Raoul Follereau: luchador contra la lepra y el hambre

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Por Gerardo González Calvo

 

El 28 de enero se celebra la 65 Jornada Mundial contra la Lepra, creada por Raoul Follereau en 1954. Este vagabundo de la caridad y apóstol de los leprosos falleció hace cuarenta años, el 7 de diciembre de 1977. Follereau renunció a una brillante carrera literaria y periodística para dedicarse a devolver la dignidad a los enfermos de lepra y a luchar contra la pobreza.

Tuve la suerte de presenciar la entrevista que hizo a Raoul Follereau el periodista Manuel del Arco, en diciembre de 1966, para su famosa columna “Mano a mano” en La Vanguardia. Considerado el maestro de la entrevista, Del Arco le preguntó, entre otras cosas: “¿A cuántas cosas ha renunciado usted por el prójimo?” Follereau le respondió sorprendido: “A nada. He encontrado en este ideal la razón de mi vida. No tengo ningún mérito. No quiero que me tomen por héroe ni por santo. Soy un hombre de buena voluntad que ha tenido la suerte extraordinaria de hacer alguna cosa útil en la vida. Ya ve que no he renunciado a mi esposa; ella me ha seguido por todas partes y con frecuencia me ha dado ejemplo. Somos gente muy feliz, sencillamente”.

Este hombre de buena voluntad, que falleció hace 40 años, el 6 de diciembre de 1977, estaba licenciado en Filosofía y en Derecho por la Sorbona, ejerció la abogacía y después el periodismo en el diario parisiense L’Intransigeant (El Intransigente), del que fue secretario de redacción. Con 15 años pronunció una conferencia en el cine Majestic de Nevers, su pueblo natal, en memoria de las víctimas de la I Guerra Mundial. Allí subrayó con aplomo: “Vivir es ayudar a otros a vivir. Ser feliz es hacer feliz a otros”. Dos años después publicó su primera obra, titulada El libro del amor.

Para Raoul Follereau los otros fueron los empobrecidos y los leprosos. Por dedicar a ello toda su vida le llamaron “Vagabundo de la Caridad” y “Apóstol de los Leprosos”. Descubrió el drama de los leprosos en África en 1935, mientras se arreglaba el motor del coche en que viajaba a orillas del río Níger. Le había enviado al continente africano el prestigioso periódico La Nación de Buenos Aires para que escribiera una serie de reportajes sobre la vida del P. Charles de Foucauld, que había sido asesinado en Tamanrasset (Argelia) el 1 de diciembre de 1916.

Mientras se arreglaba la avería del coche, Follereau vio asomarse entre la espesura unos rostros asustados y famélicos. Les gritó que se acercaran, pero echaron a correr. Follereau preguntó al guía quiénes eran esos hombres. Le contestó que leprosos. Volvió a preguntarle por qué estaban allí. La respuesta fue lacónica e indiferente: “Son leprosos”.

Raoul Follereau quedó muy impresionado. Él mismo aseguró: “Fue aquel día cuando decidí no luchar más que por una sola causa durante toda mi vida: la de esos millones de hombres a los que nuestra ignorancia, nuestro egoísmo y nuestra cobardía han convertido en leprosos”.

 

Dos bombarderos para acabar con la lepra

En 1954 fundó la Jornada Mundial de los Leprosos, que se celebra desde entonces el último domingo de enero; alcanza ya su 65 edición. El 1 de septiembre de ese mismo año escribió dos cartas iguales, una al presidente de Estados Unidos y otra al presidente de la Unión Soviética, en la que pedía a cada uno un bombardero para acabar con la lepra en el mundo. No le hicieron caso. El gran periodista español Alejandro Fernández Pombo publicó un pequeño libro titulado El hombre que quería dos aviones.

Diez años antes había pedido a los máximos dignatarios del mundo que dedicaran el importe de un día de guerra para la paz. Tampoco secundaron su petición; pero no se desanimó ni cejó en su empeño. Ante el silencio de los “grandes”, en 1964 lanzó la campaña de Un día de guerra para la paz con un llamamiento a los jóvenes de todo el mundo para que “bombardearan” la ONU con tarjetas en las que se declaraba: “Nosotros, jóvenes de catorce a veinte años, hacemos nuestro el llamamiento Un día de guerra para la paz dirigido por Raoul Follereau a la Organización de las Naciones Unidas, y nos comprometemos a apelar, llegado el momento, a nuestros derechos civiles y políticos para procurar su éxito”.

Tres millones de jóvenes de 125 países firmaron y enviaron tarjetas con este texto al secretario general la ONU, que entonces era U Thant. En España promovió la campaña la revista Mundo Negro, cuyo director, el P. Romeo Ballan, era también el responsable de la Asociación Amigos de los Leprosos. El 5 de diciembre de 1969 la Asamblea General de la ONU aprobó por 92 votos a favor y siete abstenciones una resolución para que los Estados miembros adoptaran las medidas oportunas para destinar a fines pacíficos los recursos librados como consecuencia del desarme.

 

Los jóvenes, herederos universales

Follereau gastó y enriqueció su vida con dos consignas que tienen aún plena vigencia y engloban todos los aspectos de una solidaridad genuinamente cristiana: “Nadie tiene derecho a ser feliz a solas” y “la única verdad es amarse”. Con estas frases solía acabar sus discursos, siempre vibrantes y convincentes, porque estaban empapados de un compromiso sin fisuras con los más desamparados.

Raoul Follereau se casó con Madeleine Boudou, que fue además su estrecha colaboradora, pero no tuvieron hijos. Antes de morir hizo herederos universales a toda la juventud del mundo con este legado: “El tesoro que os dejo es el bien que no hice, que habría querido hacer y que vosotros haréis después de mí”. Fue una invitación a llevar adelante una causa a la que Follereau se entregó hasta el día de su muerte: los pobres y los leprosos, a los que dignificó como nadie había hecho hasta entonces. Fui testigo del cariño con que abrazaba a los leprosos en Fontilles (Alicante) durante la visita que hizo a España a finales de 1966 para promover la causa a favor de los enfermos de lepra.

Raoul Follereau no se consideró ni un héroe ni un santo, como le dijo al periodista Manuel del Arco, pero demostró con su vida que fue ambas cosas a la vez. Podía haber llegado a ser un gran poeta o un prestigioso dramaturgo, como le aseguró el escritor y académico francés Jean Rostand, y también un ilustre periodista.

El propio Rostand dijo de Follereau: “Poeta de la actividad, idealista eficaz que sabe transformar los sueños más hermosos en sólidas realidades, es mucho más que un filántropo: es un apóstol”. Como un gran apóstol del siglo XX, como sus amigos el Dr. Albert Schweitzer, con el que estuvo en Lambarené (Gabón), y el abbé Pierre, se dedicó no solo a dignificar a los enfermos de lepra, sino también a difundir en todo el mundo que la lepra es una enfermedad como las demás, perfectamente curable, y que es posible acabar con el hambre en el mundo con una poderosa e invencible palanca: la del amor.

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