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Por Ángela Rodríguez Perea / Dakar (Senegal)
[Fotografía superior: Elise Duval]
La gente tiene una imagen algo seca de los economistas, creen que vivimos entre cifras y estadísticas, nos relacionan con una economía neoliberal clásica y deshumanizada. Pero la economía es solo una disciplina, como la sociología, las matemáticas o la filosofía. No somos lo que estudiamos; somos quienes somos y después, más tarde, estudiamos y adquirimos una competencia en esa disciplina. Por eso suelo decir que no soy economista, sino que enseño economía. Opté por estudiar algo útil. Escuchaba siempre aquello de que África estaba retrasada, que tenía problemas económicos, y quería estudiar algo que sirviera a mi continente. Pero desde muy joven he tenido sensibilidad literaria y artística. Elegí el área científica motivado por una visión realista: me permitía reflexionar científica y matemáticamente y, a la vez, seguir construyendo mi cultura filosófica y mi gusto literario leyendo aquello que iba cayendo en mis manos.
Exactamente. Empecé escribiendo dos novelas filosóficas, Dahij y Meditaciones africanas. Lo hice porque sentía que vivimos en un mundo donde gusta clasificar a la gente, y no quería ser visto como el economista que hace un poco de literatura o el escritor que habla un poco de economía. En cada área tenía cosas legítimas que decir, y pienso que Afrotopia es el primer texto en el que intento abarcar todo eso, donde intento articular una reflexión sobre la cultura, la economía, la historia, sobre la sociedad en general, tomando en cuenta dimensiones cuantitativas y materiales, pero también inmateriales y simbólicas.
Pensamos las ciencias sociales y humanas basándonos en el modelo de las ciencias físicas. Hemos recortado la realidad en porciones ínfimas y nos especializamos en ellas. Es un modelo que ha funcionado durante un tiempo. Al especializarnos hemos conseguido profundizar en el saber, pero lo que hemos ganado en información lo hemos perdido en inteligencia, porque nos cuesta volver a coser esos pedazos en un todo, articular las diferentes dimensiones de esa realidad.
Al pensar las sociedades, lo que falta hoy en día es precisamente una mirada que abarque el conjunto, una perspectiva plural. Yo creo de verdad que la antropología y la historia pueden funcionar juntas, igual que la economía, la sociología y la antropología pueden conformar una disciplina que nos ayude a comprender un hecho social, por ejemplo.
Yo mismo estoy involucrado en un proyecto de investigación centrado en cómo repensar las humanidades: qué son, cuáles son los saberes, qué entra dentro de un saber, qué hacemos con las epistemologías del Sur o las no occidentales y sus enfoques de la realidad, qué hacemos con otras formas de sensibilidad, con las formas de producción de pensamiento no discursivo o artísticas, que en mi opinión también son formas de conocimiento, y cómo se las integra en un corpus que sirva para esclarecer el mundo y producir algo inteligible. Creo que ha llegado el momento de repensar la manera en que se han conformado las disciplinas, pues hoy estamos pagando los límites que conlleva la hiperespecialización.
Enseño en el Departamento de Economía, que tuve la suerte de dirigir durante algunos años, y también monté un laboratorio cuyos enfoques de investigación son las problemáticas relacionadas con la economía, poniendo por delante por supuesto economía política, política monetaria, presupuestaria y de convergencia, y en general las políticas económicas en África occidental. Las tesis de los estudiantes tratan de este tipo de temas. También hay doctorandos que trabajan en cuestiones de economía agrícola, pues nuestra intención es explotar las ventajas de Senegal. Últimamente estoy centrado en cuestiones de filosofía económica. Para empezar, en el campo de la probabilidad, es decir, saber qué funciona en nuestro país, tener un concepto más amplio sobre la pobreza… Y además, llevo otro laboratorio que he fundado junto con antropólogos, historiadores o politólogos, que analiza las dinámicas de las sociedades africanas y de las diásporas. Se trata de un laboratorio multidisciplinar muy interesante porque todas las áreas de las ciencias sociales están presentes, con líneas de investigación sobre religión, política o políticas públicas.
Durante dos años trabajé en el comité científico del Ministerio de Economía y Finanzas, un comité que hacía investigación y prospección. Y durante dos años he trabajado con el Estado para saber cuáles eran las cuestiones que debíamos considerar desde un punto de vista económico. Depués, cuando se puso en marcha el plan Senegal Émergence, formé parte del equipo de personas que leyeron el plan y realizaron las críticas. Pero eso es todo.
Aquí no existe una cultura de llamar a los académicos para que aporten su opinión acerca de proyectos concretos. Al contrario, la Administración recurre a gabinetes extranjeros. Se me suele pedir mi opinión sobre ciertos temas económicos en el país, pero solo los periodistas, para los periódicos o en la televisión cuando hay debates.
Sí, es lo que creo, pero entiendo que son ellos quienes deben dar el primer paso. Por mi parte, intento mantener cierta distancia con lo político. Yo quiero poder ser libre y mantener mi capacidad crítica. En cualquier caso, no soy yo quien se acerca a ellos, yo me ocupo de temas de mi competencia. Lo que me interesa ante todo es la mirada objetiva, sin autocomplacencia. Lo político y lo intelectual no siempre tienen una relación sencilla en ese sentido.
Exactamente. Los planes de ajuste que sufren los griegos son los mismos planes de ajuste que sufrimos nosotros entre los 80 y los 90. Creo que se podría haber aprendido mucho de esas experiencias, estoy completamente de acuerdo. Es consecuencia de una disposición psicológica o mental que habrá que ir cambiando.
Hay varios objetivos. El primero es decir que los intelectuales de África y de la diáspora debemos retomar la iniciativa teórica cuando se trata del continente africano y sus problemáticas, y dejar de inscribirnos sin más en los marcos conceptuales que se producen fuera. Tenemos que pensar nuestras dinámicas sociales e inscribirlas en el mundo, pues no somos un continente que está fuera del mundo. Otra de las cosas es el tema de descolonizar el conocimiento, hacer justicia a experiencias y dinámicas cognitivas que provienen de otros espacios culturales y geográficos como son África, América Latina o del mundo asiático. Creo que ha sido una oportunidad para repensar los contextos, las categorías, pero en un sentido mucho más amplio. Seguiremos trabajando en ello en los Ateliers de noviembre.
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