Publicado por Javier Fariñas Martín en |
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Las crisis son el hábitat natural de los empobrecidos, del mismo modo que las oportunidades (económicas o financieras) se convierten en la pecera en la que nadan con mayor placidez los enriquecidos. Siempre ha sido así.
Después de las épocas del engorde, muchas materias primas están viendo mermado su valor. Por la ley de la oferta y la demanda. Por intereses diversos. O por bolsas como la de Chicago, que especula con el hambre de los que lo sufren. Uno de esos valores en caída libre es el cacao, cuyo descendente precio puede trastocar todos los avances que se habían logrado en Ghana y Costa de Marfil para erradicar el trabajo infantil. Como el cacao vale menos, hay que trabajar más para obtener una mayor producción. Por eso los padres llevan a sus hijos a la faena.
Hace un tiempo, Chema Caballero publicó un reportaje sobre los niños soldado en Sierra Leona. Uno de ellos, Osman, se interrogaba por lo que hacíamos los blancos con los diamantes, a lo que el autor respondió aludiendo al anuncio que lapidaba con una hortera declaración de amor que decía que “un diamante es para siempre”. Osman volvió a preguntar “¿Y para que un blanco le diga a una blanca que la quiere, tenemos que matarnos nosotros?”. Eso me pasa a mí con el cacao. ¿Para que nosotros lo consumamos a buen precio, un niño tiene que salir a trabajar?
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