«La Iglesia católica necesita un fuerte movimiento de diálogo interreligioso»

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A. Rashied Omar, profesor de Estudios Islámicos y Consolidación de la Paz




Por Marian Pallister



Comprometido en su juventud en la lucha contra el apartheid, el imam de la mezquita de Claremont (Ciudad del Cabo) y docente dentro y fuera de Sudáfrica, A. Rashied Omar, reflexiona sobre la importancia del diálogo interreligioso en la resolución de conflictos.

¿Qué importancia ha tenido en su vida el diálogo interreligioso?

Ha sido muy importante, tanto en mi vida como en mi ministerio religioso o en el ámbito civil. Llevo ya más de tres décadas realizando actividades sobre este asunto y creo que no sería exagerado afirmar que el diálogo interreligioso ha modelado profundamente mi teología y mi praxis islámicas. A finales de los 80 y durante toda la década de los 90, siendo aún un joven imam en la mezquita del barrio de Claremont, me vi inmerso en el activismo ­interreligioso a través de la Conferencia Mundial para la Religión y la Paz (WCRP-SA, por sus siglas en inglés), un movimiento que había sido fundado por el arzobispo anglicano Desmond Tutu en 1984. Profundamente agradecido por todo el movimiento de diálogo interconfesional que el arzobispo Tutu nos legó, siento que con mi trabajo estoy honrando su memoria. Para mí, él era la viva encarnación de la solidaridad interreligiosa.

¿Cuál es, en su opinión, el papel que ha jugado en Sudáfrica, tanto en el pasado como en la actualidad, el diálogo interreligioso?

La solidaridad y el diálogo interreligioso actuaron como grandes catalizadores en las comunidades oprimidas en Sudáfrica a causa del régimen del apartheid. Sudáfrica posee un movimiento de solidaridad único y sin parangón, en gran medida gracias al sabio liderazgo y a la preciosa aportación de Desmond Tutu. Cuando en 1986 fue nombrado arzobispo anglicano de Ciudad del Cabo, Tutu transformó la catedral de San Jorge en lo que se llegó a conocer como la Iglesia de la Gente. Bajo su impulso, la catedral emergió como un centro de movilización ecuménica contra el apartheid en Ciudad del Cabo. La gente de cualquier confesión religiosa e incluso los no creyentes encontraron inspiración y consuelo en la catedral en su lucha contra aquel sistema maligno y diabólico.

El 13 de septiembre de 1989, el arzobispo Tutu encabezó una procesión multitudinaria por las calles de Ciudad del Cabo. Aquello se conoció como «la reivindicación de la ciudad». Junto a él, en la cabecera de la marcha, estuvieron el reverendo Allan Boesak y Mohamed Shaij Nazeem, líder del Consejo Judicial Musulmán. Miles de ciudadanos caminaron representando a gentes de todas las creencias, todos unidos en una lucha contra el enemigo común: el apartheid. Aquellos días se pueden entender hoy como el comienzo del fin de aquel régimen en Sudáfrica. Desde su nacimiento en 1994, el Parlamento democrático y multirracial sudafricano abre sus sesiones anuales con oraciones y plegarias dirigidas por miembros de diversas confesiones religiosas.


El Papa y el gran imam de Al-Azhar firmaron el Documento sobre la Fraternidad Humana el 4 de febrero de 2019 en presencia del príncipe heredero de Abu Dabi. Fotografía: Vincenzo Pinto / Getty


¿Qué acogida tiene el trabajo que usted realiza en Estados Unidos?

Para todos los activistas que trabajan y se mueven en el ámbito del diálogo ecuménico e interreligioso resulta fundamental que su actividad forme parte del programa de las instituciones religiosas en Estados Unidos. Se constata que tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, las iniciativas ecuménicas e interreligiosas juegan un papel esencial en la agenda de un buen número de instituciones de carácter religioso. ¿­Cómo se puede interpretar esta realidad? ¿Qué se esconde tras la barbarie del fanatismo religioso para que tanta gente de diversas creencias encuentre hoy consuelo y sanación en actividades interreligiosas y ecuménicas? Según mi parecer, la cuestión ilustra con nitidez el papel ambivalente de la religión en los conflictos, la violencia y la consolidación de la paz. Mientras que, por una parte, la religión ha estado y sigue estando implicada en situaciones de conflictos, por otra parte sigue ­siendo un faro de esperanza y ­fortaleza en medio de las peores situaciones de indignidad y sufrimiento humano. Este papel tan contradictorio en muchas ocasiones se produce de manera simultánea. En el caso de Estados Unidos, el desafío más crítico que hoy interpela a los que trabajan allí en el diálogo ­interreligioso es el de cómo mantener y transformar esta solidaridad y esta energía en un movimiento interreligioso de base por la justicia y la paz.

Afirma usted que la encíclica ­Fratelli tutti, del papa Francisco, «marca un paso de gigante en la promoción del diálogo y la consolidación de la paz». ¿Se podría extrapolar esto a la realidad sudafricana y, tal vez, al resto del mundo?

Fratelli tutti ha dado una muy importante valoración teológica y ­legitimidad al floreciente movimiento interreligioso en Sudáfrica y en el mundo. Ha puesto en pie a muchos católicos y a gentes de otras creencias que se mantenían al margen y que ahora trabajan por la consolidación de la paz en este contexto. En Sudáfrica, por ejemplo, Fratelli tutti y, sobre todo, el encuentro del papa Francisco con el gran ayatolá Sistani, en Irak, han contribuido a la formación de una estructura que lleva por nombre Plataforma para el Diálogo Interreligioso y Ética Práctica, que ya se ha extendido por otras partes del planeta. Fratelli tutti ha creado un debate sano y sereno entre los que dentro de la Iglesia católica abogan por la «guerra justa» y los activistas que trabajan para consolidar la paz. En el ámbito musulmán, Fratelli ­tutti ha causado aún mayor controversia. Tan solo un puñado de teólogos musulmanes como Maulana Wahiduddin Khan, de India; ­Shaykh Jawsat Sa`id, de Siria; Chiawat Satha-Anand, de Tailandia; o la Fraternidad Musulmana por la Paz, en Estados Unidos, han propuesto una teología islámica de la no violencia. Fratelli tutti está forzando a los principales pensadores islámicos a comprometerse más seriamente con los puntos de vista innovadores de estos pensadores musulmanes para la construcción de la paz. Por todas partes he afirmado que la Iglesia católica necesita un fuerte movimiento de diálogo interreligioso sobre la llamada de la encíclica Fratelli tutti para dar prioridad a la no violencia y a superar los parámetros que abogan por la teoría de la «guerra justa». Esta posición resulta moralmente indefendible en la actualidad, cuando sabemos el poderío indiscriminado del armamento moderno de destrucción masiva.

El arzobispo anglicano Desmond Tutu y el reverendo Allan Boesak participaron el 1 de abril de 1985 en el funeral por 29 víctimas del apartheid. Fotografía: William F. Campbell / Getty
¿Qué importancia tuvo en el mundo musulmán la firma conjunta del Papa con Ahmed al-Tayyeb del Documento sobre la Fraternidad Humana para la Paz Mundial y la Convivencia?

Es sumamente importante y ha provocado que se dé un gran salto en la promoción del diálogo interreligioso y la convivencia, sobre todo entre católicos y musulmanes. Tras la firma del Documento en 2019 se creó un comité para el diálogo interreligioso con el fin de promocionar los principios de la tolerancia y el respeto contenidos en dicho texto. Desde entonces, se han sucedido una serie de encuentros a nivel mundial bajo el auspicio de Emiratos Árabes Unidos (EAU). Sus planteamientos han sido muy bien acogidos por todos los grupos religiosos, al igual que por Naciones Unidas (ONU). 

Sin embargo, en mi opinión, el Documento sobre la Fraternidad Humana forma parte integral de las ­estrategias de poder puestas en práctica por la monarquía reinante en los EAU para apaciguar las aspiraciones democráticas de sus propios ciudadanos y del resto de los pueblos marginados y oprimidos en Oriente Próximo. Varios grupos de derechos humanos han cuestionado esta iniciativa de EAU. Sarah Leah Whitson, directora para Oriente Próximo de Human Rights Watch, lo ha expresado así: «La visita del ­Papa tan solo ha servido para tapar la podredumbre moral que durante décadas ha asolado Oriente Próximo». Y ha añadido: «EAU sigue negando a sus residentes derechos básicos, tales como la libertad religiosa y de expresión. Siguen persiguiendo a los disidentes críticos con sus políticas y a los activistas por los derechos humanos». Mientras claman por una tolerancia religiosa controlada, esta tolerancia no se hace extensiva al poder político y a una mayor representación democrática de todos los ciudadanos dentro de su propio país.

Más aún, el dudoso papel jugado por EAU en la instigación y el apoyo a los graves conflictos bélicos que tuvieron lugar en Yemen, Siria, Libia y Baréin durante la Primavera Árabe no hace creíble el relato en el que se consideran protagonistas de una paz sostenible y duradera en Oriente Próximo y entre los musulmanes a nivel global. A pesar del éxito que estas estrategias de tímida apertura política han tenido a corto plazo en la preservación del statu quo, lo cierto es que a medio y largo plazo dichas políticas son nefastas.

Una de las causas del conflicto en Oriente Próximo es el despotismo. Si no se pone fin a esta lacra, una paz sostenible y una auténtica libertad de culto seguirán sin llegar a los ciudadanos de la región, incluidas las minorías cristianas.

Una madre y su hija ugandesas delante de la puerta de su casa. El diálogo intergeneracional favorecerá la resolución de conflictos, según A. Rashied Omar. Fotografía: Alison Wright / Getty


La estrategia más apropiada en Oriente Próximo pasa por obtener mayores niveles de solidaridad ­interreligiosa en la lucha por la justicia social. La auténtica libertad de culto no se produce de forma aislada, sino que ha de surgir desde dentro y desde las luchas por una mayor justicia sociopolítica, unos genuinos derechos humanos y una mayor dignidad para todos. Los que trabajan por una paz entre las religiones en Oriente Próximo podrían presentar mejor sus luchas por la libertad religiosa y la plena ciudadanía como una cuestión transversal relacionada con la justicia social que vincule la libertad religiosa con la búsqueda de derechos humanos integrales y de dignidad para todos.

Dicho esto, conviene añadir que para que estos programas de acción funcionen y conduzcan a una paz positiva y sostenible, es absolutamente necesario que se inicien y sean plenamente apoyados, patrocinados y dirigidos por instituciones y personal locales. A pesar de sus defectos y debilidades, el gran imam de Al-Azhar y el papa Francisco, a través del Documento sobre la Fraternidad Humana, han puesto los cimientos para un diálogo más rico y constructivo entre líderes musulmanes y católicos que ­ojalá conduzca a una paz más justa en nuestro mundo. Si este diálogo ­interreligioso se pudiera insertar en el contexto más amplio de la teología de la compasión por los pobres y su teología profética de decir la verdad al poder, que lidera el papa Francisco, estoy convencido de que el diálogo interreligioso resonaría aún con más fuerza entre los musulmanes.


Encuentro interconfesional de solidaridad con Palestina celebrado en la mezquita de Claremont. Fotografía: Rodger Bosch / Getty

¿Existe algún otro tipo de diálogo que podríamos usar para relacionarnos con los jóvenes?

Recuerdo cuando era joven, en torno a 1976, y era líder del movimiento antiapartheid. Me tocó sufrir mucho con adultos a los que respetaba y admiraba porque muchos de ellos pensaban que ser activista contra aquel régimen subvertía y rompía el sistema y la paz forzada de nuestra sociedad. De igual modo, muchas de las teorías y expectativas de los jóvenes de hoy que hacen campaña por una sociedad más justa y compasiva siguen desafiando las estrategias en las que permanecemos anclados. Esto está causando tensiones y conflictos intergeneracionales, que a la postre tendremos que aceptar como parte de la búsqueda sincera de un diálogo auténtico. Una manera creativa de enfrentarnos a estos conflictos intergeneracionales consiste en promocionar espacios abiertos para el diálogo y el debate. Necesitamos escucharnos mutuamente con generosidad, aceptar aquello que el otro puede aportar y reconocer que los contextos entre generaciones han cambiado enormemente. Por último, necesitamos estar abiertos para reconocer las debilidades y las fortalezas de nuestras luchas. Si logramos esto, se nos abrirán nuevas oportunidades para el reencuentro con los demás. Actualmente ejerzo como consultor en Arigatou, una organización internacional e interreligiosa que tiene el diálogo entre las distintas confesiones y la solidaridad entre los niños entre sus objetivos. Con subvenciones que provienen de un grupo budista japonés, su trabajo principal consiste en la creación de una nueva generación de activistas en el ámbito interreligioso.  

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