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Alcanzada la edad provecta, toca recapitular. Ocasión propicia es la nueva etapa que anuncian los renovados enfoques de esta revista, en la que escribo con regularidad desde hace cuatro décadas: toda una vida dedicada a intentar que en España, en español, se comprendan ciertas claves determinantes –a menudo silenciadas, tergiversadas o manipuladas– de la deriva de un continente despreciado, minusvalorado, del que solo importan sus inmensas riquezas. Escribo esta columna desde enero de 1996, tras mi regreso al exilio, expulsado del paraíso del todopoderoso Teodoro Obiang por sostener verdades básicas y no secundar la arbitrariedad institucionalizada. Ahora por última vez.
La observación cotidiana del acontecer africano pudiera llevar al pesimismo. El tópico presenta África como el continente de la esperanza, poblado por gente optimista y risueña, jóvenes la mayoría. La realidad, por el contrario, muestra a 1.100 millones de personas sojuzgadas por tiranos semejantes a Calígula, Hitler, Ceaucescu o Pinochet, que no concitan el repudio del mundo. Impotentes ante tantas carencias, despojados de su dignidad, apenas tienen futuro. Tratar de desentrañar el misterio que convierte en parias a seres que caminan sobre tesoros; señalar las contradicciones de un sistema que digiere en pocas horas la conmoción que provocan las muertes gratuitas y recurrentes en el Mediterráneo; mostrarse firme en la defensa de valores que nos distinguen de las especies irracionales de la Creación: todo ello conlleva inmensos riesgos. Lo sabíamos, pero los asumimos por responsabilidad. Si generaciones anteriores padecieron y superaron esclavitudes y colonialismos, nuestra era nos exige trazar los caminos que nos conduzcan hacia la libertad y el desarrollo.
Sobre estas convicciones se asienta toda mi obra literaria, periodística y, según algunos, política. Imposible negar que Mundo Negro ha contribuido a germinar y consolidar esta labor, abnegada y solitaria, cuya principal satisfacción es la tranquilidad de conciencia. Saber que se hace cuanto se debe mitiga los sinsabores; la seguridad de que fructifica toda semilla no sembrada en el erial estimula a perseverar. De ahí la gratitud permanente y sincera a cuantos, en estos 40 años, alentaron la difusión de nuestra perspectiva; el punto de vista resulta imprescindible en las ciencias sociales, cuya pretendida objetivación se convierte en una trampa: ni la buena fe de ingenuos y bondadosos conseguirá equiparar las percepciones del esclavo y del esclavista, del colonizado y del colonizador, del explotado y del explotador, de la víctima y del verdugo. Por ello no dejaremos de insistir, hasta el postrer hálito, en que la regeneración de África depende, ante todo, de la voluntad, el esfuerzo y el buen hacer de los propios africanos.
En este adiós, hondamente meditado, merecen especial recuerdo los miles de lectores que siguieron nuestra comparecencia mensual. Sin ellos, el empeño hubiera sido banal; para ellos me esforcé en ofrecer un producto elaborado, alejado de planteamientos demagógicos. Esfuerzo recompensado por la comprensión de muchos, expresada en cartas públicas y mensajes privados. Y, dicho con toda modestia, en las continuas muestras de afecto recibidas en múltiples viajes por España.
Gracias a la comunidad comboniana; a mis diferentes directores, redactores jefe y redactores. De cada uno recibí siempre cariño y solidaridad.