Etiopía: elecciones y guerra

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Por Juan González Núñez desde Etiopía



Las elecciones

Era normal que esperase la publicación de los resultados de las elecciones generales y regionales de Etiopía antes de escribir algo sobre ellas. Pero han pasado dos semanas –fueron el 21 de junio– y los resultados se hacen esperar.  Mientras tanto, se están produciendo en la nación otros acontecimientos ante los cuales los resultados de las elecciones son mera anécdota sin mayor trascendencia. Me refiero a la entrada en Mekele, capital de Tigray, de las fuerzas rebeldes y la evacuación de la región por parte del ejército federal tras ocho meses de ocupación.  

Las elecciones habían sido presentadas como trascendentales para Etiopía, puesto que podrían ser las primeras realmente libres desde que este país se denomina democrático y porque eran un test para el primer ministro Abiy Ahmed, quien llegó al poder no por las urnas sino por un mecanismo intraparlamentario.

Se esperaban desórdenes de mayor o menor magnitud tanto por parte de los separatistas oromo como por otros grupos que habían decidido boicotear las elecciones. De hecho, en cuatro estados regionales más conflictivos, entre ellos Tigray y Gumuz, las elecciones fueron pospuestas hasta septiembre próximo. Las embajadas tomaron la precaución de aconsejar al personal extranjero no viajar durante aquellos días. Sin embargo, los desórdenes e incidentes fueron mínimos y todo se desarrolló pacíficamente. Era un placer pasear aquel día por la ciudad sin coches y de fiesta.

Sobre los resultados, aunque todavía desconocidos, no hay muchas incertidumbres. Se supone que Abiy saldrá vencedor, tanto porque no había otros partidos que le pudieran hacer sombra, como porque la guerra con Tigray ha hecho que el resto de la nación se apiñe mucho más en torno a él.

La guerra en Tigray

La sorpresa se apoderó de todos una semana después de las elecciones cuando se supo que las tropas rebeldes de Tigray habían ocupado la capital Mekele, y el gobierno de Abiy anunciaba que el ejército federal se retiraba de la región y declaraba un alto el fuego unilateral a fin de que la población del Tigray pudiera recibir libremente ayuda humanitaria y que los campesinos pudieran sembrar sus cosechas.

Los dirigente tigrinos se apresuraron a calificar el alto el fuego y las razones dadas como un «chiste malo», pues para ellos la razón de la salida de Tigray era que habían sido vencidos. Y añadían que ellos no declaraban ningún alto el fuego y que lucharían hasta liberar su territorio de enemigos.

Ante estos acontecimientos que cambian el panorama de la nación surgen mil interrogantes a los cuales no es posible dar respuesta. Partimos del hecho de que ninguna de las dos partes dijo nunca la verdad acerca de nada, por lo que todavía hoy es muy difícil determinar quiénes fueron los mayores responsables de las flagrantes violaciones de los derechos humanos que se produjeron en Tigray, puesto que todos los contendientes los violaron. Y partimos también del hecho de que ninguna de las dos partes tiene en este momento la mínima voluntad de negociar una paz justa y duradera.

Entre las razones –no confesadas– que pudieron empujar a Abiy a retirar su ejército se diría que la más poderosa fue el ver que no podía hacer frente al ejército rebelde. El precio que estaba pagando en soldados y dinero era cada vez más alto. Otros factores para la retirada pudieron haber sido la fuerte presión internacional y (queremos suponerlo) el sentido ético de quien en su momento recibió el premio Nobel de la Paz ante la situación calamitosa de la población de Tigray.

Las preguntas sobre el futuro

Pero ahora las preguntas  que nos asaltan son muchas: ¿se trata de una retirada definitiva o, simplemente, estratégica? ¿Cómo reaccionará la nación ante una posible secesión de Tigray? El ejército federal se ha retirado, pero deja atrás un Tigray sin energía eléctrica, sin carburante, sin internet, con los bancos cerrados y sin comunicación con el exterior, pues toda la región está rodeada o por el resto de Etiopía o por Eritrea, su jurada enemiga. ¿Es la retirada un real alto el fuego humanitario?

Y, si ahora volvemos la vista a los “rebeldes” tigrinos, otra batería de preguntas nos espera. El cliché de David y Goliat les puede venir a muchos a la mente, pero nada más lejano a la realidad que dividir la escena entre opresores y oprimidos, entre inocentes y culpables. Los que están dirigiendo la rebelión de Tigray son los mismos que desde 1991 hasta 2018 dominaron con mano férrea la escena política de Etiopía, conculcando derechos humanos y llevando a cabo un desvío sistemático de los recursos nacionales en beneficio propio. Las armas con que hoy luchan contra el resto de Etiopía son en buena parte las armas del ejército nacional que ellos acumularon en su región. Y si la guerra trajo tantos males a Tigray, fueron ellos mismos los que la provocaron.

Llamar a su ejército «Ejercito nacional de Tigray» o afirmar que «lucharemos hasta liberar de enemigos el último palmo de nuestra tierra» suena a proclamación de independencia, aunque esta palabra no haya hecho todavía su aparición. Pero, he aquí otras preguntas más: ¿Podría una Tigray independiente subsistir sandwicheada entre Etiopía y Eritrea ? ¿Sería reconocida por alguna nación? Corrieron ya en el pasado repetidas voces, y también indicios, de que, con vistas a una posible independencia, habían planeado incorporar a su región una franja de territorio colindante con Sudán hasta el río Nilo, a costa de las regiones amara y gumuz, con el propósito de disponer de tierras más fértiles y acceso al exterior a través de Sudán. Pero el plan fue abortado.

El resultado de este pulso entre dos partes que se juraron odio a muerte y que no están dispuestas a negociar son las 350.000 personas en peligro de inanición, los dos millones de desplazados sobre una población de seis millones y las inauditas atrocidades cometidas por todos los contendientes en estos ocho meses de guerra fratricida.

En la imagen, el primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, emite su voto en un colegio electoral de Beshasha, en Oromía, el pasado 21 de junio. Fotografía: Stringer / Getty

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