Publicado por Carla Fibla García-Sala en |
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Pura energía y vitalidad. La sonrisa casi perenne de Hodan Nalayeh mientras recorría, subida en un coche o en un autobús, los caminos de su país natal, cuando iba al encuentro de tenderos, pescadores o amas de casa, o el enjambre de niños curiosos que casi siempre la rodeaban en sus retransmisiones, era parte del mensaje que estableció cuando creó, en 2014, Integration TV.
«Creemos en las historias de empoderamiento con éxito. Somos el primer canal online de televisión en inglés que conecta a las comunidades somalíes de diferente bagaje para compartir historias inspiradoras que mejoran nuestra sociedad», reza la presentación del que se convirtió en su proyecto de vida. El éxito que obtuvo se resume en 5,3 millones de visualizaciones de vídeos, 75.000 seguidores en Twitter, 130.000 en Instagram y 550.000 en Facebook.
Vestida con un traje largo holgado de flores sobre un fondo rosa –con el que disimulaba su avanzado estado de gestación–, a juego con un pañuelo rosa claro y un chal morado, Nalayeh subía con determinación a lo alto de una colina desde la que ver Las Anod, la ciudad que fue parte del Estado derviche hasta 1921, cuando se incorporó al Protectorado de la Somalilandia Británica. Alabando las vistas mientras, divertida, recuperaba el aliento, pedía a sus compatriotas que no dejaran de viajar por el país, que siguieran disfrutando de esas maravillosas vistas sin miedo. Un mensaje que pocos días después se convertiría en su despedida involuntaria, porque el 12 de julio de 2019 estaba tomando un té junto a su marido, el productor Farid Jama Suleiman, en el hotel Assasey de Kismayo (al sudoestede la capital somalí) cuando un grupo de terroristas de Al Shabab, vinculado a Al Qaeda, activaron la carga de un coche bomba y empezaron a disparar indiscriminadamente. Murieron 26 personas, entre las que estaban la que ya se había convertido en «inspiración de las nuevas generaciones» y su cómplice de vida, en lo personal y lo profesional. Habían dado el paso de instalarse en Somalia, junto a los dos hijos de un matrimonio anterior, para demostrar que el país es mucho más que los efectos devastadores que dejó la guerra civil de los años 90 y la violencia que se registró en territorio somalí entre 2010 y 2012 –con más de 260.000 muertos, según la ONU–.
Periodista de formación, emigró a Canadá junto a su familia cuando tenía 5 años, pero su activismo social estuvo relacionado con sus raíces. Trabajó siempre delante de la cámara, valorando el potencial –por su difusión y alcance– de las redes sociales y las plataformas digitales. Con la etiqueta #MySomalia «se convirtió en la voz de muchos», como apuntaba una de sus colaboradoras poco después de su muerte.
Férrea defensora de la diversidad y la inclusión, destacando siempre las realidades de personas concretas –con las que tomaba té, a las que preguntaba por sus inquietudes y preocupaciones–, se esmeraba para que los cierres de sus crónicas estuvieran siempre cargados de esperanza. «Alá, haz que la mejor parte de mi vida sea la última que viva, haz que la mejor de mis acciones sea la que haga en esta vida, y que el mejor día sea el que vuelva para encontrarte», fue lo último que compartió con sus amigos y seres queridos.
Ilustración de Tina Ramos Ekongo
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