Medicina

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«Portugal es un país de Europa que limita al norte y al este con España y al oeste y al sur con el océano Atlántico. Su capital es Lisboa. Sus principales ríos son…». Matilde los enumera, uno por uno. Luego continúa con la lista de otros accidentes geográficos de la antigua metrópolis. Pero en su recitación no hay ni una sola mención a su país, Santo Tomé y Príncipe. Al preguntarle por ese detalle responde que nunca le hablaron de él en la escuela.

Ella está muy orgullosa de su educación. Fue su padre quien se empeñó en que estudiase, al igual que hacían sus hermanos. Presume de que todavía recuerda muchas de las lecciones que las monjas le hicieron memorizar.

Pero por lo que es famosa Matilde es por su conocimiento de las hierbas y plantas. Un saber que le transmitieron su abuela y su madre. Ahora ella intenta pasarlo a sus nietas y biznietas. Nadie conoce la edad real que tiene. Pero se le calculan unos 70 años. Pequeña, muy delgada y luciendo trenzas gruesas y blancas recién plantadas en su cabeza, se sienta al sol junto a un hornillo donde prepara sus medicinas. Ese saber le ha granjeado prestigio y respeto en su comunidad. Hasta su casa acuden vecinos y gente llegada de lejos para pedirle consejo y requerir su pericia. Ella atiende a todo el mundo delante de la puerta de la pequeña casa de cemento y techo de zinc que se ha construido junto a la de madera que fue el hogar familiar. Mucho más grande, ahora acomoda a algunas nietas y sus descendencias. Son ellas las que se ocupan de su cuidado y la peinan tan elegantemente, como le gusta presumir.

Sus estudios le permitieron ser partera. Asistía a los médicos y enfermeros de la colonia que atendían a las parturientas. Por eso sabe que muchas enfermedades tienen que ser tratadas en el puesto de salud. Ella misma envía allí a algunos de los que vienen a consultarla. Sin embargo, hay muchas otras dolencias para las que la medicina de los blancos no funciona o necesita de alguna ayuda. Es ahí donde entran en juego sus conocimientos tradicionales.

Sentada en un taburete bajo escucha al visitante. Le interroga sobre su vida. Intenta comprender qué le angustia, qué le preocupa. Qué acontecimiento le ha hecho perder la paz para que la enfermedad florezca. Entonces, saca sus hierbas, raíces y cortezas. Las machaca en un pequeño mortero o las cuece, según pida la receta. Luego da instrucciones precisas de cómo utilizar el preparado. No cobra por su saber. Solo acepta los regalos que los pacientes agradecidos le llevan.

A Matilde, el médico le diagnosticó diabetes y le recetó algunos medicamentos. Ella prefiere no tomarlos y recurrir a sus hierbas para tratarse. «Esto es cuestión de comer sano y conocer bien la medicina tradicional. Es ella la que me está curando», admite con una gran sonrisa mientras agrega algunas hojas al puchero. Perfecta simbiosis de saberes.



En la imagen superior, Matilde en su casa de Santo Amaro en Santo Tomé y Príncipe. Fotografía: Chema Caballero

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