positiva?

Lo importante es la responsabilidad tanto de los hombres como de las mujeres para mejorar las condiciones de vida de ambos. Aunque muchas organizaciones han trabajado con la mujer como objetivo, hay que mostrar que cuando las condiciones de las mujeres son buenas se alcanza una posición ganadora para todos. Esto permite al hombre evitar ciertas violencias a las que está sometido psicológica y económicamente. Los roles en nuestra sociedad son un peso para que ellos reafirmen una masculinidad que, a menudo, es muy tóxica. Para que haya un cambio, la intervención debe ser al unísono en ambos sexos.




¿Los hombres a los que forman reconocen que somos iguales en el acceso a derechos básicos?

No hablamos de igualdad porque algunos hombres, aunque comprendan el planteamiento, prefieren mantenerlo en un círculo privado. No se enfrentan a la comunidad, donde les pueden decir que se han convertido en mujeres. Creemos que ha llegado el momento de empezar a mantener espacios de diálogo mixtos, entre hombres y mujeres, y otros más amplios para temas comunitarios. Los medios de comunicación tienen que abrir el campo a debates sociales con jóvenes, mayores y autoridades. Hay que aprovechar que algunos hombres ya han dado un paso permitiendo a sus mujeres acudir a reuniones y asumir responsabilidades. Es un buen comienzo para comprender que ellas también tienen un papel que jugar.

¿Desde la SPR se relacionan con las autoridades locales?

Sí, hay un acercamiento a las autoridades porque el cambio social es importante para nosotras. Las mujeres tienen que participar en la toma de decisiones a diferentes niveles. Las autoridades pueden permitir ese acceso y se han dado cuenta de que las mujeres son más eficaces para gestionar los barrios. Hay, al menos, 67 jefas de barrio. Son muy apreciadas por su forma de dialogar y gestionar los problemas. Además, hay temas concretos que te llevan a ellas porque son las que más trabajan la tierra, las que saben dónde es necesaria una toma de agua, las que conocen las zonas inseguras y saben dónde se esconden los infiltrados. Cuando las autoridades comprenden que es una ventaja tenerlas a su lado se avanza mucho.

¿Qué les falta para sentirse realizadas?

Independencia económica. ­Depender de sus compañeros las hace vulnerables. En los pueblos se han creado asociaciones y cajas de ahorro para obtener pequeños créditos con los que ayudarse entre ellas. Emprenden pequeños negocios cuyos beneficios llegan a casa y a su comunidad. Ahora ya no es solo el marido el que trae comida o paga la escolarización de los hijos. Hay mujeres que han cambiado y reparado los tejados de sus casas, y eso las revaloriza.

Una de las mujeres que ha recibido formación de la SPR en Kamanyola. Fotografía: Carla Fibla García-Sala
Estudió Derecho pero no ejerció porque cree en una justicia social que no existe en RDC.

Cuando eres joven tienes una visión. Yo quería que la gente estuviera bien, que conociera sus derechos; creía en el reparto igualitario. Por eso estudié Derecho, pero al comenzar a ejercer me di cuenta de que se impone la ley del más fuerte: cuantos más medios tienes, más justicia podrás tener, lo que ya es una injusticia en sí mismo. Cambió mi percepción de cómo aplicar la justicia, y pensé que si pasa todo esto es porque desconocemos nuestros derechos. Por eso me orienté hacia la justicia social, para proporcionar a las mujeres conocimientos y herramientas preventivos y no tener que encontrarse en una situación injusta difícilmente reversible. Si sé, por ejemplo, que tengo derecho a heredar, y trabajo para que se me aplique desde el principio, no cuando se ha distribuido la herencia y solo me queda reclamar en un juzgado.

¿Cree que podría cambiar la situación de la Justicia en RDC?

Hay que mantener la esperanza porque aunque nosotros no lleguemos a verlo puede que sí lo hagan nuestros hijos. Estamos exigiendo el final de la impunidad. Tenemos buenas leyes, que están entre las mejores del mundo, pero su aplicación es terrible. ¿De verdad tengo que reclamar poder estudiar, tener un trabajo, comer cada día, acceder a un médico si estoy embarazada o poder llevar a mis hijos a un hospital?

¿Su familia la apoya?

Sí. Me anima escuchar a mis hijas cuando dicen que se ven incapaces de hacer algo injusto, aunque esté socialmente aceptado, porque son hijas de Mamá Yvette. Comprenden a lo que me dedico. Me gustaría que al menos una de ellas se dedicara al activismo, a la defensa de los derechos.

¿En su familia se ha logrado la igualdad?

No, porque nuestra evolución como familia es similar a la de otras familias, y descubres que hay cosas que persisten. Somos dos chicos y cinco chicas. Mis padres se concentraron en los estudios, somos todos universitarios…, pero queda una parte conservadora. Por ejemplo, aunque tengamos problemas con la pareja, hay que aguantar y permanecer juntos.

¿Qué evolución ha detectado en sus hijos?

Nos hemos esforzado para que interioricen algunos principios como la distribución de tareas en casa. Todos están teniendo el mismo acceso a la universidad. Hay que hacer esos pequeños gestos con nuestros niños.

¿Qué importancia tiene la religión en el trabajo de la SPR?

Tenemos un programa específico sobre ello. La religión tiene un impacto considerable en la vida de la gente y creemos que hay que usarla para difundir ciertos mensajes y ofrecer otra mirada de la Biblia. Podemos aprovechar la religión y mostrar que hombres y mujeres ocupan el mismo lugar ante los ojos de Dios. Hace algunas semanas tuvimos un seminario con mujeres religiosas –­católicas, musulmanas, protestantes y pentecostales– en el que abordamos temas muy interesantes.

Las mujeres formadas por la SPR tienen una edad media superior a los 40 años. ¿Por qué son ellas las que están liderando el cambio?

Para nosotros, las referencias y los modelos son muy importantes. Además, en nuestra sociedad le damos un valor a las personas mayores a pesar de que algunas, muy mayores, son consideradas como brujas. Los jóvenes necesitan tener referentes. Si esas mujeres se han atrevido a tantas cosas a su edad, ¿porque no hacerlo nosotras? Eso es lo que queremos que se pregunten, que se cuestionen que tienen un papel que jugar en la sociedad, que a veces hay que inspirarse en lo realizado por otros. Queremos reconocer este trabajo en algunas comunidades y premiar a esas mujeres que están abriendo camino. Pero no solo a ellas, sino también a algunos hombres que favorecen el reconocimiento de los derechos de las mujeres. También tenemos que honrar su acción. Además, algunas de las mujeres que trabajaron en el Proyecto Femme au Fone (ver MN 686, pp. 20-27) se han desmarcado, y quizás deberíamos premiarlas con una manifestación de ese tipo por el trabajo que siguen haciendo en la comunidad y, por supuesto, invitarlas a volver.

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