«¿Qué haría Europa sin África?»

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Jaume Portell Caño, periodista


¿Por qué no se quedan en África? (editorial Aledis) es el título del último libro de Portell Caño, pero es también una cuestión recurrente en los países de acogida mientras la Unión Europea cierra un Pacto de Migración y Asilo que dificultará aún más el acceso a las personas migrantes.


¿Qué opinión le merece el Pacto sobre Migración y Asilo anunciado por la Unión Europea?

El pacto busca resolver con más inversión en seguridad un problema de raíz económica. Apoyar una industrialización o cambiar las relaciones comerciales es una solución que requiere entre cinco y diez años, no es muy visible, al menos a corto plazo, y puede ser perjudicial al crearnos una posible competencia; una respuesta securitaria es inmediata, se ve enseguida, es mucho más sencilla de explicar y no nos genera competencia. No por ello tiene que ser más eficaz, tal y como estamos viendo en los últimos años. Lo único que hará es generar más mercado para los traficantes de personas y aumentar el número de muertes en el mar o el desierto. Europa está intentando cuadrar un círculo imposible, el de un flujo continuo de materias primas desde países empobrecidos, en los que pretendemos que viva una población joven y creciente. Todo ello con una diferencia de salarios que permite que alguien en un país del norte con un empleo normal o incluso precario gane cinco o seis veces más que un funcionario de un país africano. Mientras tanto, las instituciones internacionales con influencia occidental, FMI y Banco Mundial, recomiendan a los africanos que devalúen sus monedas, recorten los salarios de sus funcionarios y sigan vendiendo sus materias primas. Y luego no entendemos por qué esa gente que vive en países donde el trabajo no sirve para nada intenta venir.



Esa es la gran pregunta, ¿por qué no se quedan en África?

British Petroleum (BP) ha tenido un problema en el proyecto que debía desarrollar con el Gobierno de Senegal y ha salido del capital. El choque tuvo lugar porque el Gobierno de Dakar quería utilizar el crudo para que los senegaleses tuvieran electricidad mientras que BP pensaba destinarlo a otros mercados. Esta historia, muy reciente, muestra muy bien por qué no se quedan en África. A esto respondo que no se quedan porque no nos viene bien. Si países como Senegal, Gambia o muchos otros contaran con una industria propia, sería un problema para Europa porque nosotros tenemos industria, pero no materias primas. África es la otra cara de la moneda: tienen materias primas, pero no industria. Cuando uno repasa la historia, se da cuenta de que esta carencia no es casual ni una cuestión del destino, sino que es una política deliberada de las potencias coloniales y poscoloniales. Cuando se conceden préstamos a los países africanos siempre es a cambio de reforzar estas estructuras, y la consecuencia más visible son las migraciones.





¿Las nuevas formas de colonización son más peligrosas que las clásicas?

No me atrevería a decir que más peligrosas, porque es difícil imaginarse algo peor que el control militar y político por parte de una potencia extranjera, pero sí diría que son más sutiles, lo que hace que los mecanismos para liberarse de ese control sean más complicados. Hoy no hace falta instalar una dictadura prooccidental en los países africanos, los flujos de capital son suficientes para poner de rodillas a cualquier país. 

Jaume Portell, autor de «¿Por qué no se quedan en África?», durante la reciente entrega de los II Premios África Mundi. Fotografía: Francisco Sarrio Volpi



En su libro se centra en Gambia y Senegal, ¿por qué?

Son dos ejemplos intuitivos. El segundo utiliza una moneda que no es la suya, el franco CFA, que tiene una paridad fija con el euro, lo que le genera un déficit comercial permanente. Al tener una moneda fuerte, las exportaciones no son competitivas, a pesar de que los salarios de los trabajadores son bajísimos. Como tiene una moneda fuerte, comprar fuera es rentable, lo que destruye cualquier intento de industrialización. Un proceso de industrialización requiere acumulación de capital, cierta planificación del Estado y alguna forma de acompañamiento. Esto el franco CFA lo tiene atado, porque no puedes acumular capital si tienes un déficit comercial y debes pagar más dinero en servicio de la deuda. 



¿Qué pasa con Gambia?

Gambia no tiene el CFA y también funciona muy mal. Su moneda, el dalasi, cada vez está peor. Cuando Yahya Yammeh llegó al poder, ocho o diez dalasis equivalían a un dólar, y ahora está en torno a 68. Si tienes un déficit comercial y te endeudas en dólares, tienes que organizarte para conseguirlos, y la manera más rápida es exportando materias primas sin procesar. El economista Ndongo Samba Sylla me ponía el ejemplo de la invasión del actual Senegal por parte de Francia. Una conquista militar es fácil si tienes poderío: llegas, derrotas al ejército local y has ganado. Lo difícil empieza el día después. La misión del colonialismo era invadir a una gente que, de entrada, no te quería y hacer que trabajara para ti, y eso no se podía hacer estrictamente por medios militares, por lo que se hizo de una forma mucho más sutil. Se eliminaron la moneda local, el cauri, y los flujos comerciales entre los territorios. Quedaba el tercer ­paso: que la gente pagara impuestos en la nueva moneda. Como la población no la tenía, se los amenazaba con encarcelarlos por el impago de las tasas. ¿Cómo hacerse con los francos CFA? «Si usted cultiva cacahuetes, le voy a pagar en esta moneda, y con lo que gane, podrá pagar los impuestos». Esto me comentaba Samba Sylla sobre Senegal. Gambia, que no tiene dólares para pagar el servicio de la deuda, ¿qué puede hacer? Los acreedores le dicen: «Cultive cacahuetes, y con eso gana dólares y puede pagar la deuda». Cada hectárea de cacahuetes es una hectárea que no dedica a cultivar arroz, por lo que tiene que importarlo, y como no tienes dólares, los tiene que pedir… Si Gambia lograra la autosuficiencia alimentaria, dedicaría a otras cosas el ahorro en dólares.




¿Es una simplificación decir que nos interesa que África se mantenga en esta situación?

De cada 10 barriles de petróleo que consume España cada día, uno viene de Nigeria, donde viven más de 200 millones de personas. Si los nigerianos quisieran vivir como nosotros, se comerían todo su petróleo. ¿Qué haríamos? España consume 1,2 millones de barriles de petróleo todos los días del año. El 94 % de ese petróleo viene de fuera, por lo que necesitamos que haya países que tengan superávit de crudo. El día que esos países no tengan superávit España tendrá un problema, Europa tendrá un problema. Podemos aplicar los mismos parámetros al cacao, el cobre, los cacahuetes, el pescado… Europa tiene mucha necesidad de consumo, pero poco acceso a ciertas materias primas, y por eso necesitamos que en el otro lado haya poco consumo y sobren materias primas. Si eso cambiara, para Europa sería terrible. Muchas veces nos preguntamos qué haría África sin Europa, pero ¿por qué no giramos la pregunta? ¿Qué haría Europa sin África? El ejemplo de España es ilustrativo. El 30 % del petróleo que importamos viene del continente africano, sobre todo de Libia y Nigeria, países de los que apenas sabemos nada, pero gracias a los cuales la gente puede ir a trabajar o los camiones pueden llevar comida hasta el supermercado desde la otra punta del mundo.



¿Proyectos como el oleoducto que bordeará la costa oeste de África perpetúan este desequilibrio?

Las infraestructuras, al ser una inversión a largo plazo, te dicen mucho de cómo se van a plantear las relaciones en los próximos años. Cuando hablas del colonialismo económico, hay gente que se lo toma como una exageración, creen que tienes una mirada excesivamente ideológica o un discurso antiguo. África es un continente especializado en exportar todo lo que tiene, mientras que hay otros especializados en comerse todo lo que les llega. Algunos Gobiernos africanos, como explicaba Frantz Fanon, tienen mucho más en común con los antiguos colonizadores que con los pueblos que gobiernan.

Buba distribuye por el interior de Gambia el pescado que previamente ha comprado en la costa. Fotografía: Jaume Portell Caño



¿Por qué no hay una mayor implicación en la industrialización del continente?

La industrialización es muy difícil, mientras que para la exportación de materias primas no tienes que fabricar nada, simplemente coges una cosa y la mandas a otra parte. La barrera de entrada a la industrialización está mucho más alta, especialmente para los países pobres, y las clases altas de muchos países africanos prefieren dedicarse al comercio de materias primas que dan una oportunidad para la extracción de rentas durante 40 o 50 años. Estas clases altas son muy perezosas desde el punto de vista de los planteamientos económicos y, hasta cierto punto, les va bien ese statu quo.



El escritor Binyavanga Wainaina escribió irónicamente que «hay que culpar a Occidente por la situación de África, pero tampoco hay que ser demasiado específico». ¿Las narrativas sobre el continente dejan en el limbo a los responsables de estas injusticias?

Ese texto es maravilloso porque retrata muy bien especialmente a la gente progresista. En el texto se decía algo así como que el malo de las historias siempre será alguien del Banco Mundial o un africano. Hemos convertido el análisis sobre África en una cosa maniquea y estereotipada, lo que nos impide entender su complejidad. Eso es lo que apuntan autores africanos como Wainaina o el senegalés ­Ousmane Sembène. Este último escribió un cuento sobre un africano que se encuentra con esclavistas blancos. Ante la dificultad de oponerse a ellos y con la disyuntiva de combatirlos o unirse al grupo para atrapar esclavos, decide colaborar. Ese cuento muestra una evidencia: todo sistema de dominación requiere de colaboradores internos que entiendan la realidad local y se muevan defendiendo los intereses de los dominadores. De la misma forma, al hablar de los actuales problemas económicos en los países africanos hay que hacerlo de empresas occidentales, pero también de clases dirigentes. Son las dos caras de la moneda. El que cobra es el líder o el político africano, pero el que paga es de fuera, habitualmente una persona occidental, pero también, y cada vez más, china. 



¿Ocultamos las causas que motivan que miles de personas quieran venir a Occidente?

Senegal tiene un tratado de pesca con la Unión Europea (UE), aunque deberíamos decir con España, porque 28 de los 45 barcos que creo que tienen licencia para pescar en sus aguas desde 2019 son españoles. El tratado ha dañado el tejido económico y social senegalés y mucha de la gente que está viniendo son antiguos pescadores. La pesca no solo genera empleo entre los que faenan, y si les quitas el pescado, todo eso desaparece. Como hay menos pescado, las vendedoras tienen que subir el precio, por lo que venden menos y no ganan tanto. Eso se traduce en que consumen menos, y los que esperan vender algo a esas mujeres tampoco lo hacen… Así se crea un círculo vicioso que empeora la situación. En 1991, en España y Senegal se consumían 35 kilos de pescado por persona y año. El primero era miembro de la UE y el segundo estaba entre los 30 más pobres del mundo, pero comían la misma cantidad de pescado. En 2021, en España pasamos a 40 kilos, mientras que Senegal bajó a 12. ¿Cómo quieres que la gente no se vaya de un país a otro? Producen cierto pavor algunos análisis que inciden en que «lo que hay que hacer es mandar a la Guardia Civil a formar a la Policía senegalesa» [para reforzar el control migratorio]. 



¿La principal responsabilidad en el tema pesquero es de la UE?

No solo pesca España, también China y otros países, pero no podemos obviar su incidencia. En la Zona FAO 34, donde está Senegal, los barcos más numerosos son los marroquíes y después los senegaleses, pero encontramos un matiz importante, porque hay empresas mixtas y puede que sea una empresa española la que esté exportando el pescado al mercado español o al europeo. Después hay otro país que pesca más que España y que llama la atención: Belice. ¿Qué hace aquí? Belice, Liberia y otros países venden banderas de conveniencia, y una parte de esos barcos son, en realidad, españoles.



Así es muy difícil saber cuánto pesca España. 

No lo sabemos, es difícil de cuantificar. El tratado, que dice que se pueden pescar equis toneladas, ¿incluye a los de Belice? No, pero el pescado se está capturando. Lo que sí se puede medir es que en Senegal se comían 35 kilos de pescado por persona y año y ahora son 12, que los precios no paran de subir, que el pescado está desapareciendo y España tiene un rol importante en esta historia. 

Mural antifrancés en Dakar, la capital senegalesa. Fotografía: Jaume Portell Caño



En la introducción de su libro, una joven, Isa, dice que «no importa el destino, lo que importa es estar fuera». La idea es tremenda.

Conocí a una niña de 13 años, Awa, que me decía que quería irse de Gambia. Le decía: «¿No te gustaría quedarte aquí?», y me respondía que no «porque en Gambia no hay nada». Es terrible. La gente mira a su alrededor y comprueba que los que se quedan viven peor que los que se van. Es imposible frenar eso. El flujo migratorio se dirige hacia países con  monedas fuertes, por lo que cada vez que el FMI pide a un país africano que devalúe o flote su moneda, y esta cae un 30 o un 40 %, eso se convierte en el mayor acelerador de migraciones que pueda existir. Y al revés, la única manera de resistir la inflación que vendrá por culpa de esta devaluación es a través de la llegada de moneda fuerte. 



Ahí aparece la figura de la persona migrante.

Suelo decir que de los migrantes se aprovecha todo. Por ejemplo, en el caso de Gambia, sus nacionales llegan a España. La agricultura española está fatal y la única manera que tiene de resistir es a través de subsidios o mediante una creciente explotación de la mano de obra. Al no poder explotar al trabajador local porque es ilegal pagar a la gente por debajo del salario mínimo, encontramos al migrante que llega sin papeles y está fuera de eso. La agricultura española reposa en parte sobre este tipo de mano de obra. Luego, cuando tienen papeles, no tienen derecho a voto, son gente que paga impuestos y no decide qué se hace con ellos. Tienen el rol de pagar, callar y trabajar.  



¿Qué impacto tienen en su país?

Aquí empieza otra historia interesante. A veces he mandado dinero a amigos allí y me gusta ver lo que he enviado y lo que reciben. Si yo quiero que les lleguen 60 euros, tengo que enviar 70. ¿Quién se queda dinero por el camino? Western Union, por poner un ejemplo, gana dinero, y es curioso pensar cómo sus accionistas, BlackRock, Vanguard, Goldman Sachs o JP Morgan, obtienen rédito de basureros, limpiadoras, mozos de almacén o gente que trabaja en la agricultura. Estos también se aprovechan de los migrantes. Después, el Banco Central de Gambia debería dar 68 o 69 dalasis por cada euro, pero en realidad da 63. El Banco Central coge divisa fuerte explotando a sus trabajadores y ciudadanos. En el caso de Gambia, el 28 % por ciento del PIB procede de las remesas. 



En el año de la pandemia, 2020, no hubo ni un solo turista en Gambia, pero se recibieron más remesas que nunca en la historia del país. 

Sí. En marzo de ese año yo estaba en Gambia y volví a España en mayo en un vuelo de repatriación en el que todos menos yo eran gambianos. Aquella gente volvía a Europa porque si se quedaban atrapados en su país las remesas no llegarían. Si unías la caída del turismo a una previsible reducción de los envíos, ¿qué pasaría con el país? Y al final sucedió lo contrario. Muchos mantuvieron el trabajo y mandaron más dinero que nunca: fue la salvación de Gambia. Sin ese dinero, la pandemia habría sido mucho más dura.  



Pacto Europeo: preocupa lo que dice, pero alarma lo que omite




Por Gonzalo Fanjul, director de investigaciones Fundación Por Causa



De todos los asuntos en los que una mayor integración de la Unión Europea (UE) debería suponer un beneficio para el conjunto de sus Estados miembros, el de las migraciones es uno de los más destacados. Tras la exitosísima implantación del Acuerdo de Schengen –que garantiza la libre movilidad de personas y trabajadores en un territorio de 27 países de la UE y su entorno inmediato– y la catastrófica experiencia de una gestión parcelada de la migración humanitaria y laboral a lo largo de las pasadas décadas, uno hubiese esperado que este asunto figurase alto en la agenda de los líderes europeos.

La realidad, sin embargo, ha sido muy diferente. Los intereses particulares, las miserias electorales y una asombrosa miopía histórica han ido convirtiendo la gestión migratoria europea en una sucesión de parches y patadas adelante, y retrasando la construcción de un sistema común de asilo y movilidad laboral. Cuando este ha llegado, lo ha hecho con todas las taras políticas y narrativas acumuladas durante casi dos décadas de negligencia.

El Pacto Europeo de Migraciones y Asilo –aprobado a bombo y platillo durante las últimas semanas de la presidencia española de la UE– debería preocuparnos por lo que dice, pero debería alarmarnos por lo que omite. Dicho de forma simple, se trata de una batería de medidas legislativas y políticas que recogen un consenso principal: el de la impermeabilización, a toda costa, de las fronteras exteriores de la UE. El acuerdo consolida la militarización de la Agencia Europea de Fronteras (Frontex) y pisa el acelerador en las medidas de externalización del control migratorio a través de acuerdos con regímenes poco recomendables en las regiones de origen y tránsito.

El segundo ámbito de interés para el pacto tiene que ver con la gestión del desplazamiento forzoso, en particular las solicitudes de asilo y las llegadas al territorio UE por tierra o mar. Las discusiones sobre este punto han sido tan poco edificantes como en el pasado, en un esfuerzo colectivo por ­deshacerse de las responsabilidades de protección internacional y encajarles el marrón a otros. El resultado es un sistema muy limitado de solidaridad interna, con multas a los países que se nieguen a aceptar las modestas cuotas de reparto de refugiados que se establezcan. En el contexto de la crisis de desplazamiento forzoso de Ucrania, donde incluso los países más xenófobos de la UE han demostrado lo lejos que es posible llegar cuando se quiere, la incapacidad para extender este consenso a los solicitantes de otras regiones del mundo es todo un testamento al momento que vive Europa.

Pero el ámbito en el que los países de la UE han desaprovechado la oportunidad histórica de este pacto es precisamente el que afecta al 80 % de quienes se desplazan a nuestra región: los trabajadores, las trabajadoras y sus familias. Para este colectivo, el nuevo acuerdo solo ofrece soluciones elitistas –las que afectan a los profesionales más cualificados– y declaraciones retóricas sin anclaje político. Esta omisión supone un desgraciado disparo en el pie para un continente envejecido que pelea ya en la carrera para atraer el talento global, además de un monumental coste de oportunidad para el desarrollo. Mientras se desarrolla este pilar fundamental de la gobernanza migratoria, los Estados miembros seguirán compitiendo entre sí y perjudicando intereses propios y ajenos.


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