Parada

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La mañana está agradable. La brisa fresca seca el sudor. El dala-dala, la furgoneta empleada para el transporte de viajeros, bien tuneada para acomodar a más personas de las que pudiera pensarse, avanza a buen ritmo sobre la carretera asfaltada. De la radio salen temas de Diamond Platnumz a todo volumen. A pesar de ello, los pasajeros parecen dormitar. Solo un bebé sentado sobre el regazo de su madre y apretujado contra una ventanilla se deja llevar por el ritmo. 

El vehículo atraviesa poblaciones muy similares. Grupos de hombres sentados al amparo de un árbol o debajo de un sombrajo lo ven pasar. A las mujeres se las divisa acarreando cubos de agua o trabajando en los campos. En algunos cruces se ven construcciones sólidas y carteles publicitarios. Allí se concentran tiendas, bares y algo de mercado. Al aproximarse a uno de ellos, un viajero recuerda al chófer que ha llegado a su destino. La furgoneta se detiene, él desciende. El ayudante del conductor le asiste y baja de la parte trasera varios sacos. Algunos boda-boda esperan a ser contratados. Sus conductores tumbados, guardando un equilibrio que parece desafiar todas las leyes de la gravedad, o simplemente sentados sobre las motos, matan el tiempo. De repente, uno tiene suerte. El recién llegado le solicita. El elegido arranca la moto inmediatamente y se acerca. Carga los sacos y a su dueño y se introduce por una vereda rumbo a alguna de las aldeas alejadas de la carretera. Varios pasajeros han aprovechado el alto para comprar agua o naranjas a los vendedores que se han acercado hasta las ventanillas antes de que el transporte retome su camino.

La parada parece haber espabilado a los ocupantes del vehículo. Ahora intercambian algunas frases. A los pocos minutos, el conductor reduce la velocidad, ha divisado un control de policía. Al llegar a su altura, los agentes le ordenan que se orille. Él obedece. Uno de los guardias, con un móvil en una mano y un datáfono en la otra, le informa de que un poco antes ha realizado un adelantamiento peligroso. El chófer le rebate, el policía no se inmuta. Toca el teléfono, busca algo en él y le muestra una foto de su infracción. Ante la evidencia, el joven calla. Mira a su alrededor buscando ayuda de los pasajeros. Solo encuentra silencio y miradas esquivas. Se desabrocha el cinturón de seguridad y desciende. Dos policías le acompañan detrás de la furgoneta. Cuando regresa lo hace con una sonrisa amarga en los labios mientras menea la cabeza. Arranca el coche y reanuda lentamente el camino. Alguien comenta que ahora están todos contentos. El conductor se ha librado de pagar la multa y los policías se han metido algo en el bolsillo. Pero así, remarca, el país no cambiará nunca.

El vehículo continúa su ruta, la música suena fuerte, la silueta del Kilimanjaro se insinúa en el horizonte.

Imagen superior: Un boda-boda transportando un sofá y, en el arcén, un dala-dala, dos de los transportes populares más extendidos en el este de África. Fotografía: Tony Karumba/Getty

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