Mokgalabje

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Hace tres décadas, en abril de 1994, los sudafricanos votaron por primera vez en libertad. Muchos de ellos, incluso, se estrenaron aquellos días en el ejercicio de elegir a sus gobernantes. Los titulares que recogieron aquel acontecimiento incidieron tanto en la victoria de Mandela como en el final definitivo del apartheid.

En segundo plano quedó un bosque que los árboles no dejaron ver. Millones de ciudadanos negros en interminables filas a las puertas de los centros de votación no supieron, hasta unos días antes, cómo se llamaban aquellas cajas transparentes que se llenaban de papeles; desconocían el significado de términos como escrutinio, mesa electoral, interventor o censo. Eran palabras y conceptos nuevos que se incorporaron al sepedi, al setswana, al sesotho o al tshivenda, por citar solo algunas de las lenguas del país austral. La democracia se incorporaba, a la vez, a la vida y al lenguaje de los sudafricanos.

Los observadores que iban a vigilar el desarrollo de los comicios organizaron sesiones de formación en las que ciudadanos de aquí y de allá simulaban ser presidentes o vocales de mesa, policías o votantes. Sin embargo, a la hora de la verdad, los electores –muchos de los cuales no sabían leer ni escribir– simplificaron el trámite con una palabra. Ellos, así lo decían, querían votar a Mokgalabje. Al anciano. A Mandela.

La democratización y la consecución de la libertad corrieron parejas al heroísmo de buena parte de los sudafricanos, pero también al empeño con el que aprendieron que el nuevo escenario reclamaba reglas diferentes a aquellas que les habían obligado a acatar.

Ahora, a las puertas de unas elecciones que se celebrarán el 29 de mayo, todo apunta a que el Congreso Nacional Africano (CNA) perderá una mayoría absoluta que ha ostentado desde entonces. La corrupción y la inoperancia han germinado de tal forma en el partido que hace imposible reconocer en los actuales dirigentes a los hijos de aquel CNA, por mucho que algunos caminaran de la mano de Mandela y del resto de líderes encarcelados o asesinados antes del 94. Y la ciudadanía está a punto de llamarles la atención. Es incomprensible que una sociedad descarte la memoria de sus mártires o la de millones de ciudadanos anónimos que tuvieron que aprender algo tan normalizado –ahora– como el hecho de votar. Todos, sin excepción, fueron necesarios, y el que se olvide de ello puede pagarlo caro… y pronto.


Fotografía: 123RF

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