Publicado por Javier Fariñas Martín en |
El 10 de julio de 1873 nació Edmund Dene Morel. A finales del siglo XIX su familia crecía en número, su madre enfermó y él trabajaba en una naviera de Liverpool que tenía el monopolio del comercio entre Bélgica y el Estado Independiente del Congo, aquel territorio encomendado a las sucias manos de Leopoldo II. No era Morel «el tipo de persona proclive a dejarse atrapar por una causa idealista. Sus ideas son perfectamente convencionales. Parece –y lo es– un hombre de negocios sensato y respetable de la cabeza a los pies». Las palabras entrecomilladas son de Adam Hochschild, que arranca su clarificador El fantasma del rey Leopoldo con un retrato de este hombre de su tiempo.
Morel era, en el buen sentido, un don nadie. Un empleado gris, metódico y cumplidor sin muchas más aspiraciones que hacer bien un trabajo que, de vez en cuando, incluía revisar en el puerto de Amberes la carga de los barcos que iban y venían del Congo. Las naves llegaban con caucho y marfil y regresaban a África repletas de soldados, armamento y munición, en lo que era un intercambio, cuando menos, peculiar.
Aquello no le cuadraba al empleado. Hochschild lo explica: «Al observar cómo fluyen esas riquezas a Europa sin que en compensación se envíe a África casi ningún bien, Morel constata que la única explicación posible de su origen es el trabajo esclavo».
Vio lo mismo que sus compañeros. Pero no calló. El hombre opaco, padre de familia y con una madre enferma decidió que aquello no debía silenciarse. «Las cosas que ha visto determinarán el curso de su vida y el de un extraordinario movimiento, el primer gran movimiento internacional del siglo XX en defensa de los derechos humanos. Raramente ha conseguido una persona […] colocar casi a solas un asunto en las primeras páginas de la prensa mundial durante más de una década». ¿La cita? Sí, del mismo, de Hochschild. El empeño de Morel empezó a resquebrajar la impoluta imagen que hasta el momento había logrado sembrar el monarca de los belgas, el falso filántropo de la Europa de las colonias.
¿Por qué hablar hoy de Edmund Dene Morel? La cuestión creo que no es esa, sino por qué no le citamos como modelo todos y cada uno de los días del año. Acostumbrados como estamos –prensa y ciudadanía– a ver, oír y (muchas veces) callar, debemos reconocer la valentía de quién prefirió no hacerlo, a pesar de las consecuencias que ello pudiera tener.
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