«¿Quién se inquieta por el hambre?»

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Janeth Aguirre, franciscana misionera de María Inmaculada


Los tiempos y las personas se mezclan en la misión de Koulikoro, en el sur de Malí. Allí llegaron hace 15 años las Franciscanas Misioneras de María Inmaculada. Y allí comenzaron a trabajar de forma prioritaria con las mujeres. Mujeres entre mujeres, caminando y aprendiendo juntas, compartiendo saberes y experiencias en un país lastrado por la violencia interna, el cambio climático y la corrupción política.



En la presentación de la última campaña anual de Manos Unidas usted habló mucho de mujeres, de emergencia climática y de hambre en Malí. ¿Por dónde le apetece comenzar?

Por el principio, por el encuentro con esas mujeres que viven con muchas dificultades y con una carga de trabajo muy dura, pero que también viven con mucha esperanza, conscientes de lo que ellas pueden hacer en el país y por el país. Ellas son las que cargan la leña, las que van a por el agua, las que cocinan, limpian la casa o cuidan a los niños, pero también son las que van al río a sacar arena… En definitiva, son ellas las que nos han dado la pauta de lo que hemos hecho en estos 15 años en Koulikoro.

La misionera Janeth Aguirre durante la entrevista. Fotografía: José Luis Silván Sen
¿Cómo es la sociedad maliense que usted conoce en relación a la mujer?

Es una sociedad machista por cultura y tradición pero, a la vez, es una sociedad que da un gran espacio a la mujer. Quien tiene la última palabra es la madre del marido, la abuela. Es una sociedad donde la autoridad reposa públicamente en el hombre, pero en el día a día las decisiones las toman las abuelas paternas. En la Fiesta del Cordero hay que inmolar tantos corderos como mujeres ancianas haya para honrar la sabiduría y la misión de esas mujeres mayores en la casa. Ahí no se tiene en cuenta el número de ancianos, sino cuántas ancianas, cuántas mujeres mayores hay en el hogar.

Es curioso. En público el hombre ostenta el poder, pero en realidad es la mujer la que lleva las riendas de la familia.

Hay otro ingrediente: la poligamia. Un hombre puede casarse con hasta cuatro mujeres, por lo que nos encontramos con que en la casa  puede haber hasta cuatro mujeres y un hombre. A la hora de tomar decisiones, el hombre sigue el criterio de las mujeres que tiene en casa. No se quiere reconocer, pero la mujer ya ha demostrado lo que es capaz de hacer. Una niña a los ocho años se va al mercado a vender agua, dulces y cosas que su madre puede preparar para ayudar en casa. Esa niña, desde muy pequeña aprende a manejar el dinero y conceptos muy sencillos de contabilidad; nada de cuadernos ni de fórmulas: aprende a contar y a manejar el dinero, y a saber que si compra un huevo a 50 debe venderlo a 70 para tener 20 francos de beneficio. Además, hay un movimiento cooperativo muy interesante. Hay muchas cooperativas y organizaciones de mujeres. Algunas decisiones en el país a nivel educativo o sanitario se han desbloqueado por el papel de las mujeres. Eso va unido al deseo de aprender, a no conformarse. 


¿Han visto alguna evolución desde que están en Koulikoro?

Hay mujeres para las que, hace diez años, la única salida era ir al río a sacar arena. Eran mujeres expuestas a la prostitución y a otras situaciones degradantes. En la actualidad, tras haber pasado por nuestros centros de promoción y formación profesional, financiados por Manos Unidas, la cosa ha cambiado. Hemos logrado transformar la vida de estas mujeres. Ahora, después de desayunar y preparar la comida, ya no se ponen un trapo sucio y roto para ir al río, sino que se visten para irse al centro a estudiar. Nos encontramos con mujeres que logran el respeto del marido, pero no por la fuerza, sino porque se han ganado un espacio en la sociedad a base de mostrar sus talentos.


Ponga un ejemplo.

Ellas fueron las que nos dieron el dato de la malnutrición y cómo nos afectaba el cambio climático. En una década se ha incrementado la temperatura en nuestra zona una barbaridad. Hace 15 años, la máxima era de 45 o 46 grados. Hoy tenemos más. Entre las 11 y las 3 de la tarde nadie sale porque el sol es terrible, sobre todo entre abril y junio. 



¿Cómo afecta eso a la alimentación de la población?

Acompañamos a mujeres embarazadas en Koulikoro y en los pueblos del entorno. En estas visitas constatamos que la nutrición de los niños va empeorando, y que un 70 % de las mujeres con las que trabajamos tienen signos evidentes de malnutrición. ¿Qué es lo que pasa? Después de una investigación realizada por dos religiosas y 32 colaboradores locales observamos que las mujeres comen pero no se nutren, porque se alimentan de granos, de cereales: mijo, cacahuete o maíz que trituran y con los que hacen una pasta, a la que, como mucho, le añaden unas pastillas de caldo para darle algo de sabor. Eso provoca un desequilibrio muy importante, sobre todo en los niños. No hay verduras, no hay legumbres. No hay porque los pozos se secan y no hay huertos caseros. Si los pozos se secan no pueden cultivar, y de ahí viene el problema, porque llenan el estómago pero no se nutren. El 90 % de las mujeres con las que trabajamos son agricultoras.  

¿Qué hacen las mujeres malienses para revertir este proceso?

En el país hay un 52 % de mujeres y un 48 % de hombres, y entre los 35 y los 50 años, la mayor parte de la población es femenina. La presencia de la mujer es muy visible. Además, el 90 % de ellas cultiva la tierra, aunque trabaje en una oficina o en cualquier otro lugar. La mujer es portadora de vida: es la que trae los niños al mundo y siente que tiene el deber y el orgullo de llevar la comida a la mesa, es algo intrínseco en ellas. Lo que tenemos que hacer es ayudarlas a crear infraestructuras, pero no individuales sino comunitarias para que juntas, por grupos, pongan en marcha huertos comunitarios. También se les forma en economía cooperativa para que puedan tener lo necesario sin tantas angustias.



Varias mujeres con sus hijos en Koulikoro.


¿Es más fácil la salida a crisis como la climática en sociedades con un arraigado sentido comunitario, como la maliense?

En lo concreto, sí. El concepto es muy básico: ¿no hay agua?, pues trabajamos, y lo hacemos en grupo, porque así vamos a lograrlo. En sociedades como la europea es difícil, aunque no imposible. Aquí también veo muchas iniciativas comunitarias: ‘Vamos a plantar árboles’, ‘Vamos a dejar el plástico por artículos reciclables’. Se habla del ‘vamos’ y no del ‘voy’. Hay movimientos que se pueden articular desde las empresas o desde las escuelas. No es -imposible, porque estamos viendo que estamos destruyendo nuestra casa, nuestro planeta, y no podemos ser indiferentes a eso.

¿Cómo se asimila en Malí que los países que tienen un menor impacto en la degradación del medioambiente son algunos de los que más la sufren?

Malí no tiene costa, pero mucha gente va a Senegal o Costa de Marfil a trabajar en la pesca, y cuentan que muchas especies de peces han desparecido a causa de la basura que se tira al mar. En aquellos países, o en Benín, se encuentran plásticos o restos de productos que se consumen en Europa y que allí no existen. Ellos sufren, y mucho, las consecuencias del cambio climático y trabajan mucho para que en el Norte se conozcan las consecuencias que provoca el exceso de desechos y que son ellos, precisamente, los más perjudicados por ello. Trabajan en estos comunicados, pero también en soluciones concretas para mostrarle al mundo que se puede trabajar de forma comunitaria para encontrar una solución.

La sequía provoca hambre y, por tanto, desplazados en busca de recursos para comer. El desplazamiento es el germen de la inseguridad. Esta provoca que no se cultiven los campos y, por tanto, surge el hambre. ¿Cómo se enfrentan a este círculo vicioso en Malí, que además sufre una crisis política muy grave?

Nosotros vemos los problemas concretos: si hay malnutrición, nuestras mujeres tienen que combatirla sobre el terreno, pero esa no es la solución. Hay problemas estructurales, problemas globales para los cuales los países tendrían que trabajar juntos y buscar soluciones para el planeta. El Papa tuvo un encuentro con empresarios en los primeros momentos de la pandemia, y les dijo que estábamos muy preocupados por las quinientas y pico personas que habían muerto a causa del coronavirus, pero que todos los días mueren de hambre más de 8.000 niños. ¿Quién se inquieta por eso? Del mismo modo que el mundo se moviliza ante este virus, también debería movilizarse contra el virus del hambre, aunque aquí no nos mate.

El periodista argentino Martín Caparrós dijo en una entrevista que si los periódicos abrieran todos los días sus ediciones con el número de muertos por hambre en el mundo registrados en las últimas 24 horas, esta situación -cambiaría.

Hay muchas iniciativas personales. Nos encontramos mucha gente que beca a niños, que paga comedores…,  pero eso no se ve porque no basta. Necesitamos soluciones estructurales para problemas estructurales. Nuestros gobiernos captan mucho dinero de la comunidad internacional por estar en un lugar muy bajo en el Índice de Desarrollo Humano. Malí, por ejemplo, que está en el puesto 184 de un total de 189, capta muchos recursos económicos, pero se quedan en el Gobierno.

Corrupción, conflictos, hambre, refugiados… Los tópicos de África son inamovibles.

Es triste pero es real. En el sur, que es donde estamos nosotras, la gente permanece muy unida, como una piña, tratando de resistir, trabajando para que los grupos yihadistas no penetren en la zona. Aunque el 90 % de la población es musulmana y el 10 % restante animista y cristiana, no hay problemas entre ellos, se dan matrimonios mixtos entre musulmanes y cristianos, y llevamos una vida de hermandad. Eso es lo que va a salvar a Malí, que no se abra la puerta a otros intereses. Mucha gente del norte se vio obligada a salir, y en el sur se los acogió. Eran desplazados, pero a las dos o tres semanas, ya no eran desplazados, ya eran sus hermanos. Por eso, aunque haya muchos, no se habla de ellos, sino de los que salieron a Mauritania, Níger, Burkina Faso o Senegal. A los desplazados internos no los consideran como tales. Ellos hablan de que «a mi tío, mi abuelo o mi primo» le hicieron salir del norte, pero nunca los llamarán desplazados. Son hermanos que acogieron a otros hermanos que, eso sí, generan otros problemas por la falta de alimentos, porque las escuelas no tienen capacidad para todos los niños que llegaron hasta la zona… Pero nunca los tratarán como desplazados.

¿Qué es lo que hace su congregación en este contexto?

Estamos bebiendo de la riqueza de las mujeres, aprendiendo de ellas y, a través de organismos internacionales, tratando de darles lo que no tienen, porque es poco lo que no tienen: no disponen de recursos económicos y financieros para hacer lo que ellas ya saben que tienen que hacer. Por el terrorismo o el machismo, muy extendido en el país, ellas tienen la tendencia a meterse como en un caparazón. Nuestra idea es sacarles de ese caparazón, ayudarles a salir para que, con las estructuras y los medios necesarios, hagan lo que ya saben que tienen que hacer.   



Varias mujeres descargan en Bamako arena extraída del río Níger. Para muchas mujeres, esta es una de sus principales fuentes de ingresos. Fotografía: MIchele Cattani / Getty





Maimouna, Fanta, Rokia…

Janeth Aguirre es una de las franciscanas misioneras de María Inmaculada que trabajan en Malí. En su caso concreto en Koulikoro, una ciudad de unos 40.000 habitantes que ha ido creciendo en los últimos años debido a los desplazados internos, víctimas de la violencia de corte islamista radical que se extiende por el norte del país desde hace años. Según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), en la actualidad hay 250.000 desplazados internos en territorio maliense. 

En el contexto de una violencia que aparece y desaparece, o que se reproduce como la hidra de Lerna, la congregación sufre desde el 7 de febrero de 2017 el secuestro de la misionera Gloria Cecilia Narváez, colombiana como Janeth, y de la que se desconoce su paradero desde entonces. Alguna prueba de vida y noticias poco clarificadoras han dado paso a un silencio que se extiende desde hace meses. Sin reclamaciones económicas, las informaciones de las que disponen las religiosas hacen suponer que estaría cuidando a la cooperante francesa Sophie Petrone, secuestrada en Malí a finales de 2016. «Nuestra hermana tiene una misión allí, que es cuidar de Sophie Petrone. Nosotras, en medio de nuestros análisis y meditaciones, pensamos que, si no hay otra cosa, su misión es cuidar de esta señora allá donde esté», explica Janeth. Mientras pide por la liberación de su hermana, sigue su trabajo con las mujeres malienses. «Me llamo Janeth, aunque mi nombre podría ser Maimouna, Fanta, Rokia…, que son las mujeres por las que mi presencia en Malí cobra todo el sentido».


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