Retorno

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Cuando terminó la universidad obtuvo una beca para continuar sus estudios en Europa. Cursó un par de másteres. Luego consiguió un buen trabajo que le permitió poner en práctica todo lo aprendido y desarrollar sus muchas capacidades. Pronto se ganó el elogio de sus jefes, estaban contentos. Rápidamente la ascendieron. Empezó a asumir más responsabilidades. Le gustaba el reto, le permitía demostrar su valía. Pero, al mismo tiempo, era consciente de que aquel no era su lugar en el mundo, de que allí, a pesar de todo el futuro que tenía por delante, nunca podría ser feliz.

Desde el principio, su plan había sido regresar a casa una vez concluida la etapa universitaria. Ella no quería separarse de su familia y de su gente. Siempre le gustó su ciudad a pesar de todas las carencias y deficiencias que detectaba al compararla con la gran urbe en la que vivía. La mayoría de los amigos europeos se mostraban comprensivos cuando les comentaba su deseo. «Es lógico que quieras volver para ayudar a tu pueblo», le decían. Un comentario que le daba mucha rabia. «¿Por qué se supone que los africanos que estudiamos llevamos esa carga?», comenta. «Eso mismo nunca se dirá de un europeo, por ejemplo. Yo quiero trabajar en mi país, disfrutar de una buena vida cerca de los míos, pero sin más obligación moral que la que pudiera apremiar a cualquiera de mis compañeros blancos». Luego insiste: «Es uno más de los tópicos que se tienen sobre el continente. A África siempre hay que ayudarla como si todos fuéramos una ONG. Como si el trabajo que yo hago ahora, el empleo que creo y la riqueza que genero no supusieran una contribución a que las cosas cambien aquí». Sus amigos africanos no la entendían. Tenía lo que muchos de ellos deseaban. Había encontrado lo que cualquier migrante anhelaba, ¿e iba a dejar todo? La tildaban de loca.

Al final se armó de valor, hizo las maletas y regresó. No fuel fácil al inicio. Le costó encontrar trabajo. Consiguió algunos. Los sueldos estaban muy lejos del que había tenido en Europa. Los problemas de transporte la hacían madrugar enormemente para no llegar tarde a la oficina. Confiesa que en aquel primer año de su vuelta se arrepintió muchas veces de la decisión tomada. Echaba de menos lo sencillo que parecía todo en su antigua ciudad, como el conseguir desplazarse sin dificultad. También a los amigos. El salir con ellos. Lo sencillo que era poder quedar a tomar un vino después de una larga jornada laboral. Pero decidió ser fuerte. Luchar por lo que quería. Ahora está contenta con aquella decisión. «No me arrepiento para nada. Creo que es lo mejor que pude hacer».

Decidió establecer su propia empresa. 12 personas trabajan para ella. Su negocio está en plena expansión. Aunque las cosas no son tan fáciles como en Europa. Los retos a los que se enfrenta cada día son grandes. Pero vale la pena y está contenta.


En la imagen superior, un grupo de mujeres participa en una reunión de trabajo. Fotografía: Getty

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