«La Iglesia todavía es muy joven aquí»

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Natale Paganelli, administrador apostólico de Makeni (Sierra Leona)

 

Por Jorge Martínez Lucena

Un hombre mayor con un brazo amputado, recuerdo de aquellos que vivieron la guerra civil que sufrió Sierra Leona entre 1991 y 2001, nos franquea el paso a la casa del obispo administrador apostólico de Makeni. Ébola, pobreza, migración o diálogo interreligioso entran en juego en la conversación con este misionero javeriano.

 

Natale Paganelli durante la entrevista.. Fotografía: Gonzalo Fuentes Cortina

Natale Paganelli es un obispo misionero. Nació en el seno de una familia muy religiosa en la provincia de Bérgamo, en la región de Lombardía (Italia). Descubrió su vocación en el colegio. Tras la conferencia de un sacerdote javeriano, pensó que quería ser como él. Ingresó en el seminario de esa congregación siendo todavía niño. En 1980 fue ordenado sacerdote y fue destinado a México, donde estuvo 22 años y acabó siendo superior provincial. Cuando terminó su período allí, solicitó ir a África para cumplir el sueño que tenía desde pequeño. Antes de llegar a la diócesis de Makeni –en el norte de Sierra Leona y encomendada a los Javerianos desde su fundación– estuvo dos años como misionero cerca de la frontera con Guinea. En 2007 fue nombrado superior provincial de la congregación en Sierra Leona. Desde entonces está en Makeni. En 2012 la situación de esta Iglesia local se complicó. El Papa nombró un obispo sierraleonés que no pudo tomar posesión debido a la oposición que encontró, por motivos regionales y étnicos, entre los propios sacerdotes y fieles. Ante esta situación, Natale Paganelli fue designado administrador apostólico de Makeni. Nombrado obispo en 2015, trabaja a la espera de que un obispo del país pueda asumir la diócesis.

¿Cómo le resultó finalmente su sueño, África, tras tanto tiempo en Centroamérica?

Cuando llegué a Sierra Leona como misionero me resultó muy difícil adaptarme. En el altiplano central, México tiene un clima maravilloso. En cambio aquí, el calor y la humedad son extremos. Además, me impactó mucho la pobreza. Aunque has oído hablar de lo que pasa aquí, hasta que no vienes a vivir no te enteras. Lo que más me entristecía era ver cómo muchos niños morían por no tener los cinco euros que costaba el tratamiento contra la malaria, algo que sigue pasando todavía hoy.

Bajo una mayoría musulmana, ¿cómo es la convivencia entre las diferentes religiones?

Existe tolerancia religiosa. Aunque también aquí se empieza a percibir la llegada del integrismo islámico. Están empezando a llegar imanes formados en Malí, y cada vez es más común encontrarte a mujeres con velo y burka, algo que no era habitual aquí.

 

Un centro para enfermos de ébola abandonado en Freetown. Fotografía: Getty

 

¿Cómo ve la fe católica en esta diócesis que administra?

Es una Iglesia muy joven. Aquí la evangelización sistemática empezó en los años 50. Es muy reciente. Por eso no hay una Iglesia madura. Los valores cristianos no han llegado todavía a la raíz de los sierraleoneses. Digamos que están llegando. Tenemos familias cristianas, aunque pocas de ellas están casadas por la Iglesia.

 

¿Qué dificultad subrayaría entre las que viven sus feligreses y el resto de habitantes de la región?

Una de las lacras sociales es el ­desempleo. Muchos de nuestros alumnos acaban los estudios en nuestra universidad, la Universidad de Makeni, pero muy pocos de ellos encuentran trabajo, pese a sus ganas de aprender. Quieren hacer un máster fuera, o incluso un doctorado, pero no encuentran nada. Es por eso que el futuro para ellos está fuera. Aquí muy pocos consiguen hacer algo con sus estudios.

 

¿Por qué hay tan poco empleo?

En los bancos no hay dinero. Los precios de muchas materias primas en las que somos ricos se fijan fuera. Según un informe que he leído, por ejemplo, en Sierra Leona solo se queda el 2 % del valor de los diamantes que exportamos. Aquí no se produce nada. Todo es importado. Los chinos han construido carreteras, que nos van muy bien, pero nadie sabe a qué precio, porque hay mucha corrupción en los responsables políticos. Vivimos en una economía de subsistencia atrapada en un círculo vicioso.

 

Un creyente musulmán a las afueras de la capital de Sierra Leona. Fotografía: Getty

 

Y por si fuese poco, hace unos años sufrieron el brote de ébola…

Fue una tragedia. Primero, porque acabó con la preciosa vida de 5.000 personas y dejó muchos huérfanos. Después, porque dejó noqueada la economía del país. Las minas de hierro están cerradas todavía y algunas fábricas no han ­reabierto.

 

Sierra Leona, por ser un país de casi ocho millones de habitantes, quizás no tiene un número significativo de emigrantes en el África occidental. Sin embargo, ¿por qué cree que son tantos los africanos que desean ir a Europa?

La pobreza es mucha, pero no hace falta ser pobre para querer irse de aquí. En Sierra Leona se vive mal y ellos quieren vivir mejor. Nadie desea abandonar su país si no es por necesidad. Los misioneros lo hacemos porque tenemos un ideal. Es verdad que en Sierra Leona no hay tantos que se vayan como en ­Gambia, por ejemplo. Aquí los pequeños tenderetes diseminados por todo el país y la venta ambulante dan de comer cada día a mucha gente.

 

¿Qué papel tienen estos emigrantes en la economía del país?

Una de las grandes fuentes de ingresos de Sierra Leona proviene de ellos (las remesas supusieron el 1,3 % del PIB del país en 2017. Especial África 2019, MN mayo 2019, p. 117). Muchas de estas casas que ves alrededor se construyen con el dinero que envían cada mes los que se han ido. Son un pulmón para el país.

 

Una mujer busca oro en el río Pampana. Las riquezas de Sierra Leona redundan muy poco en beneficio de la población local. Fotografía: Getty

 

¿Por qué cree que está creciendo en Europa la sensación, que se manifiesta en las urnas y en la ­proliferación de corrientes populistas, de que la inmigración es un problema?

La inmigración siempre ha sido un problema. En Estados Unidos lo fueron los italianos, los irlandeses y los polacos. Muchos países se han abierto por necesidad, porque tenían necesidad de obreros, no por amor al prójimo. Es verdad que en determinados países de Europa hay un desempleo alto, pero también lo es que muchos de los habitantes de esos países, como Italia, no quieren desempeñar determinados trabajos. Estos pobres inocentes saben que allí estos trabajos están ­disponibles.

 

¿Y por qué buena parte de la población italiana está tan sensibilizada contra la inmigración, y esta se ha convertido en uno de los grandes caballos de batalla de la política actual?

Creo que ahora mismo en Italia hay miedo al subsahariano. En Italia hay también muchos rumanos y albaneses. Algunos de ellos vinculados a la delincuencia, como la misma mafia italiana. Sin embargo, los medios no hablan tanto de ellos. Y eso creo que es porque el color de la piel les da miedo. Es un problema que debemos superar.

 

¿Cómo se explica el racismo en un país de cultura católica?

En Europa la fe es muy débil. ¿Qué porcentaje de la población va a la iglesia? ¿Qué porcentaje de los que van a la iglesia aceptan el Evangelio como norma de vida? Los bautizos, las primeras comuniones, las confirmaciones, incluso las bodas, muchas veces se han convertido en meros actos sociales. Hemos perdido los valores del Evangelio, a los que tendríamos que volver, porque es sobre ellos sobre los que se ha construido nuestra bella sociedad europea.

 

Matteo Salvini, vicepresidente y ministro de Interior italiano. Fotografía: Getty

 

Sin embargo, en su país de origen, Italia, son muchos los católicos que, vayan a misa o no, apoyan a Salvini.

Sí, es cierto. Son gente con una teología muy limitada, poco evangélica y muy ligada a la política. Es peligroso que los curas u obispos se identifiquen con partidos políticos. Yo voto, pero no me vendo. Hay que ser crítico. La democracia se está reduciendo. Nuestros viejos políticos eran más independientes. Ahora se está volviendo a la figura del gran líder. Un político no debe obedecer al partido, sino al pueblo, que es quien lo elige.

 

¿Y cómo se explica esta persecución del inmigrante por parte de los políticos, sin que la Iglesia y la gente de bien se levanten contra la injusticia?

La cúpula de la Conferencia Episcopal Italiana se opone claramente a estas medidas políticas que van contra la vida de los inmigrantes. En cuanto al pueblo, hay quien protesta, el problema es que han creado un relato en los medios de comunicación según el cual los inmigrantes vienen a quitarnos nuestros puestos de trabajo. Yo no paro de ver comentarios de Facebook y de recibir mensajes de conocidos míos de la infancia que me dan vergüenza ajena. Personas que fueron bautizadas como yo, en mi pueblo, y que hablan con un racismo increíble.

 

Es, entonces, el mismo mecanismo que le dio a Trump y su «America first» el poder en Estados ­Unidos. Algo parecido a lo que puede suponer Vox en España, quizás. ¿Qué se les puede decir a los que creen en ese relato?

Primero hay que reconocer que necesitamos a personas de otros países. Tenemos una gran crisis demográfica y alguien tiene que pagar las pensiones. Además, nuestros connacionales no quieren hacer determinados trabajos. ¿Quién quiere trabajar como cuidador o cuidadora de enfermos, o como recolector de fruta y verdura, o incluso en la construcción?

 

¿Cuál sería entonces la solución?

Cada país europeo debería ser capaz de determinar cuántas personas extranjeras necesita para trabajar dentro de sus fronteras. Así los inmigrantes saldrían de sus países de origen con los papeles en regla: con el permiso de residencia y el de trabajo. Además, habría que tener en los países de destino una buena estructura de integración preparada para ellos.

 

¿No le parece un poco utópico?

Es lo que acaba de hacer Japón. Hace poco pidió 350.000 obreros, e indicó distintos países que pueden solicitar plazas. Es lo que hace Canadá. Cuando estuve en México comprobé cómo funcionaba. Daban visas temporales para trabajar seis meses en la pesca. Eso hacía que la gente pudiese trabajar medio año y tener un sueldo que les permitía volver los otros seis meses a su casa y vivir bien.

El Papa Francisco hace mucho hincapié en la importancia de la acogida a los inmigrantes, aunque en ocasiones parece el profeta que predica en el desierto. ¿Por qué esta insistencia?
En el inmigrante se puede recuperar la fe perdida, porque en el que llega está el Señor. Eso es teología básica. La Iglesia es el cuerpo místico de Jesús, pero a Cristo lo reencuentras en el hermano que sufre, en el que está en la cárcel, en la calle, en el más necesitado, en el inmigrante, en tu propio hermano de sangre con el cual no te hablas… Ahí está el Cristo verdadero, que impide una Iglesia autorreferencial. Uno no puede decir propiamente que es cristiano si no acoge al que llama a su puerta.

 

 

 

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