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Por P. Juan Núñez
He aquí un libro con muchos rasgos originales, tanto por el contenido, que será novedoso para la mayoría de los potenciales lectores, como por el enfoque que el autor le da. El título mismo nos introduce en esas novedades. Olmeda de las Fuentes es un pequeño pueblo de la provincia de Madrid, no lejos de Alcalá de Henares, donde nació un jesuita llamado Pedro Páez que desarrolló su actividad misionera en Etiopía a comienzos del siglo XVII ¿Por qué al autor se le ocurrió añadir «del Nilo» al nombre del pueblo?
La respuesta es tan clara como pertinente: porque Pedro Páez fue el «descubridor» de las fuentes del Nilo. Esta es una afirmación de gran calibre que puede sorprender y que necesita una explicación. ¿Cómo es que ni siquiera hemos oído hasta ahora el nombre de Pedro Páez siendo acreedor de un título semejante? Pero, además, ¿no fueron Speke y Grant los que llevan ese blasón en lo que se refiere a las fuentes del Nilo Blanco? Y si de las fuentes del Nilo Azul se trata, ¿no se adjudica ese título al explorador escocés James Bruce? En efecto, así se estudia en muchos textos de historia, incluidos los de Etiopía cuando, en realidad, es falso. Un estudio más detallado de la historia nos depara sorpresas. En 1618, 152 años antes de que Bruce llegara a las fuentes del Nilo Azul y se proclamara grotescamente su «descubridor», Pedro Páez estuvo allí, y las describe con detalle en su libro Historia de Etiopía. Bruce lo sabía muy bien, así que fue a golpe seguro.
También Páez fue a golpe seguro, pues las menciona ya mucho antes de estar en ellas. Solo le faltaba la ocasión para llegar al lugar. Estaba informado por los mismos etíopes, que consideraban aquel lugar como sagrado. Fue el emperador Susinios quien, en una de sus expediciones, lo llevó hasta ellas. Por eso, Páez nunca dice que las «descubrió», sino que las «vio». En todo caso, él fue el primer europeo que las describió para Europa.
Por lo que se refiere a España, que no en el mundo anglosajón, las andanzas y escritos de Páez cayeron pronto en un olvido casi total. Y en esto tienen su responsabilidad sus compañeros jesuitas de la aventura etíope, que se opusieron a la edición de su obra. Fueron acontecimientos más bien fortuitos los que trajeron a Páez a la galería de los personajes ilustres, de los cuales yo mismo me considero parte activa. Descubrí su figura buceando en los 15 volúmenes de Camillo Beccari (que recopilan los escritos de los jesuitas de Etiopía en los siglos XVI y XVII), mientras me preparaba para enseñar Historia de la Iglesia Etíope en el seminario de Adís Abeba. El personaje me cautivó de inmediato. Publiqué un artículo en 1988 en MUNDO NEGRO, artículo que fue posteriormente recogido en mi libro Etiopía, hombres, lugares y mitos, hoy titulado Etiopía entre la historia y la leyenda. Fue también fortuito que el conocido escritor Javier Reverte leyera ese libro, se encariñase con el personaje y le dedicara toda una obra: Dios el diablo y la aventura. La bola de la notoriedad para Páez comenzó entonces a rodar más veloz.
El pueblo de Olmeda de las Fuentes, donde Páez vio la luz, no era menos ignorante que el resto del público de que tan ilustre personaje hubiera nacido en su pequeña aldea. Pero acogieron el hecho con entusiasmo y sano orgullo. Si hoy vamos a Olmeda nos encontramos con una plaza y un monumento dedicados al jesuita. Entre la serie de libros que en poco tiempo se han escrito sobre él, tiene un puesto muy significativo este de Miguel Ángel Alonso. No es ocioso decir que fue durante 12 años alcalde de Olmeda, lo que da al libro un color distinto. El autor no se cansa de repetir que no quiso escribir una obra académica sobre Páez, con notas a pie de página y demás requisitos de un tratado científico. Le quiso dar un sabor local, ensamblando la historia del pueblo de Olmeda con la de su ilustre hijo.
Con esto no se quiere decir que el libro sea algo «para andar por casa». Ni mucho menos. El libro es fácil de leer, no porque diga cosas anodinas, sino por su lenguaje claro y lineal. Y todo con rigor histórico, incorporando las novedades de los últimos estudios sobre Páez.
No pretende tocar todos los aspectos de lo que fue la complejísima y polémica aventura jesuítica en Etiopía o las razones de su éxito y su fracaso, que podrían interesar solo a especialistas. Los cinco capítulos de que consta el libro son cuadros que pueden ser de interés para un amplio público. El primero es una descripción del pueblo de Olmeda de las Fuentes desde los tiempos del nacimiento de Páez hasta el presente. El segundo es la azarosa vida del jesuita hasta su muerte en 1622. El tercero trata del libro escrito por Páez, Historia de Etiopía, así como las razones por las que no se publicara hasta mediados del siglo XX. El cuarto versa sobre las circunstancias de la visita de Páez a las fuentes del Nilo Azul, así como los diversos intentos de usurparle el honor de ser el primer europeo que las describió. El quinto capítulo, «Recordando y homenajeando», es el resumen de los actos conmemorativos para celebrar o dar a conocer la figura de Pedro Páez.
El lector se sentirá llevado de la mano del autor a conocer mejor una figura que no solo es propiedad de Olmeda, sino de España, de la Iglesia y de la humanidad.
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