La necesaria ilustración

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[Dos alumnos en un aula vacía de la escuela de la parroquia de San Francisco Javier, en Benfica (Mozambique). Fotografía: Javier Fariñas Martín]

 

África posee innumerables recursos naturales: sol permanente, agua, tierras fértiles, fauna, flora… Cuenta con el 97 % de reservas mundiales de cobre; 80 % de coltán; 60 % de diamantes; 57 % de oro; 50 % de cobalto; 49 % de platino; 41 % de vanadio; 32 % de manganeso; 23 % de uranio y fosfatos; 20 % de hierro y cobre; 14 % de las reservas mundiales de petróleo… Posee, por otra parte, enormes recursos hídricos y está bañada por grandes y caudalosos ríos (Congo, Limpopo, Níger, Nilo, Orange, Senegal, Volta, Zambeze…) y alberga tierras fértiles, bosques frondosos e infinitas sabanas que constituyen parte de la reserva ecológica del planeta. Y, sobre todo, África es un continente con una población joven y dinámica. La media de edad del continente africano es de 20 años y la juventud representa más de la mitad de su población.

Pero, a pesar de tanta riqueza humana y natural, y de algunos tímidos avances, África, y muy singularmente la zona subsahariana, es la región más pobre y con menor desarrollo del planeta: aporta solo el 1 % al PIB mundial, cuando demográficamente supone más del 15 % de todo el planeta. Muchos habitantes del continente malviven con menos de un dólar diario, y más de 140 millones son, a día de hoy, analfabetos. La situación alimentaria sigue siendo dramática: el 26 % de la población padece necesidades alimentarias. La realidad sanitaria puede calificarse de gran emergencia: el 70 % de muertes por sida y el 90 % de las debidas al paludismo se dan en este continente. Y más de dos millones de niños mueren cada año antes de llegar a la edad de un año…

Llamativa paradoja: abundancia de recursos asociada a dramáticas situaciones de emergencia social y sanitaria. África, continente rico pero pobre; o, mejor dicho, rico pero empobrecido.
Mucho se ha dicho y escrito sobre esta cuestión en los últimos 50 años. Para algunos, esta paradoja se debe a la herencia colonial y sus tentáculos neocolonialistas: las potencias occidentales y sus colaboradores locales se aprovechan egoístamente del continente africano, convirtiéndolo en una especie de despensa y, al mismo tiempo, entorpeciendo toda independencia y desarrollo socioeconómico. Para otros, el rápido crecimiento demográfico que vive el continente es un lastre para su despegue: África ha pasado de tener 450 millones de habitantes en 1960, a superar los 1.000 millones en la actualidad.

Pero, en el fondo, lo que realmente lastra al continente africano es el analfabetismo, tanto de los que realmente no saben ni leer ni escribir, como el de los dirigentes africanos que son, en su mayoría, ineptos. Porque, en ambos casos, se está expuesto a toda clase de manipulación y sometimiento.

Solo una buena formación de los africanos resolverá esta paradoja. No hay mejor método de control demográfico que el conocimiento y el saber, ni mejor forma de sacudirse el neocolonialismo que la ilustración. De ahí que esta, o una verdadera formación –en todas sus formas– que haga de los africanos auténticos protagonistas de su historia, siga siendo un asunto pendiente.

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