Un paritorio a las puertas de Yuba

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Por Javier Fariñas Martín

 

Cada día nacen en Lagos, la capital de Nigeria, 77 niños. En su homóloga congoleña, ­Kinshasa, más de 60. En El Cairo, los alumbramientos diarios superan los 40, diez más que en Luanda. Podríamos hablar también de Uagadugú, Nairobi, Jartum, ­Abiyán, ­Johannesburgo, Bamako…

Si la natalidad no se frena, los flujos migratorios no se contienen, o la realidad se obstina en desheredar a los herederos de la tierra, muchos de esos niños tendrán que migrar en busca de algo que no encuentran en casa. Así ocurre en Sudán del Sur, de donde han salido a causa de la guerra casi 900.000 almas en los últimos tres años. Sus destinos predilectos están siendo Uganda, Sudán, Kenia o RDC. Por unas causas o por otras, lugares donde el futuro también se presenta complicado. Han salido de Guatepeor para caer en Guatemala.

Mientras, estos días conocíamos otra vergüenza: la Comunidad de San Egidio en Italia ha acogido, ella sola, a más migrantes y refugiados que 15 naciones de la Unión Europea.

Entre los datos y las certezas, rubricamos que son los países empobrecidos aquellos que reciben más y mejor a aquellos que huyen del hambre, del miedo o, simplemente, de la muerte. Podrán nacer muchos. Podrán nacer y crecer empobrecidos. Pero siempre serán más solidarios y fraternos que aquellos que nos creemos en posesión de la verdad.

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