«Los poderosos no colaboran en la construcción de la democracia»

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Stephen Smith, antropólogo
Antropólogo y experto en África subsahariana, Stephen Smith (Connecticut, 1956) acaba de publicar La huida hacia Europa, una profunda reflexión sobre dos continentes, el europeo y el africano, que están obligados a entenderse.

Fotografía: José Luis Silván Sen / MN

El afroptimismo es un atentado contra la información. No es ni una opción ni un derecho. No se puede, según a uno le venga en gana, por sentimentalismo o sensacionalismo, “positivizar” o “ennegrecer” las noticias del continente». Esta era una de las ideas con las que Stephen Smith arrancaba, en 2003, una de sus obras más conocidas, ­Negrología. Por qué África muere. Ahora, 16 años después de aquello, vuelve a provocar la reflexión en torno al vecino del Sur y su relación con el Viejo Continente. La huida hacia Europa es el título de su último trabajo, en el que propone ideas en torno al fenómeno migratorio y sus consecuencias a ambos lados del Mediterráneo.

La huida hacia Europa arranca con una reflexión susceptible de debate: «La migración masiva de africanos a Europa no figura entre los intereses de la joven África ni entre los del Viejo Continente». Frente al tópico, cada vez más asentado en la sociedad europea, de que en el escenario migratorio actual unos ganan –los migrantes–, porque otros pierden –los europeos–, Smith reconoce que en esta relación solo hay perdedores. En el lado africano, la merma es muy evidente, porque frente a la imagen de que son los más desesperados los que huyen, «no son los más pobres los que migran, sino que es la clase media emergente la que lo hace. El hecho de perder sus elementos más dinámicos, o a aquellos que están mejor educados, es una gran pérdida para África», apostilla el autor.

Para ampliar esta idea se detiene, en primer lugar, en el flujo económico que revierte en el continente. Según el PNUD, las remesas de los africanos migrantes supusieron, en 2017, el 4,52 % del PIB continental. «Hay quien dice que, gracias a las remesas, África gana con las migraciones, pero eso no es cierto, porque no se trata de inversiones. Es un dinero que se envía a las familias, y que se trata, casi, de un regalo, de un obsequio, que no redunda en el desarrollo. Incluso, el hecho de que llegue ese dinero es un problema para los hogares que lo reciben, ya que provoca celos» entre los vecinos que no tienen a ningún familiar en el extranjero. Las remesas no benefician la economía del país receptor y, además, condicionan el día a día de aquellos que se han marchado: «El migrante africano en Europa envía la mitad de su salario a África, por lo que no tiene recursos para integrarse o para permitir que sus hijos viajen, para que practiquen deporte, para comprar un coche… Todo eso es muy negativo para África».

 

Un migrante subsahariano participa en una manifestación contra el racismo celebrada en Turín el pasado 22 de marzo. Fotografía: Getty

 

Una democracia débil

Sin embargo, la principal rémora para el continente africano tiene que ver con un efecto invisible a los ojos del mundo occidental: la pérdida del capital humano. Algo fundamental para el presente, pero también para el futuro. «Para construir la democracia es necesaria la existencia de una clase media. Los pobres no tienen tiempo ni oportunidades de dedicarse a la política, y los más ricos y poderosos no van a colaborar en la construcción de la democracia», añade Smith, quien cierra la reflexión con contundencia: con la migración, «África pierde».

Con derrotados –los africanos–, y con sociedades recelosas ante la llegada del diferente –los europeos–, Stephen Smith es consciente de que el futuro más o menos inmediato nos aboca a un futuro común. «La única certeza es que se prepara un “encuentro migratorio” a gran escala entre África y Europa –escribe en La huida hacia Europa–. (…) este encuentro supondrá una apuesta por la diversidad (…). El término es motivo de divisiones: a los adversarios de la diversidad a menudo se les tacha de xenófobos, incluso de racistas; de sus partidarios a menudo se sospecha que desean debilitar la identidad nacional».

Preguntamos sobre esta cuestión.

–¿A quién preocupa más una migración masiva: a la clase dirigente o a la ciudadanía europea?

–Creo que a la sociedad, con excepción de aquellos que quieren hablar sobre esto. Lo que es cierto es que hay dificultades para generar un debate abierto sobre la migración. Te reprochan traer agua o poner agua en el molino de la derecha populista en Europa pero, sinceramente, creo que es lo contrario. En la Unión Europea no hemos tenido un debate sobre migraciones, ya que este tema no se incluyó en su plan estratégico cuando ya era un desafío y una necesidad.

Y añade que «Europa sigue sin acordar una política migratoria común. Por ejemplo, tenemos a Orban y Macron, o Alemania… No hay mucho espacio para el compromiso. Desde Francia, desde España, desde Alemania estamos constantemente expulsando a inmigrantes que llegan a Italia».

 

Un puesto de comida en un festival musical celebrado en Nigeria. Fotografía: Getty

 

Lentitud y ceguera

Esta realidad es reflejo de dos cuestiones latentes en el continente europeo. Una de ellas tiene que ver con la miopía ante la realidad –«África contaba con 300 millones de habitantes en el tiempo de las independencias, pero ahora son 1.300 millones de personas. Desde Europa no se ha reaccionado a un crecimiento demográfico tan grande, el mayor en la historia de la Humanidad»–. La otra, con los reparos, o rechazos, que tienen que ver con la inmigración, especialmente la subsahariana: «No hay que decir que la inmigración es un problema, sino que es un desafío, un reto. Pero no es algo que deba conducirnos al pánico», a pesar de las cifras de migrantes actuales, y las que han de venir.

En este contexto, Stephen Smith no olvida que Europa tiene la obligación de establecer sus políticas migratorias en diálogo con sus contrapartes africanas. «Creo que se va a dar ese diálogo. Sí, se van a sentar a la misma mesa, pero eso no será suficiente. La presión que Europa ejerce sobre África es cada vez mayor. Europa está preparada para pagar a África con el objetivo de que sean los Gobiernos africanos los que detengan a su propia población. Lo hacen en Libia, con los señores de la guerra, y también lo hacen con varios Gobiernos: Sudán, Nigeria, Marruecos… Lo hacen por todas partes», reconoce, a la vez que se niega a reconocer que el fracaso del marco migratorio actual corresponda en exclusiva a Europa. También en África encuentra motivos para la crítica: «Tenemos interlocutores que no han pensado nunca en políticas públicas, en políticas familiares. Pero también tenemos otros interlocutores que solo se interesan por el dinero que puede llegar a los países para ocuparse de este asunto. Eso es muy peligroso, porque nos arriesgamos a que la ayuda oficial al desarrollo se convierta en una renta pagada a los Gobiernos africanos para detener a las personas ­migrantes».

Al final, y casi como un aviso para navegantes, Smith señala que habrá que terminar con «esa política de comprar a Estados para que hagan el trabajo de policía fronteriza» y establecer nuevas formas de relación, con «una Europa más cooperativa con África».

 

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, y el presidente francés, Emmanuel Macron. Fotografía: Getty

Explosión demográfica

Cuando Occidente se repartió África en la Conferencia de Berlín, año 1885, Europa –exceptuando Rusia– tenía 275 millones de habitantes. África, apenas 100 millones. En la actualidad, aunque la comparativa no sea precisa del todo, la Unión Europea cuenta, según su página web, con una población de 508 millones de personas. Mientras, la ciudadanía africana supera los 1.300 millones. Desde Berlín, Europa casi ha duplicado su población. En ese mismo período de tiempo, los africanos la han multiplicado por 13. En 2050, las diferencias habrán crecido todavía más. Así lo explica el autor de La huida hacia Europa a MUNDO NEGRO: «Dentro de 30 años serán 2.400 millones. Y de cada cinco africanos, tres tendrán menos de 15 años. Tres africanos menores de 15 años frente a un europeo que tendrá más o menos 50 años. Si miras a América Latina, son 600 millones de habitantes, mientras que en Estados Unidos llega a 330 millones. La proporción es de uno a dos, mientras que la relación Europa-África será de uno a cinco».

¿Cómo afectará eso a la composición social de ambos continentes? En la introducción de su último libro, Stephen Smith dice que «en poco más de 30 años, entre un quinto y un cuarto de la población europea sería de origen africano», siempre y cuando se cumplan las proyecciones de Naciones Unidas. Todo un titular que ha excitado la imaginación de aquellos poco tolerantes con la presencia migrante en territorio europeo.

A pesar de la provocación, Stephen Smith prefiere la reflexión, y parte para ello de dos premisas relacionadas con los individuos y las sociedades vinculadas a la realidad migratoria. En cuanto a los primeros, destaca que «la migración es una elección, no una obligación, y cada uno puede optar por ella o no, depende de la libertad de cada individuo. Y esa libertad debe incluir también la libertad de migrar o no». Sobre las segundas, advierte que el crecimiento demográfico, junto al asentamiento de una clase media cada vez más pujante en África, incrementará los flujos migratorios hacia el Norte. «Es cierto que África va a salir de la pobreza absoluta y se va a desarrollar. Eso significa que Europa tendrá una presión migratoria mayor. Por ejemplo, México hoy ya no envía migrantes hacia Estados Unidos, contrariamente a lo que dice Trump. Cuando África alcance una gran prosperidad, la gente emigrará como nosotros podemos hacerlo a Alemania, por ejemplo, pero ya no existirá esa necesidad que tiene la gente para salir de su casa. Pero primero hay que abandonar la situación actual».

A partir de ese escenario posible, ponemos encima de la mesa el envejecimiento de la población europea, el estancamiento demográfico en el Viejo Continente, los flujos migratorios que no se detienen…

 

Un supermercado de Bangui (RCA). Fotografía: Getty

 


 

¿Un fracaso social?

Stephen Smith fue corresponsal en África occidental para Radio France International y Reuters, y dirigió la sección «África» de Libération y Le Monde. Conoce la realidad de la que habla, así como los resortes de la comunicación. Por eso, a través de sus obras se intuye cierto gusto por la sana provocación, aquella que suscita la reflexión en aquel que le lee.

En La huida hacia Europa, además del fenómeno migratorio, aborda las repercusiones de la insultante juventud del continente africano. Ante esta realidad, señala que el cinco por ciento de los africanos de más de 60 años no son suficientes para la transmisión de los valores tradicionales de las sociedades africanas. «La reproducción moral de África ha dejado de funcionar», afirma en sus páginas. Le preguntamos por ello y reconoce la intencionalidad en sus palabras: «Lo dije así a propósito. Siempre se habla del África tradicional, de los viejos sabios, y nadie se da cuenta de que cuando estás en la calle, estás rodeado de personas menores de 18 años. Las tradiciones se van perdiendo». En este escenario, continúa, «también tenía la intención de que la gente se asombrase al decir que la eterna África tradicional no se reproduce en sus modelos, sino que hay una auténtica ruptura».

La falta de valores, la imposibilidad de tomar decisiones –casi la mitad de los africanos no han alcanzado la mayoría de edad, por lo que no pueden participar en la elección de sus dirigentes– y la ausencia de perspectivas económicas y sociales pueden convertirse en una bomba de relojería sobre la que advierte Smith: «En los próximos 45 o 50 años África será tan joven que habrá que tener cuidado de que los jóvenes no se conviertan en adultos fracasados. En Europa los 18 años es una buena edad para votar, pero en África puede que haya que rebajar la edad para poder participar en las elecciones hasta los 15 años. Hay que integrarlos en la ciudadanía, y no dejarlos bajo la influencia de grupos armados, rebeldes, traficantes… ».
–¿Cómo influirá esto a la presencia de africanos en Europa?

–Cuando quieres investigar sobre el futuro, hay que partir de lo conocido. Arranco en la migración a Europa, observo las tendencias en África, quién quiere salir, miro también ejemplos recientes, como la migración mexicana a Estados Unidos y, entonces, hago hipótesis. Si los africanos emigraran como los mexicanos lo hicieron entre 1975 y 1994, dentro de 30 años habría en Europa 150 millones de migrantes subsaharianos.

Todo en condicional. Smith traza modelos sustentados en los datos con los que contamos hoy, que combina con patrones ya experimentados en otros escenarios geográficos. Por eso, al final, aporta certezas y dudas a partes iguales: «Creo que dentro de 30 años habrá una gran presión migratoria en Europa. ¿Con qué cifra exacta? Nadie lo puede ­saber».

 

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