Publicado por Carla Fibla García-Sala en |
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Es una polifonía, una historia vista desde diferentes ángulos. Cuando empecé el libro solo existía la versión de Marie, la madre de Moïse, quien contaba en primera persona su vida y en la que ya aparecían todos los personajes. Cuando acabé de escribirla supe que algo no funcionaba. Viví dos años en Mayotte, entre 2008 y 2010, y acabé la historia de Marie en 2015, tras regresar a Mayotte para verificar algunas cosas. Es una historia tan compleja y singular que cada personaje necesita su propia voz. Es como si nos estuviesen hablando a los lectores, como en el teatro antiguo, una tragedia griega.
Sea en primera o tercera persona, un narrador omnisciente, el escritor anhela que el lector crea en su historia. Para Trópico de la violencia (De Conatus, Madrid 2019) trabajé mucho sobre el lenguaje de cada uno, cómo se expresarían, moverían y reaccionarían. En el segundo viaje hablé con muchos jóvenes, sin cuaderno ni bolígrafo, no recopilaba información, sino que les decía que estaba escribiendo un libro. Les hacía preguntas, observaba cómo vivían, escuchaba las historias de los bomberos y las enfermeras, y así fui comprendiendo la complejidad de esa isla.
Fue una de las primeras cosas que percibí al llegar a Mayotte en 2008: el número de niños que había en la calle. Al principio, creía que era algo positivo, una isla de los niños, parecían contentos, jugaban… Pero alguien me dijo que me equivocaba completamente. La mitad de ellos no tienen padres porque han sido detenidos y repatriados. Cuando son pequeños siempre tienen a alguien, no ocupan mucho espacio, son muy monos…, pero cuando llegan a la adolescencia no hay nada para ellos. Poco después empecé a ver a jóvenes durmiendo en la calle que buscaban la forma de ganar dinero. Un contraste por tratarse de un territorio francés con tantos niños desnortados, una isla laboratorio para todo lo que nos interesa en la actualidad, sobre la cuestión migratoria, identitaria, medioambiental, religiosa… Esa isla es un laboratorio y eso me interpeló y obsesionó.
Algunos llegan en familia, otros nacen poco después de llegar sus madres en avanzado estado de gestación. Mayotte tiene la tasa de natalidad más alta de nacimientos al día de Europa porque existía el derecho a la nacionalidad por nacer en tierra francesa, aunque esto se modificó el año pasado. Cuando los padres son detenidos por la policía no dicen que tienen hijos. Y cuando son devueltos, los niños se quedan porque los padres prefieren que tengan un lugar, y se quedan con un primo, un tío o un amigo. Pero durante la adolescencia, esos niños empiezan a hacerse preguntas, a gestionar mal su situación, que les hayan abandonado. También están los niños que hacen el trayecto solos, a los que no se puede devolver; y los jóvenes que han nacido en Mayotte y durante la adolescencia sufren una ruptura familiar, como podría ocurrir en cualquier lugar.
Todas mis historias nacen de una obsesión por comprender, no las razones exactas, sino lo cotidiano, el sentimiento, el corazón. Quería contar la historia de un joven que tiene una vida estable y que, de pronto, ve cómo esa forma de vida se detiene. Me obsesiona ese cambio repentino que le hace enfrentarse a su color de piel, su identidad, su infancia, a las mentiras de su niñez, y, al mismo tiempo, mantiene todo el amor que le dio su madre. Ser fuerte y débil por ese amor recibido. Esa fue mi gran pregunta.
No quiero opinar sobre la situación española, pero es como se percibe la llegada de extranjeros, y además los jóvenes dan miedo. Los que llegan son los más fuertes, tanto física como mentalmente, existe ese miedo a su vitalidad. En Mayotte, el Frente Nacional, de extrema derecha, es el primer partido de la isla. Hay una repercusión enorme, reacciones xenófobas, violentas, pero creo que es porque las cosas van muy rápido.
Sí, pero es que ellos también van muy rápido. El mundo va tan rápido que hay mucha incomprensión.
Moïse es un chico criado por Marie, una enfermera blanca que vi vió tiempo en la ciudad. Su madre biológica le ha abandonado al nacer por tener un ojo verde y otro negro, lo que se considera maléfico. Es un niño que podría traer mala suerte, y es abandonado en los brazos de Marie, no en la calle, sino en sus brazos. Ella le adopta y cría como si fuera su hijo, como si fuera un niño blanco. Va a la escuela, ve dibujos, come cereales, escucha música europea. Con 14 años muere su madre y se topa con Bruce, que nació en Mayotte, tuvo una infancia tierna y está muy unido a su tierra. Conoce las tradiciones, pero ha roto con su familia, fue humillado en la escuela porque no conjugaba correctamente el francés. Cuando se encuentran, son el verso y el reverso de un mismo espejo. Tienen la misma edad, se parecen porque son del mismo origen, pero Moïse envidia de Bruce su capacidad de ser fuerte, de creer en sus raíces, confiar en su identidad, dominar, hacer la ley… Tiene celos y miedo al mismo tiempo. Y Bruce, que envidia la vida segura de Moïse, piensa: «No ha tenido nunca problemas», habla bien francés, es tan inocente que comparte lo que come con su perro. Es una relación de atracción y rechazo que se extiende por todo el texto.
Ambos. Son los sitios en los que he estado, los que he observado de lejos. Soy muy sensible a lo que me rodea. En Mayotte, la geografía impone un comportamiento a la persona que considero esencial en el relato.
Soy de origen indio de forma lejana, sé que tengo un parecido físico… Cuando estaba en Mayotte me confundían con una malgache, mauriciana, o de isla Reunión. Todos somos criollos, habitantes de las islas. Era invisible, en el buen sentido de la palabra, no como en Europa, donde a veces soy invisible en el mal sentido. En Mayotte la gente se parecía a mí, y cuando trabajé con los bomberos en el barrio Gaza, mi color de piel me ayudó mucho. En cambio, cuando se publicó el libro, fue diferente. Este libro es amado o detestado. No deja indiferente, lo que es bueno. Me reprochan ser mauriciana y haber escrito así sobre nosotros, es duro y difícil.
Es como la arena en movimiento, lo que más cambia. No creo que nuestra identidad esté escrita en el mármol, el tiempo pasa también por ella. Queremos, dejamos de querer, tenemos hijos, relaciones diferentes con nuestros padres, dejamos un país, ocupamos un lugar… Todo eso hace que se transforme nuestra identidad.
Esta historia es particular, no universal. Contamos con referencias religiosas, de nuestro país, de nuestro tiempo pero es como una matrioska: está la gran historia, la familiar, la íntima, la de la aldea, la que alguien os contó en secreto un día cuando tenías 13 años y que te condiciona completamente… Las identidades con las que nos identificamos son estáticas, fijas, lingüísticas, culturales, pero cuando aceptemos que el cambio es con lo que podemos contar, nuestra identidad será magnífica.
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